El sinsentido de correr por correr
Las cosas parecieran andar bien. No hay un "problema" que justifique la angustia interna... Sin embargo, "se siente dolor", presión e insuficiencia interna. Da igual lo equilibrada que parezca una persona, lo que cuenta es la sensación o vivencia subjetiva que cada uno tiene respecto de cómo se siente consigo misma.
Cada vez más adultos jovenes experimentan ansiedad, depresión, síntomas de frustración y de sinsentido. Algo así como... una presión interna que los obliga a no parar, a no detenerse, a conseguir más, a hacer más para "ser mejor". La pregunta es ¿mejor en qué? ¿mejor que quién? En definitiva... ¿qué es lo mejor? ¿quién lo define? Y sobre todo, cuánto nos sirve, nos resulta útil para "vivir mejor" que es lo que todo ser humano en definitiva, busca.
En esta sociedad basada en el mercado se evalúa a los personas con nuevos criterios. Las
redes sociales, los exámenes en escuelas y universidades y el rendimiento en el trabajo hacen que los jóvenes sean seleccionados y clasificados por parte de amistades, profesores y empleadores. Esta sensación de estar siendo continuamente evaluados "agota" y el afán de comparación alimenta la necesidad de no querer quedar atrás en una carrera en la que casi nadie se pregunta hacia dónde va, hacia donde..., en definitiva, nos lleva...
La sensación de no dar en la talla
Si se obtienen malas valoraciones, la lógica de la sociedad de mercado dicta que se merece menos, que la inferioridad refleja alguna debilidad o imperfección y refuerza la sensación de nunca dar en la talla. Por eso, las personas, sentimos cada vez más una enorme presión para demostrar lo que valemos y destacar sobre el resto.
De hecho, las investigaciones señalan que uno de los comportamientos que diferencian a las personas más jóvenes de anteriores generaciones es la obsesión por ser perfectos y productivos.
El perfeccionismo es un deseo irracional por la perfección combinado con una dura autocrítica, una especie de "Pepe Grillo" siempre atento al error. "Pepe Grillo" es el nombre que le he dado a mi mente para diferenciarla de mi "Yo Observador", de mi "Consciencia Superior" que sabe no comprar todo lo que mi mente vocifera (¡te animo que le pongas un nombre a tu mente enjuicidora!). Esa voz punitiva siempre nos remarca que podríamos haberlo hecho mejor. Lo que diferencia a un perfeccionista de una persona que simplemente es diligente o trabajadora es su irrefrenable necesidad de corregir las propias imperfecciones y sentir que nunca es suficiente.
Las personas con alto grado de perfeccionismo relacionan errores y fracasos con debilidades y falta de merecimiento.
Las personas con alto grado de perfeccionismo relacionan errores y fracasos con debilidades y falta de merecimiento. Y como consecuencia, muchas veces se castigan de manera silenciosa: no dando lugar al disfrute, redoblando esfuerzos, hablándose de malos modos, quitándose lo bueno porque no hay lugar para "premio" si el sentimiento es de frustración.
La idea de aspirar a la perfección, aunque sea irracional, se ha convertido en algo deseable, incluso necesario, en un mundo en el que el comportamiento, el estatus y la imagen determinan la utilidad y el valor de la persona. De hecho, el mercado ofrece todo tipo de remedios cosméticos para el consumidor que se sientre defectuoso.
Se trata de una cultura que abusa de las inseguridades y amplifica las imperfecciones incitando
a los personas a centrarse en sus carencias personales. Como consecuencia, le damos vueltas constantemente a cómo debemos comportarnos, qué apariencia debemos tener o qué debemos poseer. El estrés es consecuencia de buscar constantemente la perfección en uno mismo e intentar perfeccionar la propia vida, como si lo torcido siempre debería ser enderezado o lo inclinado, alineado.
Darnos un buen trato es rebelarnos
Es necesario tomar consciencia de la cultura en la que estamos insertas las personas y resistirnos ante la competitividad impuesta por el mercado a costa de nuestra salud mental e incluso de nuestra sensación de vitalidad, puesto que la sensación de "insuficiencia" nos va apagando de a poco, "nos seca" por dentro. El antídoto de una competencia desmedida es la autocompasión sentida, reconociéndonos como seres humanos de naturaleza imperfecta y vulnerable.
El antídoto de una competencia desmedida es la autocompasión sentida, reconociéndonos como seres humanos de naturaleza imperfecta y vulnerable.
Comprar lo que nos quieren vender es asegurarnos una enemistad hacia nosotros mismo por este sentimiento de nunca dar en la talla. Desarrollar una mirada crítica, afinar el discernimiento y no alimentar la tendencia a buscar la “perfeccion” y la productividad a toda costa, es la rebelión ante la cual necesitamos posicionarnos. Una rebelión pacífica que nos amigue con la idea de hacer lo que podemos, lo suficiente, lo imperfecto, y "lo mejorable", sí... pero sin apuros, prepotencias ni urgencias. Ser mejores personas, hacer cada vez mejor lo que nos importa, es un propósito valioso que no puede estar enraizado en darnos un mal trato o criticarnos todo el tiempo.
El autocuidado, el descanso, la reivindicación del ocio, darnos tiempo para una charla con un ser íntimo, dejar de correr para nunca llegar, revelar la trampa en la que solemos caer, son algunas recomendaciones para preservar nuestra salud.
Preguntarnos...
¿De qué quiero que vaya mi vida? ¿A qué le digo que no cuando le digo que si a no parar, a mi perfeccionismo?
¿Qué alimento cada vez que me someto a mi voz crítica?
Esas son algunas preguntas que podemos hacernos para desarmar ese automatismo que nos mantiene como robots respondiendo a las leyes perversas del mercado. Desarrollar la habilidad de sacar la cabeza de la manada y mirar hacia donde estamos yendo marca la diferencia entre una vida elegida y una vida impuesta (casi sin que nos demos cuenta). Alinear nuestras acciones hacia aquello que "realmente" nos importa, hacia aquello que nos proporciona satisfacción y no solo accionar para que se calme "Pepe Grillo" y nos deje de reclamar, es lo que nos preserva de la decepción que sentimos cada vez que dejamos de correr y nos ponemos a reflexionar.
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