Un profundo dolor, una separación inesperada, la muerte de un ser querido, crisis personales o duras enfermedades. Situaciones todas inevitables por las que podemos llegar a transitar, en algún momento en la vida… Cuando la existencia “aprieta”, tenemos un margen posible de elección. ¿Cómo vamos a transitar esa experiencia? Podemos elegir comprimirnos o expandirnos. Elegir lo segundo a lo primero, es tener la entereza de afrontar la adversidad y hacer algo constructivo con esa vivencia.
No conozco persona que siga siendo la misma luego de transitar por una experiencia francamente difícil. Para bien o para mal, la persona que estaba allí antes de ser arrasada por el huracán, ya no está… ¿Quién es ahora? Será, la persona que elija ser a partir de transitar ese inmenso dolor con dignidad o bien, detenerse y resentir toda su vida ese dolor que no ha logrado soltar.
La psicología de oriente, diferencia entre dolor y sufrimiento. Más específicamente, la filosofía budista sostiene que “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”.
El dolor, es una condición inherente a la vida, es una emoción por la que todos pasamos o habremos de pasar alguna vez…Y es aquí donde radica la diferencia respecto del sufrimiento: cuando sufrimos es porque “nos hemos quedado a vivir en el dolor”. Nos hemos apegado a una emoción que debe ser reconocida y transitada, para luego dejar sanar y poder seguir… Cuando una emoción cava muy hondo y se queda en nuestro interior más allá del tiempo saludable, podemos llegar a confundir nuestra “identidad” con esa emoción intensa que no logramos dejar atrás. Así en lugar de sentir dolor, “SOMOS nuestro dolor”, “encarnamos nuestro dolor”, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los treinta días del mes, los trescientos sesenta y cinco días del año. Y cuando en un momento de lucidez levantamos la mirada y logramos ver un poquito más allá de nuestro enorme pesar, se nos pasó la vida rindiendo culto al padecimiento y a la aflicción.
Sin embargo, hay personas (y conozco muchas) que lloran todo lo que necesitan llorar, se repliegan el tiempo que precisan y se enojan con la vida el tiempo “suficiente”, ¡no más! Y al mirar hacia el frente ven la vida con otros ojos, se aprecian a sí mismos diferentes, sienten “otro sabor si” …no más amargo, sino más intenso. Sienten en su interior el ardor de quien soporto lo que nunca pensó soportar, y descubren en esa superación personal una fuerza interna que desconocían de sí misma. No son personas excepcionales ni más fuertes. Todos podemos ser resilientes. Pues, dentro nuestro anidan como potencial todas las semillas que necesitamos desplegar, para asumir con entereza las experiencias que forman parte de nuestra más profunda evolución. La diferencia entre las semillas que germinan y las que no, dependen de su cuidador… de la dedicación para fertilizar la tierra y regar las que necesitan hidratarse para poder convertirse en los frutos de nuestra maduración. La tierra fértil será el contexto adecuado y los frutos devendrán de la actitud que asumamos ante lo que nos sucede, a pesar del hondo dolor. Y, cuando el contexto no forma parte de nuestra posibilidad de elección… solo nos quedan las semillas para cultivar la actitud más noble ante la dificultad que nos toca transitar.
Nacen brotes verdes de la tierra seca, nace la flor de loto más hermosa del lodo…Así como la naturaleza, podemos renacernos a nosotros mismos, aún en los peores escenarios, desde una mejor versión, más íntegra y consolidada.
Seguir adelante a pesar de todo
Quien logro seguir adelante más allá de su dolor, transitando sus etapas, respetando y honrando el propio sentir. Puede, con mucha determinación, como quien toma el timón en medio de la sudestada… “hacer píe” en la parte más saludable de sí, en un núcleo esencial que esté libre de dolor, esa parte...que, en medio del sinsentido, encuentra algo por lo que vale la pena juntar lo que quedó de sí y empezar a enlazar: a entretejer el dolor con lo creativo, la crisis con la oportunidad, el pasado y lo perdido con el futuro y lo por nacer. Y esto por nacer, es algo que necesita “ser parido” y no por cesárea…y como todo parto que conlleva un inmenso dolor, también nos trae la mayor satisfacción. Se trata de volver a nacer, pero esta vez sin anestesia, sintiendo cómo la vida de tan “real” se ha tornado cruel, y así y todo elegimos estar del otro lado del umbral. Un poco dejándonos ayudar, y otro tanto ayudándonos a nosotros mismos.
