Armar las valijas ¿sí o no?
Cada vez son más las personas que deciden emigrar. Tal como quien deshoja una margarita, comienzan a cavilar: “me quedó”, “me voy”, “me quedo”, “me voy”. Como si la decisión deviniera del azar, de un mensaje del destino o de una interminable evaluación de ventajas y desventajas de quedarse en el país o emprender la retirada.
Cuando uno toma la decisión de empacar sus pertenencias tiene que saber que hay muchas cosas que ganará y muchas otras que perderá. Si la decisión se basa fundamentalmente en los pro y los contras de irse o quedarse, uno puede pasarse la vida entera sopesando si vale la pena o no armar las valijas e irse al exterior.
Los incentivos para irse
A veces una buena oferta de trabajo, echa por tierra todas las dudas. Sin embargo, cuando la novedad pasa no hay beneficio económico que a la larga compense lo que uno siente como tremendo sacrificio si se considera familiero, o se pasa toda la vida como “sentado entre dos sillas”, es decir: no estando allí ni estando allá.
Otras veces es el amor el que toca la puerta. Entonces, en un arrebato hormonal y en medio de un escenario romántico, hay quien con lo puesto y sin pensarlo se entrega a su enamorado/a sin más plan que seguir su corazonada.
En busca de un "para qué" más trascendente
Cada quien puede tener un primer incentivo que lo motiva a irse de su país natal: la economía, el amor, la inseguridad, la esperanza de un futuro mejor. Todas razones muy válidas y legítimas pero a mi modo de comprender, estas justificaciones se quedan cortas, o a estas motivaciones iniciales les falta un agregado fundamental que hace que ese cambio de paisaje o ese nuevo sello en el visado, cobre un sentido trascendente, que aporte valor a la experiencia en el exterior.
¿Cuál es el agregado que inclina la balanza entre los pro y los contra?
El anexo fundamental es moverse del lugar para tener la oportunidad de desarraigarse de todo lo conocido, de nuestros roles, rótulos, apegos, rechazos e inclinaciones, para así lograr rearmar una identidad más amplia, que incluya nuevas vivencias, costumbres, cuestionamientos, miradas y preguntas renovadas.
Cuando el desarraigo es dejar de hacer pie en lo seguro para comenzar a transitar lugares inciertos de nuestra personalidad, allí se abre todo un mundo y podemos ligar a la experiencia de irnos a otro país, el conquistar territorios internos absolutamente nuevos y desconocidos hasta de nosotros mismos hasta entonces. Es que muchas veces es el contexto el que nos “empuja” a desarrollar habilidades y actitudes inéditas. En mi caso como viajera, por ejemplo, descubrí que tenía una flexibilidad y una capacidad para adaptarme que no sabía que existía al interior de mí y que quizás nunca hubiese descubierto si no me animaba a cruzar fronteras o dejar atrás condicionamientos.
Basar la decisión de irnos de donde estamos solo fundamentada en razones externas que están fuera de nuestro control, nos deja demasiado vulnerables a la desilusión y al desencanto. La propuesta de trabajo puede que no sea tan colosal como uno la imaginó, la pareja se puede terminar y el país que hoy está tan mal puede volver a mejorar.
Basar la decisión de irnos de donde estamos solo fundamentada en razones externas que están fuera de nuestro control, nos deja demasiado vulnerables a la desilusión y al desencanto.
Cuando armamos las valijas, hay un ¿para qué? más hondo que no podemos dejar de plantearnos. Ese “para qué” puede estar ligado a ponernos a prueba, a vencer nuestros miedos, a animarnos a más, a jugarnos por un sueño, a dejar atrás comportamientos que nos dañan, a proponernos expandir nuestra identidad y a salirnos de nuestra zona de comodidad.
Cuando el propósito es superarnos, cuando está forjado en un crecimiento interior… lo exterior puede ser mejor o peor, la relación puede durar o no, el trabajo puede ser sensacional o una decepción, pero el motivo trascendente de conocernos a nosotros mismos interactuando en diferentes escenarios, sacando de la galera talentos e inteligencias y atravesando límites que nos aprisionaban, es lo que realmente vale la pena y marca una diferencia. Esa es una ganancia extraordinaria, un capital enorme de seguridad personal y un master en vida que bien vale por ello armar las valijas.
