Labrar nuestros Rasgos de Personalidad
Hoy quiero abordar un tema que me parece crucial difundir: "no estamos condenados a ser siempre de una misma manera". Podemos aprender a moderar nuestros rasgos de personalidad a través de un profundo y consciente “Trabajo sobre Sí”.
Precisamos primero desterrar tres creencias erróneas que a veces nos hacen perder de vista esta preciosa posibilidad de ser obreros laboriosos de nuestra renovación personal.
1- La Infancia es Destino
La primera creencia instalada, que también ha sido reforzada por la psicología tradicional podría enunciarse: “Lo que vivimos en la infancia nos marca como fuego que nunca deja de arder”.
Soy una ardua defensora de la afirmación: “la infancia no es destino”. Sólo que agregaría una salvedad: en quienes se asumen como protagonistas y abandonan el lugar de víctima. Podemos sin lugar a dudas, haber sido víctimas de la ignorancia de muchos, pero como adultos podemos tomar entre los brazos a ese niño o esa niña dolida y ofrecerle aquello de lo que quedó carente. Es posible sanar nuestras heridas de la infancia a partir del buen trato que nos damos a nosotros mismos siendo adultos responsable de nuestra auto-crianza. Podemos convertirnos en los cuidadores que no tuvimos y ser compasivos con nuestras partes infantiles más sensibles. Las heridas seguirán estando allí, pero como una cicatriz que recuerda la historia vivida, no necesariamente seguirá ardiendo como fuego que nos quema desde adentro.
2- Soy así y no puedo ser de otra manera
La segunda creencia se fundamenta en la afirmación tan penosa como perezosa que sostienen como mástil las personas que proclaman “Yo soy así”. Esta estrechez de criterio, a cualquier edad, niega toda posibilidad de ampliar la propia identidad para incorporar nuevos atributos, nuevas cualidades, reactualizar creencias, suavizar un rasgo o moderar lo exagerado. Nadie, aunque quiera “es” de una misma manera durante toda su existencia. Puede una persona evolucionar o involucionar, pero nunca puede quedarse en el mismo lugar. La personalidad es un proceso en permanente movimiento, somos seres dinámicos no objetos estáticos. Lo que sí podemos elegir es la dirección hacia dónde queremos ir: desplegarnos o apocarnos.
3- Si lo intento y fallo, no podré cambiar
La tercera aseveración errónea podría ser formulada como “Los otros sí, pero yo no”. En este caso, a diferencia de la rigidez anterior, hay intención de cambiar, de evolucionar, pero pronta frustración e impotencia ante la evidencia de que el cambio no llega. Estas personas antes de proponerse superarse han salteado el paso fundamental de “aceptarse” tal como son, de desarrollar tolerancia hacia sus propios procesos de progreso. Cuando uno se “da cuenta” de aquello que desea modificar, al mismo tiempo debe “darse tiempo” para que las nuevas semillas sembradas asomen como incipientes brotes. Hay cambios que aún no son visibles, pero “están” porque la conciencia ha sido removida, tal como la tierra antes de sembrar. Puede que la vida nos ponga ante una situación en dónde hacemos ahora, lo que antes no y advertimos que lo no visible de pronto se vuelve manifiesto a través de una nueva acción, un nuevo comportamiento o un nuevo modo de contestación. Todo proceso de transformación requiere tiempo para su consolidación. La paciencia es una virtud a desarrollar que debe acompañar a quienes desean modificar aspectos muy instalados de su personalidad.
Carácter y Temperamento ¿Qué está a nuestro alcance modificar?
El carácter y el temperamento son dos aspectos diferentes de nuestra personalidad. Veamos de qué se tratan cada uno y en qué se diferencian para desarrollar expectativas reales respecto de nuestros cambios.
Temperamento:
El temperamento abarca nuestras tendencias innatas y más fuertemente instaladas. Equiparable a lo que serían nuestros genes en el cuerpo, el temperamento es la materia prima con la que nacemos. Así podemos hablar de personas de tendencia melancólica, manifiestamente coléricas, intensamente sanguíneas, etc.
