¿Con qué conciencia arrancas tu día?
Nos levantamos por la mañana, nos lavamos la cara, abrimos el placard y elegimos la ropa apropiada. Antes de salir de casa nos aseguramos de no olvidar el celular, la cartera y los papeles que tengamos que llevar. Chequeamos que la puerta de casa quede bien cerrada y arrancamos el día con la tranquilidad de llevar todo lo que vamos a necesitar para no renegar…
¿Acaso no nos estamos olvidando de lo esencial? ¿Será que lo único que necesitamos es maquillarnos o alistarnos la corbata antes de salir de casa? ¿Qué pasa con el ánimo que nos va a acompañar durante toda nuestra rutina diaria? ¿Nos tomamos el tiempo para decidir con qué espíritu nos vamos a vestir? Seguro que a la mayoría, esto se les pasa por alto...
Se han dado cuenta que nos preocupamos más por salir elegantes y combinados que por lucir un rostro alegre, amoroso y servicial para ofrecer a los demás.
En esto de andar descuidados por dentro y arreglados por fuera, se ven tantas bocas impecablemente pintadas con expresiones pálidas y tanto traje refinado en hombros abatidos y decaídos.
Nos percatamos de que a nuestros envases les falta el contenido más importante: el destello y la luminosidad del entusiasmo que nos da el valor para seguir adelante y ponerle ganas a nuestra jornada diaria.
Al tiempo en que nos miramos al espejo y nos arreglamos el cabello para no salir despeinados, debemos generar el buen hábito de preguntarnos cada uno a nosotros mismos:
- ¿Con qué actitud abriré la puerta de casa?
- ¿Cómo me dispondré a llevar a cabo de la mejor manera mi trabajo?
- ¿Con qué disposición del ánimo emprenderé todo aquello que tengo asignado?
No es lo mismo salir ofuscados que salir animados de casa. Del mismo modo que no da igual portar un gesto predispuesto que calzar una expresión de queja e insatisfacción.
No sale gratis lo que nos decimos en nuestra rutina diaria
Nos enojamos cuando las cosas se nos traban, se demoran o no avanzan y no advertimos lo atravesados y obstinados que estamos al resistir los acontecimientos que vamos viviendo. En lugar de recibir la vida con los brazos abiertos y aprender de cada situación, lo que hacemos es mordernos los labios, contraer la mandíbula y maldecir lo que está ocurriendo. Nos decimos a nosotros mismos cosas tan poco constructivas como estas: "no me gusta este trabajo”, “quisiera desaparecer ya de este maldito lugar”, “detesto mi rutina de todos los días”, “con qué Injusticia me toca lidiar”, “no lo soporto más”, “esto va de mal en peor”. Estos comentarios no son gratis ni indiferentes a nuestro activo inconsciente que toma nota acerca de todo lo que nos decimos en voz baja y nos devuelve una emoción correspondiente a nuestra calidad de pensamientos y a nuestra energía de vibración.
La actitud de desgano, la cara de fastidio y la queja constante no se corresponden con la vida plácida, serena y gratificante que anhelamos e idealizamos tener.
Es como si quisiéramos obtener jugosas naranjas poniendo cada paso que damos semillas de árbol de limón. Sumado a ello, nos contamos el cuento de que vestiremos el mejor humor cuando la "Vida" al fin nos conceda “eso” que decimos que necesitamos para ser “ahora sí” felices de verdad… un nuevo trabajo, el viaje soñado, una pareja, terminar la casa, estar económicamente holgados, el hijo esperado, y un sin fin de peticiones y miles de demandas que la vida tan injusta y tirana no nos da.
A veces no nos damos cuenta que reclamamos generosidad al Universo y rebalsamos de egoísmo por dentro.
Cuando te preguntes porque la vida es tan ingrata e injusta, al mismo tiempo interrogate con absoluta sinceridad ¿Cuánto estoy ofreciendo de mi parte a la Vida que me abarca?¿Cuál es mi regalo cotidiano, mi aporte a la gran Fuente de la que todo fluye y vuelve? ¿Qué estoy donando de corazón abierto sin especular ni esperar recompensas? ¿Cuál es mi ofrenda amorosa y altruista al flujo de energía cordial que espero recibir?
