El Silencio es Salud Mental
En una sociedad tan vertiginosa y llena de estímulos, el silencio se ha convertido en un bien preciado, no solo porque es difícil conseguirlo en medio de tanto bullicio sino también porque cuando tenemos la posibilidad de conquistarlo, le rehuimos porque lo sentimos como una amenaza. Así, lo primero que hacemos al llegar a casa después de un día agotador es encendemos el televisor, ponemos música, nos enredamos en la redes o nos narcotizamos con series. Tenemos una especie de adicción a las palabras, a las voces, a los ruidos y y a los sonidos. Tanto es así que, si en una conversación las palabras se agotan, la llenamos con comentarios inútiles con tal de que el silencio no invada y se note. No podemos soportar siquiera que el ascensor llegue a planta baja sin hacer alguna mínima acotación.
El silencio en Occidente nos incomoda. Necesitamos llenarnos de estímulos externos porque tememos el contacto con la quietud del adentro. Esto hace muy difícil escucharnos, tomar registro de lo que sentimos y por lo tanto llegar a conocer algo más hondo de nosotros que solo nuestro nombre propio, nuestros gustos y rechazos.
El silencio en Occidente nos incomoda. Necesitamos llenarnos de estímulos externos porque tememos el contacto con la quietud del adentro. Esto hace muy difícil escucharnos, tomar registro de lo que sentimos y por lo tanto llegar a conocer algo más hondo de nosotros mismos.
Mi propia experiencia con el silencio
Hace unos meses tuve una experiencia fascinante y reveladora. Estando en India, decidí apuntarme a un retiro de silencio de doce días en las montañas. Al poner un pie en el lugar, tuve que firmar un papel en donde dejaba constancia que me comprometía a no emitir palabra, caso contrario debería abandonar el lugar sin aviso previo. Éramos unas cincuenta personas de distintas nacionalidades comiendo juntas, compartiendo habitación, espacios de aprendizaje y meditación. Durante ese tiempo, hubieron profundas miradas y ni una sola palabra.
Estar en silencio durante tanto tiempo fue muy desafiante al comienzo y con el transcurso de los días se convirtió en una elección. Nunca antes había llegado a una conexión tan profunda con mi interior, fue una extraña, muy extraña sensación que se fue transformando en una calma y serenidad tremendamente sanadora.
Nunca antes había llegado a una conexión tan profunda con mi interior, fue una sensación muy extraña que se fue transformando en una calma y una serenidad tremendamente sanadora.
Tome conciencia de lo aturdido que vivimos cuando retorne a la ciudad, después de doce días de pura paz y absoluta contemplación. Lo que antes me era natural, al salir y volver a entrar me pareció ensordecedor. Sin embargo, cuando estamos dentro no nos damos cuenta de cuánta falta nos hace el silencio para sintonizar con lo profundo de la periferia, con la serenidad de la Esencia que yace tras la multitud de voces que anidan en nuestra cabeza. Nuestra mente, a la que en Oriente se le llama “la loca de la casa”, no deja de dar órdenes, de criticarnos, de juzgar a los demás, de sacar conclusiones y de sentenciar. Eso es estrés, eso nos agota, nos agobia y ni siquiera nos anoticiamos de cuán perturbador puede resultarnos. Vivir en la mente es como tener una mansión y estar siempre en la misma habitación, olvidamos que también tenemos un cuerpo y un corazón, que visitamos muy poco.
El silencio como práctica cotidiana
La palabra retiro alude a apartar los sentidos de los estímulos de alrededor. No necesitamos irnos a las montañas de los Himalaya, podemos hacerlo en casa como una práctica cotidiana luego de un día cansador. En Oriente hay infinidad de prácticas que promueven la salud de la mente y la conexión con la fuente de sabiduría interior. Existe la práctica del contento, de la gratitud y también la práctica del silencio. Es decir, hay un tiempo, un lugar y la voluntad de implementarlo como un hábito. En Occidente necesitamos vaciarnos de lo lleno que estamos de tanta información. Vamos a explotar como sapos si seguimos sometiendo nuestros sentidos a tantas estímulos. El silencio es un hábito de higiene en un mundo con tanta contaminación sonora. Es una medida de prevención que necesitamos implementar si nos pretendemos sanos.