Cuando pensamos en emigrar, es bueno preguntarnos "para qué" nos vamos. Cuando a las razones externas se le suma una motivación interna de crecimiento y evolución, siempre resulta un buena decisión.
Cuando te preguntes: ¿me quedo o me voy de mi país? O estando allá, en aquel país que elegiste para vivir, reflexiones: ¿me vuelvo o me quedo? Hazte otra interrogación a continuación ¿le saque todo el jugo a esta experiencia? ¿En qué me representó una diferencia? ¿Crecí? ¿Estoy creciendo? ¿Quién soy hoy a diferencia de aquella persona que tiempo atrás se tomó un avión? Y si estoy a punto de tomarme un avión que representa la esperanza de una vida renovada, es bueno y realista que mirándote al espejo te digas: "nada va a cambiar si no estoy dispuesta/o a mover ninguna ficha de lugar". ¡Esto es importante saberlo! ¡Tienes que ser protagonista!
El viaje más importante y trascendente es el que se juega en tu interior. Los desapegos más desafiantes no son ni el dulce de leche ni el mate sino aquellos comportamientos, actitudes o vicios que ya no nos suman en nuestras nuevas circunstancias, que no se corresponden con las persona que estamos intentando ser, que dificultan nuestro crecimiento y evolución.
El viaje más importante y trascendente es el que se juega en nuestro interior, el que aspira al crecimiento y la evolución.
¡A no darnos por sentado! La importancia de re-actualizanos
Hacer una experiencia en el exterior, supone sumergirse en el interior de sí para experimentar que hay detrás de todo aquello que daba por sentado de mí personalidad: “soy sociable”, “soy capaz”, “soy tímida”, “soy familiera”, “soy de extrañar”, “a nada me apego”.
Podemos sorprendernos de que todo aquello que dábamos por cierto de nosotros mismos, de repente se torna distinto: “el entusiasta”, se apaga, “el tímido”, se suelta, “el miedoso” se anima, “el que se animaba a todo”, se pega la vuelta.
Podemos también transitar por huracanes emocionales que mueven todo de lugar, hoy queremos una cosa, mañana queremos otra, hoy agradecemos estar acá, mañana nos queremos teletransportar para ocupar esa silla que vemos vacía en la foto familiar.
¡Y está bien que todo esto nos pase! Esto forma parte de la decisión de animarnos a cruzar fronteras mentales además de terrenales. Las segundas son las más fáciles, las primeras las más desafiantes. Ampliar la mente para incluir nuevos modos de vida, rutinas distintas y costumbres atípicas, nos expande. Tener la capacidad de generar nuevos vínculos y no apegarnos “a nuestra gente de siempre” forma parte de abrir el corazón y comprender que en cada ser humano habita la misma esencia divina que a todos nos hermana y nos acerca.
Ampliar la mente para incluir nuevos modos de vida, rutinas distintas y costumbres atípicas, expande nuestra conciencia y la despliega una enormidad.
Cuando comprendemos esto no sentimos "este lugar" más nuestro que aquel, las fronteras se vuelven totalmente arbitrarias, el mundo se vuelve un pañuelo y cualquier lugar en el planeta es nuestro hogar si nos sentimos en paz con nosotros mismos. Es por ello que el mayor desafío al momento de irnos o quedarnos, volvernos o seguir estando, es trabajar hondo sobre nosotros mismos para sacarle el mayor jugo a esta experiencia que puede ser transformadora.
Toda vivencia migratoria aumenta el autoconocimiento. Si pensamos la propia identidad como una paleta de colores, descubriremos que tras haber superado miedos, vencido obstáculos y trascendido condicionamientos, la gama de tonalidades se expande, se colma de novedosos tonos y matices. Se revela un abanico de recursos personales desconocidos, de habilidades inexploradas y de destrezas nuevas que aumentan nuestra satisfacción personal, reafirman nuestra autoestima e incrementa en abundancia nuestra percepción de auto-eficacia.