Gran parte de nuestros padecimientos y malestar psíquico provienen de un desajuste entre lo que pensamos, sentimos, decimos y luego hacemos. Cuanto más alineadas están estas cuatro acciones, más sintonizados y satisfechos estamos con la vida que llevamos. Pues logramos estar en coherencia emocional.
El propósito de mantener una coherencia entre el pensar, el sentir, el decir y el hacer es un desafío terriblemente difícil de sostener en el transcurso del tiempo ¡¡Así que a no desanimarse!! ¡Somos apenas humanos!
A quién no le ha pasado pensar una cosa, sentir lo opuesto y hacer lo contrario, o prometerse algo y hacer lo inverso el día después o bien sentir emociones muy contradictorias e incompatibles entre sí. Para no torturarnos a nosotros mismos ni sentirnos únicos y extraños, es importante reconocer que el ser humano es extraordinariamente complejo y contradictorio por naturaleza, dada su constitución psíquica.
Para poder comprender qué nos pasa cuando no logramos entendernos y menos aún ponernos de acuerdo con nosotros mismos, es necesario conocer cómo funciona nuestra mente y la estructura de nuestro cerebro. La Psicología Transpersonal y las Neurociencias nos aportan algunas respuestas. Así es que trataré de esclarecer este tema atendiendo a la estructura del cerebro (nuestra biología) y la complejidad de la mente (nuestra psicología).
Entonces, ante la pregunta: ¿Por qué nos resulta tan difícil sentir en coherencia con lo que pensamos y hacer en coherencia con lo que sentimos?
La respuesta sería: ¡somos extremadamente complejos y sofisticados! La evolución nos ha provisto a los seres humanos con la capa cerebral más externa y reciente en escala evolutiva, llamada Neocortex (nueva corteza). Esta área del cerebro posee el mayor volumen de neuronas especializadas y hacen posible las funciones que nos caracterizan como los animales humanos más especializados, estas son: pensar, imaginar y anticipar. Estas capacidades bien gestionadas son fuente de creatividad, racionalidad y perspicacia. Pero cuando no las usamos correctamente nos someten a estados emocionales de ansiedad, depresión, obsesión y exaltación. Es decir: podemos usar nuestra capacidad de imaginación para hacer una hermosa pintura, para montar un emprendimiento novedoso o bien para imaginar los peores escenarios futuros y angustiarnos profundamente por las imágenes que invaden nuestra mente.
Nuestra crianza, la educación, el proceso de masificación cultural y social van delineando el modo en que usamos estas funciones. Si hemos tenido una crianza muy sobreprotectora, por ejemplo, “anticiparemos” riesgos donde otras personas no los ven. Si en la cultura en la que nos desarrollamos se fomentaron determinados valores, en detrimentos de otros, tenderemos a “pensar” que “esto está bien” y “aquello está mal”.
Cerebro Triuno
La contradicción entre lo que pensamos y sentimos y luego hacemos deriva muchas veces de la fricción que se genera entre áreas cerebrales muy distintas, todas valiosas y necesarias para nuestro funcionamiento. Cada una de estas instancias tienen necesidades y leyes propias. Profundizar en cada una de ellas excede este artículo. Por lo pronto, importa que quede claro que nuestro cerebro se divide en tres, formando capas consecutivas de menor a mayor complejidad:
1- Cerebro Reptiliano o Visceral: presente en los reptiles. Instancia más antigua del cerebro. Responde al instinto de supervivencia. Se caracteriza por la acción mecánica y programada. Regido por el miedo.
2- Cerebro Límbico o Emocional: presente en los mamíferos. Con esta adquisición emergen las emociones y los deseos. Regido por los sentimientos.
3- Cerebro Neocortex: en menor medida en lo mamíferos evolucionados y en pleno desarrollo en los seres humanos. Da lugar a procesos de pensamientos más complejos. Regido por el razonamiento.
La estructura y organización del cerebro nos permite ver los rastros de la evolución de todos los seres vivos, desde el reptil al ser humano. Nuestro cerebro incluye a todos nuestros antepasados, nuestras conductas menos racionales y más impulsivas nos recuerdan a las criaturas más primitivas y poderosas que habitan en nosotros.
La biología nada descarta. Esta perspectiva nos invita a tener una mirada más compasiva y amable hacia nosotros mismos, comprendiendo que muchos de los comportamientos que nos afectan, nos limitan o nos avergüenzan han tenido una razón de ser en la historia y desde este impulso de supervivencia se expresan y se resisten a ser cambiados.
