Es malo sufrir pero es muy bueno haber sufrido…
Esta frase que alguna vez dijo con gran sabiduría San Agustín, lejos de ser un culto al dolor es una oda a la mirada renovada que el dolor inevitable transitado desde la entereza y la dignidad nos deja saborear cuando salimos fortalecidos de la adversidad.
Hay un arte japonés del siglo XV llamado Kintsugi que representa a la perfección como el dolor puede transformarnos en una mejor versión cuando después de habernos sentido “rotos” por dentro, juntamos nuestras partes y las re-armamos con la maestría del oficio de mejorarnos a nosotros mismos. En esta destreza milenaria cuando una pieza de cerámica se fractura, se unen sus partes con una mezcla de resina y polvo de oro.
Cuando la vasija está terminada, el resultado es realmente maravilloso… caminos de oro recorren su llana y suave superficie. Grietas, que lejos de ser disimuladas, se resaltan y destacan como símbolo de resiliencia, habilidad que define la capacidad de sobreponerse a la adversidad y salir fortalecidos de ella.
Esa vasija restaurada, rellenada de ese metal precioso, brilla y luce mucho más agraciada y termina siendo más costosa que la pieza en su forma original. Luego de haber estado partida en mil pedazos, resurge como el ave fénix de sus cenizas y eso la vuelve distinta a todas las demás.
El dolor puede transformarnos en una mejor versión cuando después de habernos sentido “rotos” por dentro, juntamos nuestras partes y las re-armamos con la maestría del oficio de mejorarnos a nosotros mismos.
Así, la tristeza, el dolor, las situaciones adversas, son difíciles de transitar pero cuando se sale adelante de ellas una persona puede volverse, como a mí me gusta decir… “fácilmente feliz”. ¿Por qué? Porque pareciera que se cae una venda del rostro y uno comienza a ir por la vida con una mirada distinta, con una mirada “apreciativa” que antes ignoraba o pasaba desapercibida. De pronto “ve” lo que antes no veía, valora lo que daba por sentado y prioriza lo que antes era secundario.
A veces somos felices y no nos damos cuenta...
Cuando el dolor toca la puerta y nos agarra de sorpresa, intenta despertarnos de nuestro estado de piloto automático, de nuestra ignorancia inadvertida y de nuestra soberbia a dar todo por garantido. Pareciera que viene a recordarnos que éramos felices y no nos dábamos cuenta. Estábamos demasiado apurados para apreciar el encanto de gozar de un cuerpo sano, de una mente limpia, de deleitarnos con la sonrisa de un ser querido, de disfrutar de una charla, de un abrazo, de una caricia.
Les invito a preguntarse…
- ¿Cuánto hace que no ponen su cara al sol y la giran como un girasol buscando su calor?
- ¿Cuánto hace que no agradecen que sus piernas les permitan desplazarse sin dolor?, ¿qué sus hijos duerman como angelitos en sus camas tapaditos?
- ¿Cuánto hace qué no aprecian que una ducha caliente es una bendición?, ¿que elegir qué comer es un placer del que no todos gozan? ¿qué poder decidir por dónde sí y por dónde no, es un regalo de la consciencia humana que nos dota de la posibilidad de elegir la propia vida, de decidir qué puertas abrir y cuales mejor dejarlas así?
A veces no tomamos consciencia de que la vida tiene la forma de las decisiones que a diario vamos tomando...
Desde las más grandes a las más pequeñas, cada una de ellas van forjando nuestro carácter y por ende nuestro destino, que más que escrito lo vamos trazando a diario con cada acción y con cada omisión que hagamos. ¡Porque también decidimos cuando no decidimos lo contrario o cuando no hacemos absolutamente nada por cambiar las circunstancias no deseadas!
¡El dolor nos viene a despabilar! A darnos la oportunidad de ser vasijas con oro y polvo de resina y resurgir de los escombros.
Al dolor no hay que buscarlo ni provocarlo, pero cuando llega hay que abrirse de corazón y de manos para abrazarlo y dejar que su fuerza transformadora nos transmute de plomo en oro.
Sin duda, del dolor nadie sale igual, para bien o para mal. Eso dependerá de la actitud y de la inteligencia emocional con que podamos afrontar las situaciones difíciles. Esto explica porque hay personas que ante las mismas circunstancias se quedan rotas toda la vida y hay otras que se vigorizan y transforman el tormento en su mejor argumento para seguir viviendo, con una actitud agradecida y con una misión de vida que le da “sentido” a lo padecido. La vida se ve como desde un segundo piso cuando nos levantamos de la lona y no tiramos la toalla con resignación. Desde esa perspectiva las cosas cobran otra dimensión y ya no nos hacemos mala sangre por lo que no tiene sentido ni tendrá la mayor trascendencia dentro del libro de la vida que estamos escribiendo, momento a momento.
Es bueno preguntarnos cada tanto… “esto que me quita tanto el sueño” ¿cuan relevante será cuando hagamos un balance de nuestra vida al final de nuestros días? Cuando aprendemos de detenernos, a preguntarnos y a respondernos con suficiente madurez y sensatez, no será necesario que la vida nos quiebre en mil pedazos para volver a rearmarnos con más sabiduría y discernimiento para diferenciar lo urgente de lo importante, lo relevante de lo insignificativo, lo primordial, de lo nimio.
Hay personas que se vigorizan y transforman el tormento en su mejor argumento para seguir viviendo, con una actitud agradecida, con una misión de vida y con un “sentido” que le da sentido a lo padecido.
Dejemos de transitar la vida tan distraídos, abramos mente, corazón y alma y aprendamos a apreciar esos pequeños instantes que le dan “sabor” a la vida. No necesitamos “nada de lo que nos cuentan” para ser feliz, necesitamos una consciencia plena para “darnos cuenta” de que la vida es aquello que se nos pasa por alto cuando estamos pensando que siempre nos falta algo para estar del todo a gusto con nuestra vida. Este pensamiento, lejos de ser conformista… pretende mejorarnos cada día andando con la mirada en alto, silbando, valorando y no quejándonos por lo que siempre podría ser mejor.
Aceptar la vida como desprolija y reconocer la naturaleza humana como imperfecta y en continuo aprendizaje, es una constatación que nos “salva” de siempre pretender más “para estar a la altura de” lo que parece que nunca podemos alcanzar.
Tener ambiciones, querer progresar, mejorar, avanzar, conseguir, lograr, son bellos propósitos para disfrutar y no para vivirlos con ansiedad y con anteojeras que no nos dejen ver que la vida es mucho más que el tildar una serie de actividades y objetivos que se quedarán aquí cuando llegue la hora de partir. Asegúrate de dejar una cosecha que realmente te llene y te haga feliz. Siembra aquellas semillas que te hagan sentir verdadero orgullo y satisfacción personal, que trasciendan tu identidad y dejen huella en quienes dices amar y más allá…porque el pequeño aporte que cada uno haga tiene impactos impensados en la calidad de humanidad que entre todos formamos.
Asegúrate de dejar una cosecha que realmente te llene y te haga feliz. Siembra aquellas semillas que te hagan sentir verdadero orgullo y satisfacción personal.
No esperes a que la vasija se rompa para lograr convertirte en una persona valiosa, provechosa y beneficiosa para vos misma/o y los demás.