Para “pisar” en este lugar hace falta algo intransferible: “querer estar bien”, y aquí no tiene que haber lugar a dudas. Una vez tomada la decisión, la vida conspira y se alinea para que lo terrible no vaya siendo tan terrible. Y aquí el camino se bifurca una vez más entre dos alternativas:
¿Resentir o resignificar?
Re-sentir es volver a mirar lo mismo y sentir una y otra vez la misma emoción, como quedándose estancado allí. La palabra “resentimiento” deriva de allí, de quedarse fijado a un sentimiento que no nos sirve para construir y seguir.
Re-significar, en cambio, es volver a mirar lo mismo y verlo distinto o bien, verlo igual (porque sigue siendo doloroso) pero otorgarle algún significado o sentido. También, jugando con la palabra, podemos pensarlo como la habilidad de ponerle otro “signo” al evento que sucedió o a la circunstancia de mi vida hoy. Lo que en algún momento fue una exclamación (¡!) de dolor, de bronca, de desesperanza…hoy puede habilitar una tímida pregunta (¿?), un PARA QUÉ que nos empuja hacia adelante, que nos arraiga a la pulsión de vida.
Desde el re-sentir nos preguntamos ¿por qué a mí? y la emoción que la acompaña es la culpa: dirigida hacia uno mismo (por lo que podría haber hecho y no hice), hacia otro/s (por lo que me hicieron) o hacia la vida (porque me toco justo a mí). Somos víctimas y victimarios a la vez.
En cambio, desde el PARA QUÉ, la culpa cede lugar a la responsabilidad y de víctima decidimos ser protagonistas de nuestras propias circunstancias.
La persona resiliente asume esta última actitud y no solo se sobrepone a una situación adversa, sino que sale fortalecida de ella, se vuelve más resistente porque ha sido atravesada por las lanzas de la vida y supo ponerse de pie, y a la vez se torna menos dura porque busco dentro de sí la flexibilizad para gambetear la desdicha y jugar el partido más difícil de su vida…No hay mayor gloria que colgarse la propia medalla y reconocer nuestras batallas ganadas.
Aprendiendo a ser Resiliente
No es necesario afrontar situaciones límites para transformarse a sí mismo en una mejor versión de sí. Sin embrago, no queda duda que cuando la vida nos golpea, el crecimiento es la mejor salida al dolor. Podemos entrenarnos en ser cada vez más resilientes para proveernos de los recursos fundamentales para transitar la vida con entereza.
La experiencia clínica, las vivencias de personas cercanas muy queridas y la propia experiencia de vida me ayudaron a reconocer las características centrales de las personas resilientes:
- Aprenden de cada experiencia y no se auto-torturan por los errores que cometen, los capitalizan y transforman en ocasión de aprendizaje.
- Son personas reflexivas, la soledad les resulta un tiempo “fértil” y valioso para conocerse a sí mismos.
- Saben rodearse de las personas apropiadas. Tejen redes sociales afectivas y significativas, más que buscar rodearse de gente.
- Saben perdonar con mayor facilidad.
- Son personas honestas consigo mismas que se atreven a mirar de frente todo lo que sienten, sin evitar ni discriminar ningún sentimiento.
- Son personas muy sensibles, que no es lo mismo que frágiles. Son personas “menos defendidas”, que reconocen y admiten su vulnerabilidad y saben tratar con ella.
- Se atreven a expresar lo que sienten. Buscan canales para exteriorizar sus emociones
- Se vuelven más intuitivas por estar más conectadas con su interioridad y por las experiencias transmutadas en sabiduría.
- Fortalecen su autoestima, pues su seguridad no reside en lo que piensen los demás sino, en el conocimiento de sus propias capacidades.
- Como consecuencia son generosas y no ven a los demás como competidores. Están centrados en su vida y en hacer lo mejor posible con ella.
- Se orientan en función de un propósito, tienen fuertes convicciones y se sustentan en éticos valores.
- Se vuelven más fácilmente felices. Disfrutan de lo simple y de lo sencillo. Es un bienestar que prescinde de objetos de deseos, y objetivos externos, pues se centra en la actitud. Es una disposición del espíritu.
- Eligen invertir su tiempo en lugar de “pasarlo”.
- Saben diferenciar entre lo urgente y lo importante. No pierden de vista lo importante por atender a lo urgente.
Para seguir investigando si resuenas con esta temática, te dejo un libro como recomendación: “El hombre en búsqueda de sentido”, escrito por Viktor Frankl. A mi criterio, un referente y maestro en esta disciplina de aprender a lidiar con el padecimiento humano. Escribió este libro luego de sobrevivir muchos años en varios campos de concentración nazis.
“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
Viktor Frankl.
Psicóloga Corina Valdano.