La fortuna del equilibrio interior
¿Se han puesto a pensar cual es el estado ideal en nuestras vidas? Muchos dicen que el mejor estado es estar enamorados. Sin embargo, ese estado es transitorio, volátil y fugaz. Hay otro estado estado interior que es mucho más valioso, profundo y hondo que cuesta conquistar pero cuando se logra no tiene precio ni comparación. Ese bendito estado es el equilibrio interior que acontece cuando sentimos que nada nos falta ni nos sobra.
Cuando dejamos de ser víctimas y dejamos de estar enojados con lo que la vida nos da o nos quita, podemos recién allí apreciar nuestra existencia en perspectiva y comprender que todo lo que nos sucede y también lo que no, es perfecto para nuestra evolución.
Al momento de conquistar la tan preciada calma mental, hemos de asumir dos desafíos que no son fáciles pero sí posibles cuando verdaderamente tomamos la determinación de hacernos felices y regalarnos estados de paz. Porque sin lugar a dudas, no hay felicidad si hay agitación y perturbación mental.
- El primer desafío es aprender a lidiar con el ritmo enloquecido de los condicionamientos y mandatos externos.
- El segundo reto es aprender gestionar nuestros enloquecido mundo interno que no para de vociferar.
La calma interna en medio del caos externo
Cuando se trata de aprender a sobrellevar la realidad exterior, bien sabido es que el contexto en el que vivimos no colabora en absoluto con lograr la paz interior. Continuamente nos invita a no parar, a seguir acelerados persiguiendo metas sin sentido que nos provocan más ansiedad que satisfacción y realización personal. Los medios de comunicación lejos de buscar conciliar, agitan la violencia y el ardor social. Estamos expuestos a un sin fin de estímulos irascibles y agresivos que agitan la marea mental provocando sentimientos de injusticia, de vergüenza y de indignación. Estos estímulos desencadenan una cadena interminable de pensamientos automáticos negativos que nos carcomen la cabeza y nos secan el corazón. Así, caemos en el desenfreno de todos contra todos, donde quien baja la guardia está en situación de amenaza. Aprendemos a sobrevivir en lugar de convivir, a defendernos en lugar de ennoblecernos, a sentir miedo y desasosiego, en un mundo, en un país, que aunque nuestro lo sentimos cada vez más amenazador e incierto.
No se trata de lograr la paz negando la realidad sino de no exponernos innecesariamente "de más" a cosas que nos hacen mal y que tampoco suman nada para poder cambiar aquello que deseamos transformar. Como decía el maestro Po: "La mente es como una raíz, absorbe todo lo que toca", es por eso que debemos preguntarnos con qué tipo de contenidos estamos alimentando lo más sagrado en nosotros: nuestra salud mental.
La manera inteligente y responsable de posicionarnos es hacer, desde nuestro humilde lugar, todo lo que está a nuestro alcance para sumar al bienestar y a la paz social. Mantenernos lejos de estímulos virulentos, de conversaciones insensatas y espacios estériles que agitan la violencia y no hacen ninguna propuesta benéfica no solo es una elección de vida sino que se ha convertido en una necesitad vital para no enfermar de desesperanza, de desaliento y de tristeza.
No se trata de mantenernos indiferentes sino de manejarnos de manera diferente: está a nuestro total alcance poner nuestro granito de arena en donde otros solo depositan quejan, devolver una sonrisa amigable, no olvidar decir un gracias, practicar la compasión, levantar la mirada y ejercer actos de generosidad. Estos hábitos de grandeza humana nos hacen sentir en paz, en congruencia con nuestra auténtica nobleza, nos ayuda a sintonizar con la activa tranquilidad de sentirnos parte del cambio que queremos visualizar.
Sin duda, en el contexto en el que estamos, lo verdaderamente revolucionario es ser pacífico y sosegado. De esta manera aprendemos a “estar” sin dejarnos tragar, a “pertenecer” sin ser parte de la violenta vorágine que no nos lleva a ningún buen lugar. Si mantenemos una distancia saludable respecto de lo que nos daña podemos encontrar un lugar dentro nuestro que se mantenga sereno e imperturbable en medio de tanta marea oscilante.
