La importancia de entrenar nuestro potencial
Cuando hablamos de talento, pensamos este concepto como un don natural para ejercer una determinada habilidad. Sin embargo esta definición deja por fuera algo fundamental: la necesidad de entrenarlo para que lo potencial se convierta en realizado. Así, vale la pena aclarar que no nacemos con un talento, nacemos con una gran posibilidad a desarrollar. Nada germina si no se cultiva.
El primer paso que tenemos que dar en el camino de volver “real” un don en particular, es reconocerlo.
¿Cómo reconocer nuestro don?
Lo primero que necesitamos hacer es ejercer la práctica de auto-observarnos y de prestar atención a aquellas cosas que nos salen con más facilidad. Necesitamos ojos entrenados para bucear dentro nuestro e identificar aquellas cosas que más disfrutamos y se nos pasa el tiempo volando. Leer, escribir, cocinar, tocar un instrumento musical, organizar, dibujar, liderar, cantar, enseñar, analizar…, el abanico de habilidades humanas es infinito y cada uno debe sintonizar con esta afinidad que nos es tan propia y absolutamente individual.
Necesitamos ojos entrenados para bucear dentro nuestro e identificar aquellas cosas que más disfrutamos y durante las cuales se nos pasa el tiempo volando. El abanico de habilidades humanas puede ser muy amplio, cada quien debe sintonizar con esta afinidad que nos es tan propia y absolutamente individual.
La inteligencia que prima dentro nuestro
El talento podría asemejarse a la inteligencia triunfante en cada uno de nosotros. Cuando ese conocimiento interior se convierte en un comportamiento exterior, es decir: en una real manifestación de nuestro "potencial", experimentamos emociones elevadas como libertad, autorrealización, fortaleza interior y felicidad. Quienes en el transcurso de su vida logran entrenar, honrar y cultivar su potencial para convertirlo en talento que impacta en la realidad, se realizan como personas, además de beneficiar a los demás. Cuando aportamos nuestro don al colectivo social, trascendemos nuestro ego y no cabe duda, que no hay mayor motor de entusiasmo que sentir que estamos haciendo algo útil y beneficioso para otros y para nosotros.
Quienes en el transcurso de su vida logran entrenar, honrar y cultivar su potencial para convertirlo en talento que impacta en la realidad, se realizan como personas, además de beneficiar con su don a los demás.
Construir hogares, enseñar con dedicación, proteger vidas, fomentar salud, potenciar los sentidos a través de una rica comida, de una creación visual o musical…todo lo que hagamos “sentido”, tiene un sentido…y eso nos vuelve seres humanos dignos y espiritualmente enriquecidos.
No hay mayor motor de entusiasmo que sentir que estamos haciendo algo útil y beneficioso para otros y para nosotros.
"Entrenar" lo mejor de sí
Solemos escuchar frases como “Mi hijo tiene talento para…, pero es desganado,” “Soy buena para… pero soy inconsistente y pospongo”. Pues, lamento desilusionar pero esto no es más que agua escurridiza que no va a ningún caudal. El talento es inteligencia en “acto”. No hay talento si no hay entrenamiento, no hay habilidad que no esté asociada al esfuerzo, a la dedicación, al esmero, a la gratitud y el amor que le ponemos a lo que hacemos.
El talento es inteligencia en “acto”. No hay talento si no hay entrenamiento, no hay habilidad que no esté asociada al esfuerzo, a la dedicación, al esmero, a la gratitud y el amor que le ponemos a lo que hacemos.
Estudios recientes afirman que son necesarias invertir unas diez mil horas en una actividad para que la misma se convierta en una competencia idónea. Sin embargo, si estamos en sintonía con nuestro potencial natural, ese esfuerzo no es agotador, sino reconfortante y gratificante. A nuestra capacidad nata, tenemos que sumarle una energía constante y la humilde actitud de reconocernos en constante aprendizaje.
