Buscar Ocasión de Práctica
Dice un sabio refrán “la práctica hace al maestro”. Me gusta esta frase porque se aplica a la perfección al arduo y beneficioso "trabajo sobre sí" cuando nos tomamos a nosotros mismos como materia prima e intentamos fortalecer determinados rasgos de personalidad y suavizar otros. Es por eso que, en el contexto de la terapia, siempre estimulo la actitud de “buscar ocasión de práctica”. ¿Por qué es tan importante "practicar"? Porque a veces nos sucede que sabemos a la perfección lo que nos pasa, cómo nos pasa, con quienes nos pasa y hasta cuándo nos pasa lo que desearíamos que deje de pasarnos, y sin embargo, no podemos desprendernos de la tela de araña de hábitos nocivos que nos atrapan porque seguimos haciendo lo mismo a pesar de haber entendido que quisiéramos lo distinto.
Los malos hábitos que malogran nuestra personalidad pueden ser desde la terquedad, la queja, la inconstancia, la inflexibilidad, hasta las malas contestaciones y la facilidad para decir que no sin ni siquiera pensarlo, entre tantos otros. Mientras que los buenos hábitos que enriquecen nuestra personalidad pueden ser la paciencia, la gratitud, la apreciación, la disciplina, la empatía, la cordialidad. Tanto unos como otros, pueden entrenarse en la vida cotidiana y de hecho “necesitan” ser entrenados si lo que uno desea es integrar lo faltante y desechar lo excesivo en uno mismo. Sucede que, entender lo que nos pasa desde la mente racional no es suficiente para cambiar lo que deseamos modificar. Solo la acción sostenida va logrando destejer las conexiones neuronales “rígidas” que nos llevan a determinados comportamientos no deseados y en su lugar re-tejer conexiones neuronales más acordes a quienes queremos ser.
El Monasterio de la Vida Cotidiana
Precisamos “buscar ocasión de práctica” para darle a nuestra personalidad la forma que le queremos dar ¿Dónde? En el monasterio más difícil, el de la vida cotidiana… con aquellos vínculos que nos cuestan, con aquellas tareas que preferiríamos evitar, en aquellas conversaciones o dinámicas difíciles… Así es que, nuestro día a día, es el horno donde se cuece la personalidad, donde se le da forma y se la modifica cual si fuera arcilla.
Nuestro día a día, es el horno donde se cuece la personalidad, donde se le da forma y se la modifica cual si fuera arcilla.
Lo que suele sucedernos al momento de “hacer carne” lo que apenas “tocamos de oído” es que, con frecuencia, nuestra atención cae, se debilita o se vuelve errática. Nos olvidamos de que nos prometimos cambiar un rasgo, nos dispersamos entre cientos de estímulos y perdemos de vista la oportunidad para hacer distinto ante lo mismo. Por eso, la manera más provechosa de comenzar a cambiar lo que queremos cambiar es tomar un rasgo a la vez. Como si de un laboratorio personal se tratara, la estrategia es colocar en el foco de la observación aquella característica que queremos erradicar o integrar a nuestra personalidad. Cuando hemos centrado nuestra atención en “ese” hábito en particular, lo que sigue es estar atento a detectar la ocasión de ejercitarlo. Teniendo como principal objetivo, hacer distinto ante lo mismo.
En ese estado de atención despierta, de pronto nos llega una propuesta que rechazaríamos sin siquiera escucharla y nuestra consciencia alerta y dirigida detecta una “ocasión de práctica”. Ejerciendo una voluntad titánica, podemos torcer la tendencia de siempre y decir un tímido “sí” a lo que hubiésemos dicho un contundente no. O puede que estemos con la atención dirigida a desplegar la gratitud donde antes hubiese habido una queja casi automática.
Así, por cada respuesta distinta dada, vamos de-construyendo lo oxidado y viejo de nuestros comportamientos y re-construyendo una personalidad más flexible y amplia, capaz de dar diferentes respuestas según sean las circunstancias.
Por cada respuesta distinta dada, vamos de-construyendo lo oxidado y viejo de nuestros comportamientos y re-construyendo una personalidad más flexible y amplia, capaz de dar diferentes respuestas según sean las circunstancias.
No es para nada fácil aprender a gestionarnos pero sí es una tarea sencilla que no requiere más que la pericia de comprometernos de lleno con nuestro proceso de auto- transformación.
¿Cuál es el Secreto de la Alquimia Personal?
Los cuatro pasos que no pueden faltar en este proceso son: el “darnos cuenta”, el “poner foco”, “el generar ocasión de práctica” y lo más importante… repetir, repetir, repetir hasta que lo nuevo se vaya amalgamando e integrando al repertorio de herramientas con las que contamos para abrirnos paso en la vida.
Al principio somos inconscientemente torpes. Es decir, no nos damos cuenta de que un rasgo determinado nos trae problemas. Luego, nos volvemos conscientemente torpes. Nos damos cuenta pero no podemos dejar de ejercer ese hábito. Si damos un paso más en nuestra evolución, nos abocamos a la tarea de volvernos "conscientemente hábiles" y con todas nuestras fuerzas dirigimos nuestra atención a volvernos competentes en aquello que nos cuesta. Finalmente, como fruto del trabajo sobre sí, acontece que ya no necesitamos tanta atención para sostener el timón, nos volvemos "inconscientemente hábiles" en aquello que antes nos resultaba tremendamente difícil. Hemos conquistado ese rasgo y ya forma parte de nuestro bagaje. No se dispara por sí mismo, hemos logrado dominio a partir de la práctica.
Al principio somos inconscientemente torpes. Luego nos volvemos conscientemente torpes. Si damos un paso más... logramos ser conscientemente hábiles, hasta lograr ser finalmente inconscientemente hábiles en aquello que nos propongamos.
No existen fórmulas mágicas ni recetas. Cambiar, avanzar, transformarnos, enriquecernos es tomar nuestra personalidad en nuestras manos y como artesanos masajearla, humedecerla y darle forma con acciones concretas. De lo contrario, se reseca, se estanca, se rigidiza en los hábitos y comportamientos de siempre. La práctica y la repetición de lo nuevo, nos renueva y nos permite “saborear” nuevos sabores de sí. Este heroico trabajo de reactualización nos permite alinear nuestra evolución de consciencia con la manifestación concreta de quienes elegimos ser en nuestro día a día. Si solo nos "damos cuenta" pero no hacemos nada para modificar lo que nos traba, lo único que sentiremos es culpa. ¿Por qué? Porque a la toma de consciencia no le sigue la acción concreta que equilibra la disonancia entre lo que nos sentimos ser y lo que finalmente manifestamos en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos diarios. Esta coherencia solo es posible cuando logramos plasmar los valores que hoy nos representan en nuestra vida de todos los días, a través de la práctica sostenida de aquellas actitudes y comportamientos que nos facilitan la vida, embellecen nuestro ser y nos permiten desplegarnos.