A veces solo hacemos demandas insensatas sin considerar lo importante que es aportar nuestra porción cotidiana de amabilidad, de gentileza, de gratitud y de compasión para hacer de nuestro día a día, de nuestra vida, de nuestro país y del mundo un lugar mejor.
La importancia de la actitud cotidiana
Cometemos el error de restarle importancia a nuestra actitud cotidiana, sin embargo la suma de nuestros días dá como resultado la calidad de nuestra vida. Pareciera que lo que decide nuestra buena predisposición o no ante los eventos, es la cualidad de lo que nos espera afrontar. Si nos entusiasma lo que tiene que ser hecho ponemos buena cara y si nos agobia o no nos interesa nos los recordamos de miles de maneras: a través de la queja, del lamento y de la protesta. En lugar de hacer fácil lo difícil, lo hacemos más arduo al recordarnos lo mucho que no deseamos hacer lo que estamos haciendo. Y por supuesto, hacer lo que hacemos silbando y serenos no tiene la misma energía que hacerlo insultando y maldiciendo una y otra vez lo mismo.
La mayoría de las veces no es lo que hacemos lo que nos pone mal o nos fastidia sino cómo hacemos lo que hacemos y qué nos decimos mientras lo estamos haciendo.
Cuando lo mismo se ve distinto...
Se han preguntado alguna vez… ¿qué es lo que cambia cuando un día miramos nuestra vida y nos complace y al día siguiente la observamos y la detestamos?
Tenemos el mismo trabajo, la misma familia, la misma economía, el mismo cuerpo, los mismos complejos, los problemas aun no desaparecieron, y sin embargo vemos lo mismo, con ojos distintos y talante tranquilo.
¿Acaso es hechizo o magia? Sí, la magia de aprender a mirar con una mirada agradecida lo que sí está bien en nuestra vida. Y no se trata de falso optimismo o negación por lo que podría estar mejor, se trata de no dejarse abrumar por el hastío y el disgusto de aquello que quisiéramos mejorar o quisiéramos que sea distinto.
Abrazar con plena aceptación nuestras circunstancias y dar de nosotros lo mejor en el momento que nos toca atravesar, es la mejor actitud que podemos asumir para que lo pesado se haga más liviano, para no amargarnos y desmoralizarnos.
Las personas a gusto y satisfechas con su vida no tienen en común un determinado conjunto de circunstancias, sino más bien una forma particular de afrontarlas y una manera optimista y esperanzadora de apreciar el mundo . Asumir una actitud positiva provoca una reacción en cadena de pensamientos, eventos y resultados extraordinarios. Por ello, aprender a ser optimistas y tener una buena higiene mental puede hacer que disfrutemos mucho más de nuestro día a día. Por el contrario, si nos agobiamos de malas noticias, nos enredamos con gente negativa y nosotros mismos nos desalentamos, nuestra calidad de vida será el resultado del alimento mental con el que nos sustentamos a diario.
La buena noticia es que está a nuestro alcance desarrollar actitudes constructivas que cimienten una buena vida. Y todo empieza por vestirnos cada día con la mejor sonrisa y predisposición antes de salir de casa para afrontar nuestras rutinas cotidianas, sean cuales sean, desde las insignificantes y pequeñas, a las más trascendentes y elocuentes.
A pesar de que no siempre podamos cambiar nuestras circunstancias, hay algo sobre lo que siempre podemos intervenir: la actitud con la que asumir lo que nos toca afrontar.
No lo podemos todo, pero sí podemos donar nuestra cuota diaria de serenidad y de la paz para lidiar con lo que no nos gusta tanto y dar las gracias por todo lo que es digno de regocijarnos y a veces nos vemos por atosigarnos de diálogos internos insanos.
Los invito a que mañana antes de salir de casa se vistan con lo que nunca falla y no pasa de moda: una sonrisa amable, una mirada bondadosa y un espíritu agradecido. Es la mejor combinación que nos sienta bien a gordos y flacos, morenos y rubios, altos y bajos.
Les aseguro que al final del día, el cansancio del ajetreo diario tendrá sabor a satisfacción y dicha por haber asumido el día con una actitud distinta. ¡Esa es la verdadera conquista! Decidir cómo nos vamos a tomar la Vida que un poco vamos eligiendo y otro poco nos va tocando.