El trabajo sobre sí nos permite “ampliar conciencia” y desde allí gestionar estas instancias con lucidez. Ponerlas a dialogar entre ellas y llegar a acuerdos más saludables.
Nos sucede muchas veces, que nuestra parte más visceral y emocional entra en contradicción con otra parte que juzga y evalúa según lo que considera correcto e incorrecto. Como consecuencia de sus aprendizajes y condicionamientos esta parte nuestra racional decreta, critica y condena.
Si vemos a los animales, incluso a los niños quienes aún están desprovistos de semejante complejidad cerebral, notamos que son más simples y más libres en su actuar: tienen sueño, duermen, están molestos, lo manifiestan, no les gusta algo, dicen que no. En cambio, los adultos que hemos sido ya formateados y adoctrinados: “queremos decir que no a algo”, y de allí parten centenares de alternativas y cuestionamientos… “si digo que no, se enojarán”, “si digo que sí, luego no aceptarán un no como respuesta”, “digo que sí, pero iré mal predispuesta y la pasaré mal”, “digo que no, pero me quedaré en casa sintiendo culpa por no haber ido…” ¿seguimos? ¡Resulta cansador de solo leerlo!
¿Qué solución encontramos para poner fin a este conflicto y debate interior?
Si pensamos una cosa y sentimos otra... ¿Qué hacemos? Esta discordancia aumenta la incoherencia y la fricción interior. Entonces: ¿cuál es la manera saludable de resolver el conflicto? La respuesta dependerá de en qué medida, ante qué situaciones y con qué frecuencia resuelvo el debate interno atendiendo a lo que siento o bien a lo que pienso.
Lo que no resulta saludable son las conductas estereotipadas de caer en los extremos en los cuales “solo” hago lo que siento o “solo” hago lo que pienso. En la dualidad y la polaridad está el conflicto. Cuando SOLO hacemos una cosa y reprimimos la otra, actuamos mecánicamente, repetimos y nos volvemos sumamente previsibles. “Somos siempre de una misma manera”. El debate y la contradicción, por lo tanto, no se reducen a elegir por la razón o la emoción.
El Discernimiento
Las tradiciones de Oriente nos acercan una herramienta milenaria que resulta muy valiosa para resolver nuestros dilemas internos, le llaman: “La joya del Discernimiento” valido recurso para trabajar sobre nosotros mismos y resolver conflictos en los cuáles muchas veces nos perdemos. Podemos acceder a este valioso recurso si aprendemos a habilitar en nuestra interioridad el “Testigo Interno”. Este Testigo Interno se va instaurando con perseverancia y práctica del ejercicio de auto-observación en la vida cotidiana. Es una parte de nosotros que observa con lucidez todo lo que se mueve en nuestro mundo interno. Se instaura por encima de las contrariedades y sobrevuela las situaciones con una distancia óptima que nos permite contemplar los eventos con una mirada que no juzga ni crítica. Podríamos compararlo con el vuelo de un pájaro que desde arriba puede contemplar todo el paisaje sin alterar su vuelo. Así este Testigo Interno solo observa, registra y “discierne” una cosa de otra: distingue el sentir, del pensar, nuestra verdadera naturaleza de nuestros condicionamientos y mandatos, lo que queremos de lo que estamos acostumbrados, etc. Se trata de escuchar con amabilidad lo que sentimos y con respeto lo que pensamos. Y desde una mirada ecuánime reconocer que ambas vivencias son válidas, que el sentir no es menos valioso que el pensar (aunque en la cultura occidental se haya hecho un culto al pensamiento y la razón), atender a nuestras emociones es crucial para no enajenarnos de nosotros mismos y perdernos en los infinitos “deberías”.
El Discernimiento nos permite esclarecer gran parte de la confusión que se nos presenta y ante lo que nos debatimos hasta agotarnos, muchas veces sin sentido...Nos ayuda a “darnos cuenta” qué es qué en el embrollo de nuestros pensamientos y decidir de acuerdo a lo más conveniente para “esa ocasión”, en “ese momento”. Lo cual nos torna más flexibles y acordes al momento presente. Por ejemplo: podemos sentir que no tenemos ganas de asistir a un evento y respetar esa emoción sabiendo decir que no, y no sentirnos una mala persona por ello. Asumiendo el riesgo de que le desagrade a alguien nuestra decisión, pero claro está, no se nos va la vida en ello…hacer lo que sentimos sin obligarnos innecesariamente, será una buena decisión aquí. Ahora bien, también puedo sentir ganas de dejar la facultad porque me da pereza estudiar, pero las consecuencias de dejarme llevar por lo que siento en ese momento, tendrán repercusiones más trascendentes que no asistir a un evento ¿verdad? Estaré poniendo en juego un proyecto de vida. Quizás aquí sea más conveniente actuar de acuerdo a lo que “pensamos” que es conveniente, sin reprimir lo que sentimos sino siendo conscientes de ello y tratando de gestionar aquellas emociones que nos dificultan sostener un ansiado proyecto.
