Cuando adaptarse no es saludable
¿Eres de las personas que se adaptan con facilidad a situaciones de malestar? ¿Te cuesta salirte a tiempo de relaciones, de lugares o condiciones que dañan tu integridad o deterioran severamente tu autoestima? ¿Te cuesta darte cuenta de cuándo la cosa va de mal en peor… y seguís ahí “aclimatada/o” al dolor? Si la respuesta es sí, puede que estés sufriendo el “síndrome de la rana hervida”.
¿Qué es el Síndrome de la rana hervida?
Sabías que si se pone una rana en agua hirviendo, la rana por instinto salta. Pero si se la pone en una olla con agua fría y luego se enciende el fuego, la rana no percibe el riesgo y va aclimatando su temperatura corporal a la temperatura del agua que se va elevando. Así, casi sin darse cuenta, en su comodidad y acostumbramiento, no salta de allí a tiempo y acaba muerta por el agua hirviendo.
A nosotros, como a las ranas puede pasarnos lo mismo si no tomamos consciencia a tiempo de “saltar” de todo aquello que puede resultar perjudicial. Como animales humanos que somos, tenemos tendencia a acostumbrarnos y a dejar de preguntarnos acerca de lo bueno o malo que puede ser para nosotros mantenernos en determinas circunstancias o sostener ciertos vínculos.
Hay personas más propensas que otras a quedar atrapadas en esta especie de letargo y adormecimiento:
- Aquellas con tendencia a sobre-adaptarse demasiado.
- Aquellas que se preguntan muy poco acerca de sus sensaciones internas y sus sentimientos.
- Quienes tienen poco o nulo contacto con su mundo interno.
- Quienes suelen conformarse con lo que la vida les trae, sin tener ningún tipo de iniciativa o sana rebeldía.
Lo terrible en estos casos es que estas personas suelen confundir su desatención y descuido personal con virtudes o atributos que en su medida justa enriquecerían la personalidad, pero que en exceso la deterioran. Ser tolerante y complaciente ante lo que nos daña, no es meritorio.
La paciencia, la tolerancia, el estoicismo, la serenidad y la adaptación a lo que no es bueno para sí, es más indicio de auto-abandono, dejadez y falta de amor propio que atributos dignos de admiración y fruto de una maduración personal.
No hay empatía, amor a los demás ni paz interior que vaya de la mano de no saber decir que no ni de no poner una distancia apropiada a lo lesivo o negativo. Inmolarse por los demás es un atentado contra nosotros mismos, no nos vuelve más nobles ni espirituales.
Si este síndrome no te afecta a vos, mira a tu alrededor… ¿Quién no conoce a una persona que nunca se queja, que no sabe decir que no, que se adapta a lo que sea? Hasta son llamadas por los demás como “serviciales”, “bondadosas” o “santas”. Más que altruistas, estas personas son más bien ranas hervidas, que han perdido total registro de lo que les hace bien y lo que les hace mal. Se han aclimatado al agua hirviendo y ya ni siquiera se dan cuenta de lo anestesiadas que están. Estas personas suelen ser víctimas de personas manipuladoras y abusivas.
El agua que va hirviendo silenciosamente puede ser una relación de pareja que se fue volviendo tóxica, una familia disfuncional y manipuladora, un trabajo que nos genera sufrimiento y malestar, o cualquier otra situación que no sea beneficiosa para nuestro crecimiento y desarrollo como personas.
Recuerdo que cuando era estudiante y vivía sola, por despistada, a veces dejaba el gas abierto. Podía pasar horas sin darme cuenta de lo “intoxicado” que estaba el lugar. Cuando bajaba al almacén y volvía a entrar, notaba lo tóxico del ambiente. Sin embargo, minutos atrás ignoraba que me estaba quedando sin oxígeno. Salirme de allí y volver a entrar, me hacía notar la diferencia.
Las llamadas “ranas hervidas” al no salirse de su olla, no perciben lo disfuncional y lesivo de su atmósfera. La vara de lo saludable se fue corriendo de a poco y han aprendido a “naturalizar” lo que en verdad es patológico.
Como terapeuta, muchas veces me toca alertar a personas que están sumergidas en agua ardiendo y a punto de ser calcinadas. Hay quienes en lugar de saltar a tiempo, han engrosado su piel para no sentir dolor, para no aceptar la realidad, o para no hacer nada que cambie sus circunstancias.
¿Por qué no se salta a tiempo de una cacerola hirviendo?
Algunas de las razones que llevan al letargo y a la infelicidad de quedar carbonizados son:
Miedo al conflicto:
Temor a confrontar con los demás por manifestar descontento o disconformidad.
Negación:
No querer aceptar que una relación llegó a su fin, que una situación se volvió insoportable, que lo que debería ser beneficioso es perjudicial.
Falsa esperanza:
Autoengaño sostenido en la ilusión de que las cosas cambiarán.
Resignación:
Sumisión a lo conocido por miedo a lidiar con la incertidumbre de lo desconocido.
Desconexión interior:
Olvido, ignorancia o incapacidad para identificar lo bueno para sí, las necesidades “reales” propias y priorizarlas.
Falta de confianza en nuestros recursos:
Creernos que no seremos capaces de ir demasiado lejos si saltamos de la olla hirviendo.
Intoxicación progresiva:
Cuando lo que era bueno o saludable se fue enfermando de manera tan paulatina que no identificamos en qué momento fue que la cosa cambió para mal.