A nuestra capacidad nata, tenemos que sumarle una energía constante y la humilde actitud de reconocernos en constante aprendizaje.
Un concepto clave asociado al desarrollo de nuestro potencial es la inteligencia emocional. Lo que distingue a una persona realizada en su vida de otras que se sienten frustradas son sus capacidades emocionales para definir una meta, sostenerla, y saber movilizar los recursos cognitivos, operativos, afectivos y sociales necesarios para hacer de una buena idea un acto.
Una persona que se proponga desarrollar su talento, no puede obviar antes un camino fundamental: cultivar las cualidades emocionales que resultan decisivas para alcanzar cualquier propósito o plan.
Sin inteligencia emocional no hay talento que se sostenga en el tiempo
¿Qué necesitamos sumarle a nuestro don natural?
- Capacidad de sostener el esfuerzo y la iniciativa inicial.
- Capacidad para evitar las distracciones.
- Capacidad de postergar la recompensa y la gratificación en pos de una satisfacción mayor.
- El saber decir que no cuando nos dejamos seducir por lo fácil e inmediato.
- El cultivar la voluntad y sembrar un conjunto de hábitos que estén en coherencia con lo que anhelamos.
Auto-educarnos y disciplinarnos re-vitaliza la inteligencia que puede quedarse dormida si no la despertamos y trabajamos.
En el pasado se pensaba que los genes definían todo. Los test estándares de coeficiente intelectual, parecían ser la medida de nuestro alcance profesional. En esta repartija arbitraria algunas personas resultaban favorecidas y otras padecían de desventajas, siendo etiquetadas como “inferiores” y con serias limitaciones que le ponían un tope a sus aspiraciones.
En el siglo XXI esto ha quedado muy atrás. Hoy sabemos y reconocemos la importancia del “entorno” para activar o desactivar nuestros genes. Así nuestros genes por sí solos no garantizan ninguna realización personal. Generarnos un entorno adecuado para que la semilla se convierta en árbol depende absolutamente de cada “adulto” que se ve a sí mismo como protagonista y no como víctima de su biología y las condiciones fortuitas.
El talento en los niños ¿se nace o se hace?
Ahora bien… ¿Y los niños? Aquí nos cabe una enorme responsabilidad como padres y educadores. Con los nuevos avances científicos que afirman la importancia de la inteligencia emocional no podemos privarlos de llevar estos conocimientos a las escuelas y a sus vidas cotidianas. Es una ofensa hacia ellos que el sistema educativo se mantenga siendo el mismo cuando los desafíos de este siglo han cambiado. Debemos “entrenarlos” para que sepan cómo ser jóvenes y adultos no solo preparados sino satisfechos y felices con lo que eligen.
Para ello debemos invertir la dirección del conocimiento hacia el niño, para ir del niño al conocimiento, desde sus intereses y motivaciones. Una educación tan reglada, deja poco margen para la creatividad. Cada niño tiene su potencial único y diferente del resto. Es misión de los padres y educadores ayudarlos a identificar su potencial, a nutrirlo y a honrarlo.
Cada niño tiene su potencial único y diferente del resto. Es misión de los padres y educadores ayudarlos a identificar su potencial, a nutrirlo y a honrarlo.
Una educación masificada no favorece el desarrollo singular y propio de cada individualidad. La educación ha de ser cada vez más personalizada, atenta a las diversas inteligencias que fluyen y se dejan ver en el aula. Ahora bien, ¿Cómo implementar esto en un aula donde hay un solo educador y más de veinte cinco niños con intereses distintos? La respuesta no podemos buscarla en el arquetipo de aula que pensamos desde hace años. La creatividad, la innovación y la preparación de los educadores resulta fundamental. Hoy los educadores son “entrenadores” de esos niños que luego jugarán su partido y harán sus propios goles. Necesitamos integrar nuevos recursos, re-diseñar viejos paradigmas, cuestionar lo establecido.