¿Pensante o Sintiente?
Hay personas que se mueven más cómodos en el mundo de la razón y funcionan en gran parte según “lo que corresponde” y los “deberías”, hasta aprendieron a rendirles culto. Otras en cambio, nadan como pez en el agua en sus mares emocionales siendo únicamente fieles a lo que sienten. Lo importante es comprender que no debemos elegir una posición o la otra. Lo saludable es la “integración” de la emoción y la razón en un todo armónico en donde ambos instrumentos deben sonar, pero cada uno a su tiempo y en su intensidad adecuada. Si nos manejamos solo en función de lo que “corresponde” seremos autómatas determinados por reglas externas y convenciones arbitrarias. Si solo respondemos a nuestros deseos y sentires, nos sentiremos libres en un primer momento, pero esclavos con el tiempo de nuestros impulsos irracionales y decisiones poco planificadas.
Somos coherentes si somos conscientes, somos conscientes si nos disponemos a observarnos a nosotros mismos, a hacernos cargo y tomar nuestras propias decisiones luego de hacer una síntesis que contemple la dimensión del sentir y del pensar. El Discernimiento nos allana el camino para sacar lo accesorio y el sin sentido y dejar al descubierto lo importante y trascendente para nosotros.
Sembrando co-herencia para cosechar virtud
Una vez resuelta esa fricción interna, buscaremos ser lo más “co-herentes” posibles con respecto a las acciones en las cuales se manifiestan nuestras decisiones. ¿Por qué esa separación conceptual? Porque es significativa… la palabra “co-herente” significa: heredarnos a nosotros mismos. Esto es, nuestras acciones heredadas de nuestros pensamientos y sentimientos. Nuestros pensamientos y sentimientos heredados de nuestros valores. La herencia más valiosa es la que podemos heredar de nosotros mismos, de la coherencia que podemos ir sumando y ganando en la medida en que nos preguntamos y reflexionamos acerca de nuestra propia vida. Cuando digo “la propia vida” me refiero a lo que es realmente trascendente para cada uno, que por supuesto puede diferir de lo que puede ser fundamental para otra persona. El debate y la confrontación que solo atañe a los “debería” y “tendría” propios de la mente caótica orientada hacia el exterior y expectativas ajenas solo suma confusión y desequilibrio interno.
Trabajar día tras día en ser cada vez más coherente con nosotros mismos, con nuestra Esencia, con nuestros verdaderos anhelos, nuestros sueños y valores es acercarnos a una mirada integradora y auto-realizante. Desde aquí el sentir, el pensar, el decir y el hacer podrán convivir sin batallar incansablemente entre sí.
Te animo a que cada noche al concluir tu día, en silencio e intimidad, te interrogues: ¿Qué tan coherente fui hoy? ¿Va en concordancia con lo que quiero heredar de mí en un futuro? Con que estas preguntas estén presentes en tu vida, ya deberías sentirte orgulloso de vos mismo...
Quien hace estas preguntas es esa instancia eterna y profunda que “nos sabe”: la Esencia. Respetuosa y comprensiva de lo difícil que es ser un ser humano y admirada de quien se esmera por mejorarse y desplegarse. Este núcleo íntimo desde lo hondo se acerca y nos interroga con voz pausada y serena. Muy diferente a otra instancia mucho más severa, con la cual solemos confundirla, que interpela y exige con mirada crítica y que conocemos como “súper yo” (también conocida como el pajarito que taladra la cabeza…). Las dos tienen voz, pero nos dicen cosas totalmente distintas: la primera nos alienta, la segunda nos exige y critica. Escuchar la voz de la Esencia es como distinguir el sonido de una cajita musical en medio de una metalúrgica en plena actividad. Resulta difícil pero su sonido nos orienta y nos ayuda a no perdernos de nosotros mismos.
¿Razón o emoción? La respuesta es consciencia e integración para heredar aquellas acciones coherentes con nuestros anhelos y valores.
Psicóloga Corina Valdano.