Estar sin confrontar, observar sin reaccionar, accionar sin provocar, servir de manera silenciosa y priorizar tener paz en lugar de buscar de tener razón, son los caminos que nos conducen a la serenidad y a la coherencia interior.
La calma interna en medio de las voces que vociferan
La tranquilidad interior no solo depende del ambiente externo, puede haber paz en el afuera y guerra en nuestra vida interna. Poder serenar las emociones embravecidas y desmalezar los malos pensamientos es fruto de un arduo trabajo interno en el cual aprendemos a vernos, a reconocernos y a aceptarnos a nosotros mismos tal cual somos, bajando esas frenéticas exigencias que siempre nos piden más, nos demandan que seamos diferentes y nos gritan que no somos suficientes. Bajarle el tono a nuestras voces internas no es amordazarlas sino aprender reconocerlas. Hemos de escucharlas primero para luego ubicarlas en el lugar correcto, pues muchas veces ponemos estas improductivas voces en un pedestal y les otorgamos el valor de absoluta verdad cuando apenas son comentarios sin sentido que nada nos aportan y malogran la amorosidad hacia nosotros mismos.
La tranquilidad interior no solo depende del ambiente externo, puede haber paz en el afuera y guerra en nuestra vida interna.
Nuestras voces internas no son las mismas que la voz de nuestra "verdadera esencia". La voz de nuestra esencia cuando nos habla nos colma de calma, no nos llena de ansiedad. Aprender a diferenciar una de otras nos abre camino a la tranquilidad y a la paz mental.
Cuando se trata de conquistar la calma, la mirada no se dirige ni hacia delante ni hacia atrás, sino hacia nuestra interioridad para limpiar las impurezas que nos roban la serenidad. Cada uno ha de preguntarse con absoluta honestidad ¿qué me está robando la paz? Pensar una cosa, sentir otra y hacer lo contrario nos coloca en la incómoda situación de sentirnos divididos por dentro. Del mismo modo, actuar en incongruencia con nuestros valores, eludir nuestras responsabilidades y postergar indefinidamente lo que ha de ser resuelto de una vez por todas, nos genera un ruido interno con el que nos es muy difícil convivir. Los beneficios a corto plazo, muchas veces nos traen inconvenientes a largo plazo, aquello que evadimos por pereza, por vergüenza, por falta de responsabilidad o por la imposibilidad de hacernos cargo, va erosionando nuestra tranquilidad mental. Y tarde o temprano, si somos buenas personas, nos sentiremos mal por nuestras malas decisiones o nuestras torpes omisiones.
Cuando se trata de conquistar la calma, la mirada no se dirige ni hacia delante ni hacia atrás, sino hacia nuestra interioridad para limpiar las impurezas que nos roban la serenidad.
Es por eso que la paz mental ha de ser cuidada como la más preciada conquista personal. Cuando uno actúa para sí mismo y para los demás en concordancia con los valores que dice proclamar, la serenidad mental emerge por sí misma sin ningún tipo de sacrificio.
Al correr los velos, los impedimentos y los obstáculos que nos imposibilitaban hacer contacto con lo más sagrado, la paz interior germina fruto de un verdadero trabajo interior.
La tranquilidad es un estado que tenemos que cultivar a diario, pues la mente es tierra fértil donde crece lo que más alimentamos en lo cotidiano. Ejercer hábitos que fortalezcan la serenidad interna es nuestra responsabilidad. Algunas sugerencias que son muy sencillas de implementar y nos aportan bienestar son:
Meditar
Es sabido que la meditación tiene efectos muy positivos en nuestra salud mental. Sin embargo, a muchas personas les cuesta sostener la regularidad, y en verdad, el secreto de sus beneficios es hacer de esta práctica una rutina diaria. ¡A no desanimarnos! Puesto que hay tantas formas de meditar como personas dispuestas a experimentar. Cada quien puede encontrar la manera que le sienta bien y pueda sostener. No hace falta sentarse en posición de loto y permanecer inmutable por horas. Entre lo ideal y lo posible, es preferible al menos dedicar unos instantes cada día a observar nuestra mente y tomar consciencia de lo que está sucediendo en ella sin que nos demos cuenta. Observar nuestras emociones y pensamientos, nos ayuda a gestionar nuestros contenidos internos con mayor objetividad y serenidad. Estos espacios de calma con nosotros mismos son remansos con los que podemos contar y tenemos que saber aprovechar. Estas benditas pausas nos permiten volver a la cotidianidad más lúcidos y centrados, para no desbocarnos con tanta facilidad.
Las pausas nos permiten volver a la cotidianidad más lúcidos y centrados, para no desbocarnos con tanta facilidad.
Darnos cuenta de nuestros juicios internos
Pues las críticas más severas no vienen de bocas ajenas, somos nosotros las personas más críticas y severas con nosotros mismos. Nada nos desordena más y nos roba la tranquilidad que una catarata de pensamientos y reproches que nos inundan hasta ahogarnos en nuestros patrones de pensamiento disfuncional. Reemplazar de a poco el criticismo por la calma es un arte al que nos tenemos que dedicar.
Ejercer la compasión,
Reconocernos humanos es un primer paso para dejar de demandarnos perfección. Cuando nos miramos con amorosidad estamos más dispuestos a perdonarnos y a re-conciliarnos con la persona que hasta ahora estamos pudiendo ser.
Practicar la gratitud
Cuando sentimos que todo a nuestro alrededor va de mal en peor, tendemos a caer en la visión de túnel y a enfocarnos únicamente en las desgracias. ¿Y si en lugar de alimentar el drama, damos las gracias? Nos resulta difícil encontrar qué agradecer hasta que eso que no valoramos desaparece o está en riesgo de desvanecer. Tomarse el tiempo para registrar al menos tres cosas diarias por las cuales dar las gracias nos ayuda a re-equilibrar nuestra tendencia a focalizarnos en aquello que no va como quisiéramos que vaya.
Sostener rutinas,
Tendemos a asociar esta palabra con aburrimiento y desencanto, sin embargo establecer actividades diarias sostenidas que nos agraden nos evita tener que decidir a diario qué hacer y qué no hacer. Esto libera espacio suficiente para enfocar nuestra mente en lo que más nos importa y nos enaltece. La rutina nos ordena, nos aligera, nos alivia. Una mente ociosa es vulnerable a quedar enredada en el sentimiento de vacío y sinsentido.
No negociar nuestra tranquilidad
Se trata de aprender a elegir a conciencia con quien o con quienes compartir nuestro tiempo y saber decir que no a aquellos eventos, conversaciones y personas que nos agobian y podemos evitar. Esto no representa en modo alguno no involucrarnos con seres que verdaderamente necesitan de nuestra solidaridad y generosidad, aquí me estoy refiriendo a esas personas tóxicas que ejercen la crítica y la negatividad como un hábito malsano y no tienen nada bueno que aportarnos.
Explorar por cuenta propia
Al fin de cuentas todos somos diferentes y lo que calma a algunos a otros los exaspera. Registrar y tomar consciencia de qué cosas nos ayudan a serenarnos y a recuperar la calma, es una muy buena estrategia para conocernos más de cerca. Hay quienes pintan, quienes se refugian en la música o en la escritura, otros se ejercitan y liberan energías. A cada quien le corresponde armarse de una valija de recursos valiosos y "anclas" sobre los que echar mano cuando están desbordados. No debemos esperar a desesperar para ocuparnos de nuestra inquietud y perturbación mental. Prevenir mediante el trabajo sobre sí supone conocerse a partir de la indagación y la auto-observación. Esta anticipación nos ahorra mucho malestar que podemos evitar si nos comprometemos en profundidad a edificar diques saludables que nos ayuden a encauzar nuestra emocionalidad hacia nuestra valiosa y tan ponderada tranquilidad mental.
Si queremos sentirnos bien, tenemos que aprender a elegir lo que nos hace bien y a trascender la tentación de posarnos por inercia en aquellos espacios y hábitos que nos restan y nos secuestran nuestra bendita calma interna. Cuida tu mente como el tesoro más preciado y aprende a darle el valor que verdaderamente tiene. Estar sanos de mente es una verdadera bendición que a veces no valoramos en su real dimensión.