Nuestros niños nos necesitan con mente abierta y almas dispuestas.
No hay talento si no hay educación emocional, no hay buen jugador si no hay un idóneo entrenador.
En una época en donde la información desborda, la diferencia radica en ayudar a enlazar el conocimiento junto a la inteligencia emocional. Los niños de hoy necesitan aprender a sostener el esfuerzo, a prestar atención, a ser creativos, a generar pensamientos ocurrentes, a tolerar la frustración, a centrarse y saber auto-observarse, a conectar con su interior para buscar las respuestas que nosotros como adultos siempre buscamos fuera.
El mayor capital que tiene un país no son sus recursos materiales sino el potencial de talento que yace en sus miembros. Educar en valores y aprender a gestionar las emociones es lo que define la calidad de país que queremos construir y en esto todos debemos hacer nuestros aportes.
Enseñar a nuestros niños a desarrollar su talento es acercarles la llave para que abran las puertas de su propia felicidad desde adentro. Y solo podemos inspirar cuando como adultos nos sentimos motivados. Transmitir la teoría pero sentirnos frustrados no nos convierte en una fuente digna de autoridad. Por eso la esperanza no descansa en el futuro que construirán los adultos que hoy son niños. A la par que ellos es nuestra responsabilidad cultivar y regalarle al mundo nuestros talentos.
Enseñar a nuestros niños a desarrollar su talento es acercarles la llave para que abran las puertas de su propia felicidad desde adentro.
Considero, que el mejor regalo que como padres le podemos hacer a un niño es “trabajar sobre nosotros mismos”, para cuidarnos de transmitirles nuestros miedos, desencantos, frustraciones y desesperanzas. En un adulto feliz y sonriente cada niño establece un referente a seguir. No podemos dar cátedra de felicidad y realización personal con caras amargas y estresadas. Debemos encarnar los valores que queremos transmitir. Y si como niños no tuvimos la posibilidad de que nos ayuden a madurar nuestro potencial, siempre se está a tiempo de re- direccionar nuestra energía hacia aquello que nos inspira y motiva.
En un adulto conciente, no existe la buena o mala suerte, existe la real honestidad de mirarnos de frente y reconocer las oportunidades que tomamos o dejamos pasar, las decisiones respecto del tiempo que invertimos en lo que nos daba “ganas” dejando a un lado lo que “queríamos” y necesitaba ser construido.
El exceso de ocio y la tendencia a mirar para otro lado, tarde o temprano nos pasa factura de lo que hemos postergado y con el paso del tiempo, la madurez golpea la puerta, es ahí cuando nos damos cuenta que quizás nos hemos equivocado en establecer nuestras prioridades. Este acto de sinceridad, no es para regañarnos sino una nueva oportunidad para encauzarnos no solo en lo que nos gusta sino para asumir el compromiso de entrenar aquello de lo que nos jactamos que somos buenos pero nunca lo llevamos a cabo en serio.
Hacernos cargo de nuestro destino, con nuestros aciertos y errores es un gran paso para posicionarnos ante lo mismo de una manera distinta y mucho más comprometida.
Un talento se trabaja, se cultiva, se tamiza y solo se vuelve real cuando nuestras emociones nos ayudan a encauzar nuestros esfuerzos en la consecución de aquello que desde lejos y sentados en un sillón se ve como un mero sueño….
Seamos lo que hubieses podido ser... "HOY", para no sembrar sinsabor al momento de decir adiós y para no cultivar resentimiento por aquellos sueños que dejamos dormir en un cajón bajo las llaves de la pereza, la desidia y la distracción.
Que sea por nosotros, que sea por nuestros hijos y niños, que sea por la humanidad toda. Una persona feliz con su vida vibra en energía positiva y aporta, una persona infeliz con su vida resulta altamente perjudicial para sí misma y los demás. Venimos a este mundo a sembrar lo mejor de sí, no nos vayamos con nuestras semillas apretadas en nuestros puños cerrados.
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