Cuantas veces nos enojamos porque las cosas no nos salen tal como esperábamos, un examen desaprobado, un trabajo del que quedamos fuera, un emprendimiento que no prospera, una relación que no florece aunque sigamos regando…Miles de formas en donde la Vida como dueña y señora nos recuerda nuestra finitud y nuestra limitada injerencia en el devenir de nuestra existencia…
Así, mirando con desconsuelo lo que no pudo ser, nos resistimos a recibir lo que la vida tiene para ofrecer. Nos paramos con prepotencia a exigir que las cosas sean de tal o cual manera…Llegamos a enojarnos con los demás, con lo que acontece, con lo que no sucede y hasta con nuestro mundo emocional…nos enojamos por sentirnos tristes, nos entristecemos porque no estamos contentos, nos fastidiamos por sentir esto o aquello…
¡Cuánta energía malgastamos por querer ganarle a la Vida la pulseada! ¡Y cuantas cosas se nos pasan por alto por solo mirar obstinadamente hacia un solo lado!
La Vida es ante todo esquiva, cambiante y desprolija, desde nuestra visión perfeccionista pretendemos que siempre dos más dos sean cuatro. Pero la inteligencia de la Vida nos recuerda a cada instante que somos apenas seres humanos con limitada participación en la gran orquesta de toda la creación.
Esto no quiere decir que la solución sea quedarnos sentados a esperar que la vida nos provea. Quienes optan por esta postura laxa, más que aceptación es falta de energías y ganas para aventurarse a la acción. Ese pasivo conformismo tiene sabor a resignación y a depresión. En nada se parece a la sabia maduración que deviene de discernir aquello en lo que podemos intervenir de aquello en lo que no y debemos aprender a dejar fluir.
Es muy importante ante cada situación o decisión, asegurarnos de “hacer nuestra parte” lo mejor que podamos y entregar el resultado a esa gran porción de la vida que nos trasciende, que depende de causas y condiciones que no manejamos porque somos apenas seres humanos. Y es muy sano que nos recordemos esto más menudo… “apenas seres humanos…haciendo lo humanamente posible, ni más ni menos.”
En la industria del Desarrollo Personal se dicen frases al pasar con demasiada ligereza: “Querer es poder”, se afirma como “sentencia” y fuerza de gran verdad, poniendo bajo nuestra absoluta responsabilidad el devenir de nuestra subsistencia. Frases como estas, tienen la intención de “empoderarnos”, sin embargo genera el efecto totalmente contrario si lo ansiado no es alcanzado. Nos sentimos culpables por no haber dado lo suficiente y como consecuencia nos debilitamos y nos desmoralizamos: “Quizás si hubiese hecho…”, “Tal vez no lo he deseado lo suficiente…”, “Cómo dejé escapar esa oportunidad…”. Nuestra mente nos parlotea dejando fuera un gran criterio de realidad: la Vida es como es, no como queremos que sea.
No todo lo que queremos es posible de ser concretado, “hagamos lo que hagamos”. Corrernos de ese lugar soberbio y omnipotente nos libera de la enorme presión que muchas veces nos ponemos. ¡Somos seres humanos limitados, errantes y en constante reconstrucción! Sacarnos la capa de superhéroes, nos ayuda a bajar nuestra ansiedad y comenzar a lidiar con lo “posible” y dejando de pelear con lo “imposible”.
Decimos frecuentemente con aire de orgullo personal: “hice lo imposible por…”, “me desvivo por…”. Sin embargo es tan irrisorio como querer correr un tapial empujándolo con las manos. Es bueno que cada uno reflexione…¿qué merito esconde el “restarse vida por algo?”. No tenemos que desvivirnos, tenemos que simplemente “vivir” desde lo mejor de sí. No tenemos que hacer lo imposible, con hacer lo posible lo mejor que podamos ya es muy digno y honrado.
Y en este “discernir” lo que depende de mí, de lo que no, podemos tamizar nuestra responsabilidad de la omnipotencia que solo nos genera culpabilidad.
Una hermosa frase, resume lo que trato de explicar con una bella simplicidad:
"Toda la sabiduría puede resumirse en dos acciones: Lo que debas hacer tu asegúrate de realizarlo, lo que no…deja que se haga.”
(Chuang –Li)
Cuando aplicamos esta sabiduría a la vida cotidiana, nos esmeramos en el presente en hacer nuestro mejor esfuerzo y poner todo nuestro amor y dedicación, y lo demás…, el resultado generado será resultado de una combinación de innumerables factores que van más allá de nuestra humilde humanidad. Ser sensatos es dejar de ser necios y seguir peleando contra molinos de viento. La Vida no obra a favor ni en contra nuestro, somos nosotros los que aprendemos a fluir o resistir sus movimientos. Aprender a danzar con ella es una destreza que se adquiere después de limar las asperezas que nacen de nuestra inmadurez y omnipotencia.
¡Qué alivio uno siente cuando se dice a si mismo “hice lo suficiente”!
¡Qué reconfortante y digno es hacer lo propio con la fuerza de un huracán y saber esperar lo demás con la humildad de saberse apenas un suspiro es el gran torbellino!
Afilar nuestra capacidad de “discernir” con sobriedad hasta dónde podemos y queremos dar, hasta dónde el esfuerzo es valioso y cuando comienza a ser poco beneficioso para uno mismo y los demás, es una inteligencia inestimable para ir por la vida más livianos y menos enojados, más agradecidos y menos pretensiosos, más despiertos y menos dormidos.
La próxima vez que te encuentres “desviviéndote” por algo o alguien, recuerda que nada es lo suficientemente importante ni nadie tiene el poder de quitarte “vida” como para torcer lo que inevitablemente crece para donde tiene que crecer...ahí: ¡suelta! Y confía en las leyes de la Vida que son más sabias que nuestra incansable porfía y nuestra vana manía de querer siempre ganar la partida.