Nuestra realidad interna le da forma a nuestra realidad externa
Si uno hace esfuerzos por cambiar el mundo interno de sus pensamientos y de sus emociones, el mundo externo comenzará a darnos un feedback o una respuesta en consonancia con nuestros cambios para demostrarnos que lo que trabajamos en nuestra mente tiene efectos sobre todo lo que nos rodea.
Necesitamos ser lo suficientemente valientes para contemplar nuestra vida de frente, salir del piloto automático y comenzar a basar nuestras elecciones en lo que consideramos “bueno” para nosotros, más allá de las ganas o no que tengamos en un momento dado.
Una persona emocionalmente adulta “sabe” cuándo se engaña y se hace trampas cediendo al placer a corto plazo y cuando el dar lugar al placer y al disfrute no atenta contra una satisfacción mayor que nos hará sentir a gusto con nuestra vida y nuestra autorrealización.
Cuando aprendemos a optar por lo bueno para sí a largo plazo, estamos alineados con el camino de ascender nuestro nivel de consciencia e incrementar nuestro poder personal.
El cambio es una Acción Consciente no una Reacción Inconsciente.
Cambiar supone cierta incomodidad, algunos inconvenientes, torpezas y romper con las rutinas de siempre. Tenernos paciencia y tratarnos con amorosidad sin autoengañarnos y ser condescendientes es el desafío que tenemos que saber sortear.
Cambiar, implica transitar por períodos de incertidumbre, atravesar lo desconocido y aun así sostener la convicción de alcanzar aquellos hábitos que le darán una versión renovada a nuestra personalidad.
Al momento de proponernos superarnos, debemos tener bien presente que nuestra mente subjetiva tiene un efecto en nuestro mundo objetivo. Donde ponemos nuestra atención es dónde ponemos nuestra energía, y dónde ponemos nuestra energía acontece la verdadera transformación. Por eso es mucho más efectivo comenzar a poner nuestra atención en lo que queremos en lugar de insistir en quejarnos acerca de lo que no queremos.
Lo que no queremos debe servir como una imagen mental patente que nos recuerde aquello que “¡ya no!” (una relación tóxica, una imagen deteriorada de nuestra persona, un mal hábito, una costumbre insana, etc.). Esa “foto” de lo que decretamos como definitivamente ya no, ha de ser una motivación o un recordatorio para pasar lo suficientemente lejos de aquello que nos daña o nos dañó tiempo atrás. Y a su vez, una estimulación para movernos de A (nuestro viejo YO) a B (una versión renovada de nuestra identidad).
Donde ponemos nuestra atención es dónde ponemos nuestra energía, y dónde ponemos nuestra energía acontece la verdadera transformación.
Para cambiar algunas de las características o hábitos de nuestra personalidad, necesitamos “prestarnos atención” y absorber nuevos conocimientos que nos permitan hacer “insights” (tener nuevas ideas y pensamientos) y luego ganar experiencia práctica aplicando esos conocimientos hasta que se conviertan en habilidades arraigadas que ya no necesiten tanto esfuerzo y vigilancia de nuestra parte para sostenerlas en el tiempo. De esta manera es como hemos adquirido la mayoría de las habilidades que hoy sentimos como tan nuestras.
Por lo tanto, cambiar nuestra realidad externa supone cambiar nuestra realidad interna. Cuando sabemos combinar el nuevo conocimiento con la puesta en práctica, es solo así que nuestro cerebro cambia. Con la firme voluntad y la convicción de aplicar ese saber aprendido en nuestra vida cotidiana.
Cambiar no supone no Aceptarnos
Cambiar no supone no aceptarnos, puesto que no somos ese “YO” que mostramos.
Cambiar, implica ir alivianando las capas de nuestra personalidad que están de mas, ir rompiendo aquellos hábitos que nos dañan, aquellas costumbres arraigadas y reacciones automáticas que no nos dejan expresar lo más valioso de quienes somos. Muchas de nuestras mejores virtudes están debajo de la superficie de esa costra que llamamos “YO” y que solemos percibir como fija e inamovible.
Necesitamos “olvidarnos” de nosotros mismos y transformarnos en pura consciencia.
Estar atentos a qué decisión vamos a tomar en cada momento. Ante cada movimiento, preguntarnos:
- Esto que voy a elegir… ¿se corresponde con la imagen de mí que quiero construir?
Esta es la única manera de liberarnos de las viejas cadenas de identidad que nos mantienen atrapados/as en los viejos hábitos por mera repetición y reconfirmación de que somos de una única manera y no podemos cambiar. Esa conclusión es lo que yo llamo la “zona de comodidad” (la zona del no cambio) que en verdad, nos sienta cada vez más fatigosa y dificultosa de habitar. Porque cuando vemos algo que no nos gusta y no hacemos nada para cambiarlo, ese peso se torna insoportable y sentimos que nos estamos traicionando… ¡y eso sí que nos cuesta bastante caro! Cuando no nos sentimos en congruencia, cuando nos prometemos algo y a nuestras palabras se la lleva el viento… destrozamos nuestra autoconfianza y nos sentimos fatal por dentro.
Cuando no nos sentimos en congruencia, cuando nos prometemos algo y a nuestras palabras se la lleva el viento… destrozamos nuestra autoconfianza y nos sentimos fatal por dentro.
