La Impermanencia que todo lo atraviesa...
Una realidad que la Sabiduría Budista afirma y que se torna evidente en la propia mente, es que todo es “impermanente”.
Sin embargo, en nuestra cultura occidental, tan concreta y apegada a las cosas que sentimos como “nuestras”, nos resulta tremendamente difícil concebir la transitoriedad de lo que inevitablemente se desvanece, puesto que todo cambia y nada de lo que sentimos como “mío” es realmente de nuestra pertenencia.
Cuando nos “apegamos” y nos resistimos a aceptar la impermanencia de todo lo que nos rodea… estamos condenados a sufrir de más.
Ya se trate de aquello que rechazamos o aquello que decimos querer conservar… la ley de la impermanencia continuamente nos recuerda que no hace ningún tipo de excepciones, que todo esta sujeto a un cambio progresivo o radical.
Pretendemos desde la voluntad pelear contra el tiempo, e insistir en extender la juventud queriendo perpetuarla. Sin embargo… es arena que se desvanece de entre las manos. Del mismo modo, forzamos conservar un amor por no animarnos a “decir adiós”, o lo que es peor… rogamos ser amados, perdiendo nuestra dignidad, por no poder aceptar que hay cosas que “se terminan y pueden no tener vuelta atrás”.
Esta falta de conciencia de la Ley Universal de la Impermanencia hace que también no nos podamos ver a nosotros mismos de maneras distintas a cómo éramos tiempo atrás. Seguimos hablando en términos de “Soy así”, negándonos la posibilidad de avanzar y evolucionar. Nos reconocemos estáticos, cuando en verdad, somos absolutamente dinámicos… Es decir, podemos dar pasos atrás o bien pasos adelante en nuestro camino de aprendizaje, pero sin duda aunque queramos no podemos quedarnos en los mismos lugares en que hemos estado.
La Ley de Impermanencia de la que la Tradición Budista es su principal impulsora, incluye toda nuestra existencia: nuestros vínculos con los demás y los acontecimientos, nuestra identificación con nuestro cuerpo y nuestra variable personalidad.
También se aplica a la tendencia a aferrarnos a nuestros estados mentales, a nuestras emociones disfuncionales tanto como a aquellas emociones que experimentamos como placenteras y gratas.
Cuando estamos absorbidos por las historias que nos contamos, olvidamos la transitoriedad de lo que se nos impone como evidencia real. Sin embargo, seguramente cada uno ha sido testigo en sí mismo, de cómo la propia mente va evolucionando…Así, lo que antes despertaba ansiedad, hoy genera indiferencia, lo que garantizaba felicidad, de repente es una cosa más entre tantas otras que están, también puede pasar que lo que antes afirmábamos a capa y espada, hoy pensamos todo lo contrario. Esto no es ni bueno ni malo, es prueba evidente del permanente cambio.
La tristeza, la felicidad, la paz, la calma, la desesperanza son como nubes que nos abrazan pero se disuelven sino oponemos resistencia ni nos identificamos con ellas. La naturaleza de nuestras emociones es absolutamente circunstancial, lo que hoy sentimos, al tiempo queda atrás. Esta es quizás la verdad más difícil de aceptar para la cultura occidental, tan acostumbrada a “dar por sentado” lo que está en permanente cambio.
Cuando olvidamos la transitoriedad, sufrimos demás…
Una emoción "estancada" arrasa como un huracán cuando la alimentamos, la inflamos y nos aferramos. Esa emoción como una nube nos cubre y nos nubla la lúcida visión, que se revela cuando calma la marea cognitiva y emocional y nos damos cuenta que...
“...Todo pasa..”, “nada permanece”, “el cambio acontece”.
La vida se parece a un flujo de corriente permanente. Ni somos los mismos que ayer, ni sentimos lo de siempre. Ni pensamos igual, ni miramos de la misma manera. Absolutamente todo lo que sentimos pasará, tanto la tristeza que cala el alma como la felicidad que aparenta que se quedará. A un momento de dicha, le sigue otro de desdicha, a un momento de crisis le sigue otro de reconstrucción, en quien se anima a no quedarse eternamente “identificado” en una misma emoción o situación.
Absolutamente todo lo que sentimos pasará, tanto la tristeza que cala el alma como la felicidad que aparenta que se quedará. A un momento de dicha, le sigue otro de desdicha, a un momento de crisis le sigue otro de reconstrucción, en quien se anima a no quedarse eternamente “identificado” en una misma emoción o situación.
Apegarnos y aferrarnos a nuestros estados, ya sean buenos o malos, hace que si lo que sentimos es satisfacción, tengamos temor a perder esa gratificación y si lo que sentimos es insatisfacción, no podamos ver más allá de nuestra errónea percepción.
Cuando hacemos de una “foto” de nuestra vida, una película que no termina… pensamos que un “estado” se extenderá toda la vida. Sin embargo, desde mis propias vivencias y en la experiencia clínica como terapeuta, he visto infinidad de personas que de un severo estado emocional, de una angustia que parecía no acabar, han sabido dejarse acompañar para dejar atrás lo que parecía no tener final…
No se trata de subestimar la tristeza, la angustia y los pensamientos perturbadores que sentimos en un momento dado. Lo que en verdad nos genera un sufrimiento adicional es concluir que “así nos vamos a sentir” por el resto de la vida que nos queda por vivir…Esta es la ignorancia de la que la tradición budista habla…dar por sentado que todo se queda “estancado”, siempre en un mismo lugar.
Si obramos desde la inteligencia de la Ley de Impermanencia podemos confiar en que “esto y aquello también pasara”. Esto nos resguarda de no creernos nuestros melodramas y desconfiar de nuestra tendencia a tomarnos tan en serio aquello que nos quita el sueño.
La propuesta de este artículo, lejos está de minimizar lo que cada uno siente, por el contrario, se trata de respetar nuestro sentir en el momento presente, atrevernos con “sinceridad brutal" a mirar de frente nuestro mundo emocional, interrogar lo que nos pasa y cómo nos pasa, hasta llegar a conocer su causa. Esta actitud analítica… nos ayuda a desvanecer lo que en apariencia aparece como tan real, tan sólido y evidente...,
Pasa la tristeza, pasa la alegría, pasa la calma, pasa la agitación, pasan las personas por nuestra vida, pasamos nosotros por las de ellas. Y en esta ronda donde nos tomamos y soltamos de la mano, siempre hay algo más allá que nos está esperando…si nos animamos a "soltar" sin pretender tener seguridades y certezas que calmen nuestra impaciente ansiedad.
La vida se parece a una armoniosa danza que deberíamos aprender a bailar... no solo con el cuerpo, sino con la mente y con el alma. Una mente que flexibiliza y abre posibilidades y un alma dispuesta a crecer con cada acontecer. Así en el baile como en la vida, quien opone resistencia desentona.
Cuando nos resistimos, nos quedamos detenidos…en emociones oxidadas, en historias pasadas, en antiguas ideas, en viejas creencias.
La ley de Impermanencia, nos recuerda que nada podemos hacer más que “aceptar” el cambio y la transitoriedad, no solo de lo que nos rodea sino también de nosotros mismos como presencia. Tenemos fecha de caducidad, algún día dejaremos de estar y esa es una evidencia de la que muchas veces evitamos hablar. En Occidente tememos hablar de la muerte. Sin embargo, tener conciencia de muerte, nos ayuda a conectar más firmemente con el presente y evitar la tendencia tan humana a postergar dando por sentado que vamos a seguir estando en este plano mañana, pasado y dentro de un par de años. La muerte no es propiedad de la vejez, es característica aleatoria de cada ser. Somos absolutamente vulnerables, lo milagroso es que estemos vivos y lo valioso es que trabajemos con nosotros mismos para que llegado el momento de partir podamos sonreír en lugar de pasarnos revista de lo pendiente por vivir...
La conciencia de Impermanencia, nos recuerda que más que pelear contra el mar, un acto de sabiduría es aprender a surfear la ola y dejarnos llevar…
La conciencia de Impermanencia, nos recuerda que más que pelear contra el mar, un acto de sabiduría es aprender a surfear la ola y dejarnos llevar… No como camalotes a la deriva, sino como diestros conductores de nuestra vida. Una vida que reconoce que hay otra “Vida” con mayúsculas que tiene sus Leyes Inteligentes que nos trascienden. Aunque en nuestro plano terrenal no tengamos los recursos para comprender el por qué de muchas de las cosas que nos acontecen, nada en esta Vida es casualidad, nadie llega a nuestra vida por azar... Estamos atravesados por la sincronicidad, por las "coincidencias significativas" que cada buscador debe aprender a revelar y descifrar si observa "más allá" de su mera cotidianeidad.
Así como el agua de un río no pasa de nuevo por el mismo caudal, tampoco la respiración que estas inspirando y exhalando en este preciso instante volverá a tener lugar…La vida es un claro reflejo de nuestro acto natural de respirar. No hay vida si inspiramos y no exhalamos…No hay vida si tomamos y no soltamos. Exhalamos porque tenemos la firme convicción de que tras esa exhalación hay una nueva inspiración. Esta inteligencia aplicada a la vida de todos los días nos ayuda a perder el miedo a soltar, porque a ese acto le sigue un nuevo aire fresco que ayuda a renovar lo viejo y a dejar atrás.
Si no lo sentimos así, es porque necesitamos “trabajar sobre sí”, lo suficiente para aprender a fluir y lo necesario para dejar de sufrir. Esta es una verdad dolorosa, pero a la vez tremendamente liberadora. No hay construcción de lo nuevo sino hay destrucción de lo viejo. No nace la mariposa, si antes no muere la oruga.
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