La práctica del silencio demanda un tiempo, un lugar y la voluntad de implementarlo como hábito en lo cotidiano para alivianar el caos y la confusión mental.
Alivianar la mente de tantos pensamientos, dejar descansar los oídos de opiniones, críticas y sermones, abstenernos de llenar de palabras los silencios, es darnos la oportunidad para descubrir que tras el silencio, que tanto miedo nos da, hay un espacio de quietud, de calma y serenidad si nos disponemos a ir más allá de la rareza que al principio nos genera.
El silencio como práctica sistemática es la que hace posible establecer una comunicación consciente con la parte del Todo que habita en nuestro interior, con la sabiduría de la inteligencia de nuestro inconsciente que nos guía. Cuando esto no sucede, lo que hacemos es buscar desesperadamente referentes externos. De manera casi compulsiva consultamos, preguntamos y pedimos opiniones. ¿Resultado? Nos confundimos mucho más de lo que nos aclaramos, a la vez que nos sentimos cada vez más desconectados y enajenados porque buscamos fuera las respuestas que están dentro.
El silencio como práctica sistemática es la que hace posible establecer una comunicación consciente con la parte del Todo que habita en nuestro interior, con la sabiduría de la inteligencia de nuestro inconsciente que nos guía y nos proporciona las respuestas que muchas veces esperamos encontrar fuera.
Sucede también que a veces nos resulta más cómodo seguir una opinión ajena que asumir la responsabilidad de escuchar nuestras respuestas. El silencio nos invita a mirarnos con honestidad y a muchos esto le da pavor. Preferimos maquillar lo que incomoda, mirar hacia un costado, o subir las voces de la mente para no escuchar la música interior que nos habla desde dentro y nos dice verdades que en ocasiones nos duelen.
Quien se anima a habitar su silencio, accede a un estado meditativo en el cual es posible observar con distancia los pensamientos, reflexionar con plena consciencia el acontecer de la vida, desdramatizar los dramas, y calmar las emociones exaltadas. ¿Por qué? Porque en estado de calma y quietud lo mismo se aprecia diferente. A nivel cerebral se genera una química distinta a la de la vorágine diaria, que permite hacer conexiones neuronales más creativas y sagaces. Desde ese lugar, las elecciones y decisiones que tomemos no solo serán más inteligentes sino también más auténticas porque se derivan de una comunicación abierta con nuestra interioridad.
A veces nos resulta más cómodo seguir una opinión ajena que asumir la responsabilidad de escuchar nuestras respuestas. El silencio nos invita a mirarnos con honestidad y a muchos esto le da pavor. Preferimos maquillar lo que incomoda, mirar hacia un costado, o subir las voces de la mente para no escuchar la música interior que nos habla desde dentro y nos dice verdades que en ocasiones nos duelen.
Cuando vamos del mundo externo al mundo interno con más frecuencia, nuestras conductas y actitudes se vuelven más equilibradas y reguladas porque han pasado por el tamiz de la conciencia y la sabiduría de la reflexión en momentos de calma.
Si las palabras son el río, el silencio es el océano. Poderoso, inmenso, profundo e inabarcable en donde al sumergirnos encontramos todas las respuestas.
Cuando encuentras paz dentro del silencio y puedes liberarte de la avalancha de pensamientos, conoces un lugar al que buscarás volver cada vez que puedas. Hacer del silencio un hábito, hablar solo lo necesario e informarte sin llegar agobiarte, es una práctica de higiene a implementar para cuidar nuestra salud mental y emocional de tanta perturbación y excitación exterior.
Haz del silencio tu mejor refugio y de tu interior tu mejor cobijo.