Sostener el esfuerzo del cambio hace la diferencia
A veces hacemos grandes esfuerzos por cambiar y es entonces cuando alcanzamos a sentir cierto “sabor” de lo que seríamos si siempre fuéramos así, por ejemplo: cuando logramos decir que sí a algo que antes no, o decir que no a algo ante lo cual no podíamos negarnos o resistirnos. El problema acontece cuando el esfuerzo y la voluntad de cambiar se desvanece demasiado rápido y nos quedamos con apenas una especie de “muestra gratis” de nuestra mejor versión. Para que un cambio se asiente en nuestra personalidad y forme parte de nuestra identidad, necesitamos repetirlo hasta el cansancio. Esa es la única manera de que nuestros esfuerzos echen raíces y de que los frutos esperados florezcan. Si abandonamos antes de tiempo, no disfrutaremos de los resultados y nos quedaremos solo con la idea de que cambiar “cuesta”.
¡Sí, cambiar cuesta!
Efectivamente, cambiar demanda mucha energía. Sin embargo, no somos conscientes de que mayor costo tiene seguir sosteniendo maneras que pueden traernos grandes consecuencias a largo plazo, pues los hábitos que sostenemos a diario y las decisiones que tomamos son las que después de todo le dan forma a nuestra existencia.
Cuando logramos modificarnos no solo conseguimos diferentes resultados, sino también entrenamos nuestra voluntad, nuestro coraje, nuestra audacia y osadía para sabernos a nosotros mismos capaces. De esta manera vamos saliendo de nuestros círculos viciosos y generando un efecto dominó virtuoso fruto de la autoconfianza de proponernos algo, conseguirlo y animarnos a ir por más.
Darnos cuenta de que podemos, de que no desistimos y de que vamos evolucionando, nos entusiasma y nos motiva para seguir alineados en el camino de la auto-superación. Sabiendo que el trayecto no es un lecho de rosas ni siempre tendremos viento a favor. A veces funcionamos como un “autito a fricción”, pensamos que estamos yendo hacia atrás cuando en verdad estamos tomando envión.
Ir hacia atrás nos sirve para “recordarnos” qué del pasado ya no queremos más, para reafirmar que aquel “sabor personal” que teníamos de nosotros mismos nos sienta lo suficientemente mal como para cambiar.
Cuando tenemos un traspiés o nos sentimos caer, siempre podemos retomar desde donde dejamos y seguir andando. Nunca volvemos igual al mismo lugar, nuestra consciencia va evolucionando. Ninguna caída es fracaso, a veces necesitamos caernos lo suficiente para hartarnos y decir basta con más contundencia y determinación.
Ninguna caída es fracaso, a veces necesitamos caernos lo suficiente para hartarnos y decir basta con más contundencia y determinación.
Si pensamos que es posible así lo será...
Lo que pensamos y creemos tiene un profundo efecto en nuestro mundo externo. Si pensamos que es posible así lo será, no por magia u optimismo irreal sino porque pondremos la suficiente energía y dedicación en aquello que queremos conseguir o esperamos de nosotros mismos. Nuestra autoestima se alimenta no de palabras sino de acciones hechas. De la misma manera que nuestra autoconfianza es resultado de superarnos y vernos crecer, no basta con leer frases bonitas que intentan empoderarnos. Lo único que nos da poder es el conocimiento puesto en acto.
Nuestra autoestima se alimenta no de palabras sino de acciones hechas. De la misma manera, nuestra auto-confianza es resultado de superarnos y vernos crecer. Lo único que nos da poder es el conocimiento puesto en acto.
Así, vamos creando una nueva realidad a partir del despliegue de nuestra plena atención. La energía responde a una mente atenta que hace de una posibilidad, materia y de una potencia una circunstancia concreta. Como arcilla, nuestra mente le va dando forma al campo de infinitas posibilidades. Cada nueva elección nos va acercando a una realidad distinta y a una consciencia más evolucionada, que no deja librada su vida al azar. Cada vez que salimos del piloto automático, cada vez que dejamos de reaccionar y respondemos con consciencia en nuestra vida cotidiana, estamos dando pasos hacia un renovado estado de nuestro ser que nos hace sentir re-actualizados, con una vida en movimiento y una consciencia cada vez más despierta.
Cuando aprendemos a agudizar nuestra atención y nuestra capacidad de autobservación para afectar intencionalmente nuestro destino, nos ponemos en el camino de llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos. Es bueno tener expectativas de lo que podemos llegar a ser, es saludable tener ambiciones de superación, siempre y cuando durante el trayecto vayamos reconociendo el camino hecho y disfrutando de cada paso que vamos dando.
Para transformarnos en quienes queremos ser, necesitamos ante todo tratarnos con benevolencia y reconocer nuestra humanidad imperfecta.
Nuestros estados mentales y emocionales son fluctuantes, nuestra atención se eleva y cae pero siempre podemos restablecer conexión y recordarnos hacia donde vamos y hacia donde definitivamente no. Ese “darse cuenta” cambia momento a momento nuestro trayecto. Puesto que somos mucho más que un cuerpo, somos una consciencia que usa un cuerpo y un cerebro para evolucionar, para ganar sabiduría y expresar diferentes niveles de mente que se materializan en nuestra manera de observar lo que acontece y en las decisiones cada vez más conscientes y certeras que vamos tomando día tras día.
Con emociones elevadas y objetivos claros conseguimos los efectos deseados. Una idea, un pensamiento, un objetivo, siempre necesita un energizante para volverse real y esa energía movilizante es una emoción elevada.
Cuando mente y corazón, pensamiento y emoción cooperan entre sí y trabajan en equipo, alcanzamos un nuevo estado de ser que nos hace sentir realizados y satisfechos con quienes estamos pudiendo ser momento a momento. Sin arrepentimientos ni reproches, sabiendo que en cada etapa de nuestra vida hacemos lo mejor que podemos de acuerdo con el grado de consciencia y sabiduría que tenemos en ese intervalo de tiempo.
También te puede interesar: