En este artículo me gustaría abordar un tema esencial que hace a la construcción y al diseño del camino que hemos de andar. Muchos se preguntarán y otros quizás ni siquiera adviertan una pregunta tan compleja y a la vez simple en su naturaleza:
¿Cuánto en nuestra vida es decisión y cuánto “se fue dando” sin ninguna activa intervención?
Como un camalote a la deriva, entregado a la desidia…y al devenir de las inclemencias del clima, a veces vamos por la vida sin ninguna iniciativa. O por el contrario, en otros casos, vamos forzando y empujando lo que en realidad necesita ser liberado y entregado, sin oponer resistencia, sin insistir demasiado.
¿Cómo intervenir sin forzar? ¿Cómo diferenciar la voluntad de la vana terquedad? ¿Cómo ser protagonistas de nuestra vida, renunciando a la omnipotencia y soberbia con la que a veces nos posicionamos ante nuestra finita existencia?
Existen grados en esta delgada línea en cuyos extremos se ubican la obstinación por tener total dominio y control, y la entrega laxa de dejarse llevar por lo que la vida nos trae.
Los que forcejean con la vida
En un extremo, la insolencia y la ignorancia de creer que todo es resultado de los movimientos que uno haga, desconociendo que hay variables, factores y fuerzas que nos trascienden y nos afectan. Aquí se sitúan las personas necias, que confunden la perseverancia con la fijación, la ilusión con la obsesión, que disfrazan de voluntad lo que en realidad se parece más a ruda terquedad. Cuando esto nos sucede, la ceguera por ir tras lo planeado nos impide re-preguntarnos y plantearnos nuevos caminos si los andados no conducen a los lugares esperados.
Seguir cavando en el mismo pozo a veces nos hunde en nuestro afán de encontrar “petróleo”, ¿verdad? Personas que insistentemente golpean una y otra vez las mismas puertas, golpean y golpean hasta sangrar sus puños y agotar todas sus fuerzas: un trabajo ideado que no se concreta a pesar de los mejores esfuerzos, una pareja que no prospera después de miles de apuestas, un hijo biológico que no llega tras incansables intentos…Así, un listado de situaciones, circunstancias y condiciones que parecen no fluir en nuestro devenir. Como si la vida nos dijera al oído… “Hay otros caminos ¿no los ves?”
Muchas veces la respuesta es “no”, no los vemos… porque vamos cabeza gacha tras propósitos programados en tiempos pasados, que hasta han dejado de ser propios… han pasado de ser auténticos deseos a ser vacíos apegos, que nos mantienen esclavizados en nuestra falta de flexibilidad para fluir con lo que la vida nos trae.
Los que “esperan” pasivamente de la vida.
En el otro extremo, la flojera y la insensata pretensión de que todo nos sea dado y facilitado. Aún, todavía más doloroso es advertir que uno ha transcurrido su vida sin decidir, en una especie de total “ausencia de sí”.
“Nos casamos porque no dijimos que no… Tuvimos hijos porque es lo que sigue… Trabajamos en donde siempre porque ahí comenzamos…”
Así, un paso le sigue al otro pero no hay un verdadero “pisar” en nuestro territorio vital. Cuando esto nos sucede, somos ajenos a nuestros propios anhelos, nos olvidamos de nuestros sueños y nos contentamos con sustitutos placenteros.
Aquí la vida es como el viento y uno se deja llevar, olvidando conectar con la más profunda vitalidad.
Apenas siendo humanos, no tendremos la fuerza del viento pero sí podemos orientar las velas de nuestro velero. Aquí radica el punto intermedio entre estos dos exagerados extremos.
Un recurso a desarrollar en esta danza entre lo que la vida nos ofrece y nuestra parte de responsabilidad es “el discernimiento”. Esta fina habilidad de la mente que nos acerca las tradiciones de Oriente, nos propone poner claridad y diferenciar lo sustancial de lo superficial. Agudizando nuestra capacidad de atención y auto-observación, podemos “darnos cuenta” cuando estamos forzando demás una situación y cuando es necesario seguir ejerciendo voluntad.
Como panadero amasando su masa, el oficio de la propia vida requiere dedicación y tenacidad, movimientos firmes y precisos y luego “dejar leudar…”. Así en la vida, hemos de asegurarnos de hacer los esfuerzos necesarios y luego aprender a “soltar”. La insistencia solo genera resistencia y lo forzado siempre sale mal. Ejercer nuestra parte de responsabilidad es aprender a “responder con habilidad” ante lo que la vida nos trae.
Como dijera el maestro sufista Ali al-Khawas:
“Toda la sabiduría puede resumirse en dos líneas: lo que se hace por ti, permite que se haga y lo que debas hacer tú, asegúrate de realizarlo”.
Dejar que las cosas tomen su curso a veces es aún más difícil que dejar de remar en el oleaje del mar. Sin embargo, es un movimiento pasivo necesario en la búsqueda de este equilibrio interior. Poder reconocer ante sí que uno hizo lo humanamente posible e intervino en su vida con plena participación.
Por último, les diría a cada uno de los que resuenen con este escrito… “Haz la mejor jugada con tus cartas y piensa cada movimiento estando bien “despierto”. Lo que resulte de eso no puede salir mal…porque lo interesante de la vida es aprender a jugar, el resultado no está garantizado pero el aprendizaje es total.
Cada vez que la dicotomía entre retener y soltar se presente en la vida, la respuesta no es optar por una u otra categoría sino obrar nuestra parte de responsabilidad.
Cada vez que la dicotomía entre el control y la desidia se presente en la vida, la respuesta es estar atentos a “no dejarse estar”, el secreto es estar despiertos a “no forzar demás”.