Cuando los que encendemos el fuego somos nosotros
Cuando la vida nos quema por dentro, una manera de eludir la responsabilidad es culpar a quien encendió el fuego, al dueño de la olla o al agua de que se calienta sin que nos demos cuenta. Rara vez nos preguntamos cual es nuestra parte de responsabilidad, cómo contribuimos a enviciar y sostener ese ambiente perjudicial. Más que víctimas sin salida, a veces hacemos la “vista gorda” porque mirar de frente nuestra realidad supondría hacer el esfuerzo de saltar y eso cuesta un ajetreo con el que no estamos dispuestos a lidiar.
Cuando esa actitud derrotista nos devora acabamos por desconectarnos del todo, ponemos piloto automático y nos volvemos totalmente ajenos a nuestros deseos y necesidades. Sin embargo, no es fácil convivir con la sensación de sentirnos desleales ante nosotros mismos. Saber que podríamos haber saltado y no saltamos, va gestando un sentimiento de auto-traición que nos avergüenza y nos indigna. Y a veces eso es lo mejor que nos puede llegar a pasar… cuando el sentimiento de indignación supera el miedo que nos da saltar, podemos exclamar a viva voz ¡yo no soy digna/o de este trato o de esta horrenda situación! Y esa es la oportunidad para tomar fuerzas y dar la zancada. Hartarse hasta las entrañas, nos despierta de la anestesia y nos da el vigor para decidir lo impensado tiempo atrás.
Sin embargo, también es importante señalar que no siempre la culpa es ajena, ni hervimos en ollas que no son nuestras. Muchas veces, la responsabilidad es propia. Solitos, solitas nos metemos en la olla y encendemos el fueguito. Podemos ser víctimas y victimarios de hábitos que nos van destruyendo lentamente. No hacer nada para cambiar lo que nos daña, lo que nos da insatisfacción o empobrece nuestra vida es lo que nos anestesia en una especie de conformismo existencial disfrazado de falsa paz, que va calcinando nuestros anhelos y sueños.
La desidia, la pereza y la falta de osadía nos mantienen sumergidos en la olla hervida. Hasta somos capaces de contarnos el cuento de que estamos en aguas termales, con tal de no asumir que nos estamos quemando por dentro y quitándonos posibilidades de una vida más animada, más saludable y despierta.
Desensibilizarnos ante la vida o engrosar la piel para no sentir dolor emocional es cometer un suicidio parcial, porque claro está que: no está vivo quien respira sino quien está consciente de su existencia y hace algo valioso con ella.
¿Cómo podemos cuidarnos de no convertirnos en ranas hervidas?
Hay ciertas actitudes de auto-cuidado consciente que podemos ejercer para no terminar ardiendo en agua hirviendo:
- Sostener un estado de atención y monitoreo interno respecto de cómo nos estamos sintiendo momento a momento en relación a los vínculos que sostenemos y en las distintas situaciones en las que estamos insertos. Esto nos permitirá detectar a tiempo cuando “el agua se está calentando”.
- Discernir cuando es necesario adaptarnos y cuando definitivamente no. Cuando tolerar resulta sano y cuando es fruto de la resistencia y negación a hacer algo con nuestra insatisfacción.
- En momentos de lucidez, establecer límites claros respecto de lo que vamos a tolerar y lo que no y mantenernos firmes e inamovibles en relación a ellos.
- Mirar de frente la realidad, sin negarla o disfrazarla. Ser lo más leal y honestos posible con nosotros mismos.
- Nunca dar por sentado ni dejar de preguntarnos. “Sacar cabeza bajo el agua” para ver cómo se ve desde fuera. Conversar con personas de confianza que puedan darnos una apreciación más objetiva de la situación que estamos viviendo.
- Agotar de una vez por todas las falsas esperanzas de que las personas que nos dañan van a cambiar. ¡Decir basta nos salva!
- Admitir cuando la situación nos superó. Si el agua se pasó de tibia a caliente y nos sentimos inmovilizados para poder dar el salto, lo mejor que podemos hacer es pedir ayuda terapéutica.
La temperatura “justa”
Como seres sociales en constante interdependencia e interacción, necesitamos relacionarnos con los demás, ser flexibles, tolerantes, empáticos y pacientes. Aceptar que las circunstancias no siempre serán las deseadas y que en ocasiones tendremos que adaptarnos y ceder, nada tiene que ver con quedarnos sometidos y presos de situaciones y vínculos que nos dañan.
Tener en cuenta a los demás es una actitud sana cuando eso no supone desconectarnos y pasar por alto lo que a nosotros nos pasa. Relacionarnos sabiendo decir que sí y que no, haciendo concesiones y poniendo límites claros es la medida justa para no caer en extremos exagerados.
Nunca debemos olvidar que es tan pernicioso y malsano ser intransigentes e inflexibles como ser extremadamente adaptativos, acomodaticios y sumisos.
Si adaptarte demasiado te llevo perderte de vos, no te conviertas en rana hervida. Siempre estás a tiempo de saltar o de pedirle a alguien que te tienda una soga. Salir de la olla es el acto más beneficioso, digno y respetuoso que puedes hacer por vos.
No te quedes agonizando en aguas turbias habiendo tantos manantiales de aguas frescas en donde puedes sentirte como pez en el agua. Te darás cuenta de eso cuando la osadía, la valentía y el amor propio te den la energía para hacer la acrobacia que puede salvar tu vida de la agresividad, del maltrato, de la mediocridad y del sinsentido de una existencia soportada o de tus propios hábitos que tanto de dañan.