Carácter:
El carácter en cambio es modulado por el ambiente en el que somos educados. Incluye nuestras creencias, nuestros mandatos y todo el bagaje cultural que vamos absorbiendo desde pequeños. Puesto que es aprendido, puedo ser desaprendido y re-actualizado a partir de un esmerado trabajo personal.
Si el temperamento es la materia prima. El carácter es el molde que le da forma y que se cuece en el horno de la vida.
La palabra carácter es de origen griego y significa “grabar”. Así nuestras vivencias y experiencias van “imprimiendo” y dando forma a nuestra personalidad. Ahora bien, la pregunta es: ¿somos meros receptores pasivos de los caracteres que nos imprimen tal como vacas grabadas con una estaca? De la respuesta que nos demos, depende nuestra evolución o no.
Siendo niños, no tenemos demasiado margen de elección. Pero al crecer podemos ejercer el oficio de ser impresores de nosotros mismos. Si deseamos imprimir un rasgo debemos adquirir el hábito de practicarlo para volvernos diestros en su manejo hasta lograr encarnarlo. Con el tiempo lo que resultaba ajeno toma cuerpo y se transforma en un recurso personal con el que ahora podemos contar. Hemos impreso “un carácter” más en nuestro libreto personal.
Carácter Auto-forjado
La filosofía del taoísmo nos acerca una expresión que realmente aprecio: “Carácter Auto-forjado”. Esto es: tomar en nuestras manos la materia prima que somos y activar los “genes” que no fueron despertados. Podemos necesitar genes de osadía, de iniciativa, de tolerancia, de serenidad, de coraje o de decisión en algún momento de nuestra vida. O por el contrario precisar suavizar ciertos genes que gozan de hiperactividad como la impulsividad, la agresividad, la desidia o la apatía.
El monasterio para aprender a domesticar los rasgos que queremos trabajar de nosotros mismos es la vida cotidiana y, en especial, nuestros vínculos con los demás.
Seremos fuertes en lo que decidamos ejercitarnos. Ante cada situación que se nos presenta, ante cada desafío e interacción podemos elegir reforzar o suavizar determinados rasgos que dan forma al guion que imprimimos día tras día.
El monasterio para aprender a domesticar los rasgos que queremos trabajar de nosotros mismos es la vida cotidiana y, en especial, nuestros vínculos con los demás.
Romper el Molde
“Romper el molde” en el que fuimos condicionados es ampliarnos para incluir aquello que no nos fue dado, pero puede ser trabajado. La identidad se amplia, se expande, cada vez que estiramos nuestra conciencia para preguntarnos, ya no tanto: ¿Quiénes somos? Sino ¿Quiénes queremos ser? Forjar el propio carácter es animarnos a no darnos por sentado. Conocernos lo suficiente primero para luego contar con la posibilidad de re-editarnos tantas veces como sea necesario, para convertirnos en el mejor ejemplar que podemos llegar a ser.
Vigila tus pensamientos, porque se convertirán en palabras. Vigila tus palabras, porque se convertirán en actos. Vigila tus actos, porque se convertirán en hábitos. Vigila tus hábitos, porque se convertirán en carácter. Vigila tu carácter, porque se convertirá en tu destino. Mahatma Gandhi.
La próxima vez que te encuentres diciéndote "yo soy así..." Recuerda que dentro tuyo descansa la posibilidad de forjar tu propio carácter para llegar a ser la persona que quieres ser.
Cuanto más polifacética sea nuestra personalidad, cuanta más amplia y más flexible, más posibilidad de desarrollar un vínculo saludable con nosotros mismos y con los demás. Nuestra inteligencia emocional, es lo que le da forma a nuestra vida y marca una notable diferencia en el destino de las personas que trabajan sobre sí y las que no.