Decidir irse...
Cada vez más personas deciden expatriarse, marcharse de su país natal...
Ya sea por disconformidad, buscando mejorar su calidad de vida, ansiando vivir experiencias distintas, indagando oportunidades nuevas, o bien, por sentimientos de enajenación respecto de sus raíces y por tantas otras razones más que no vienen al caso enumerar… pues hay infinitas variables que como una masa crítica se combinan unas con otras para decidir levantar campamento e irse a vivir a otro país.
Decidir incursionar en otros paisajes puede ser un punto seguido en una vida que venía bien y busca estar mejor o bien, una vida que anda pidiendo pista para aterrizar en una especie de hoja en blanco, donde uno se promete a sí mismo que “a partir de entonces todo será distinto”.
A veces ese es un cuento que uno se cuenta y otras veces resulta ser real porque la personalidad se renueva cuando una motivación es lo suficientemente intensa como para trascender viejas limitaciones auto-impuestas.
Lo cierto es que uno se lleva consigo hacia cualquier rincón del planeta que uno elija como destino. Sin embargo, no menos cierto es que una renovación o un proyecto entusiasta es una oportunidad para “resetear” o re-actualizar la personalidad.
La importancia de resonar con el lugar donde uno elije vivir
La Ecopsicología nos dice que no en todos los lugares resonamos de la misma manera.
Hay sitios en donde uno se siente fluir como pez en el mar y en otros en los cuales sentimos que todo es cuesta arriba… que “energéticamente” nos cuesta mucho más avanzar y sentirnos plenos y enfocados.
Esta diferenciación se basa en que no todos los lugares del planeta están cortados con la misma tijera y hay personalidades que se sienten más cómodas en culturas y con costumbres y hasta en tradiciones filosóficas y espirituales distintas a las que conocen.
De más está decir que no es lo mismo vivir en medio de la ciudad que cerca de un lago, de una montaña o del mar, caminar por cemento o por verde natural, ir en autobús al trabajo o pedaleando en bicicleta, vivir pensando que te van a robar o dejar la ventana abierta para que entre una brisa fresca.
Es que a veces nos olvidamos de que somos ante todo animales humanos y que no nacimos para estar encerrados o sentirnos prisioneros. Somos naturaleza y necesitamos el contacto directo con ella.
Es que a veces nos olvidamos de que somos ante todo animales humanos y que no nacimos para estar encerrados o sentirnos prisioneros. Somos naturaleza y necesitamos el contacto directo con ella.
Después de años viajando me di cuenta de que ahora estando en mi país de vuelta, eso es una de las cosas que más extraño: un sitio paisajísticamente bonito y energéticamente revitalizante. Por supuesto que cada país tiene sitios extraordinarios, pero quienes deciden expatriarse, a la belleza del paisaje se le suma la curiosidad por culturas distintas, costumbres atípicas y también ¿por qué no? la resonancia con algunos valores más congruentes con quien uno se siente ser o cierta libertad que experimenta al desprenderse de lo de siempre.
Es que exponerse a experiencias desafiantes y diferentes hacen que se desplieguen recursos y dones que uno desconocía de sí mismo hasta entonces. De repente te sorprendes improvisando un idioma diferente, animándote a golpear puertas impensadas, conviviendo con personas que tiempo atrás te hubiesen resultado muy extrañas, trascendiendo viejos prejuicios y abriendo tu mente a modos de vida que no están ni bien ni mal, que solo existen y tu no sabías. Vivencias que tienen el poder de refrescar las creencias e ideas rancias de cómo uno creía o le contaron acerca de “cómo las cosas se hacían”.
Decisión tomada…
Emigrar cuando es una idea o una fantasía, es fácil, romántico y tiene un halo mágico.
En cambio, emigrar, cuando es un proyecto real, es difícil, engorroso y aparecen miles de cosas impensadas de repente que te ponen los pies en la tierra, al punto de casi echarte hacia atrás por temor a no ser capaz de lidiar con tantas cosas. No son pocas las variables que uno tiene que contemplar, incluso que duelar, desde el no estar cerca de la familia en momentos que uno quisiera estar, hasta esa comida a la que estás tan acostumbrada y que podría ser una odisea encontrar. Como me pasó en Camboya cuando estaba antojada y termine comprando lo menos raro de la góndola o cuando sin darme cuenta me teñí el pelo de color violeta por no entender el chino mandarín que se habla en Taiwán.
Asentarse en otro país es jugar de visitante y sentirse perdido hasta encontrarse. Es estar en el limbo hasta que lo extraño, se vuelve cotidiano.
Moverse del lugar de siempre es una experiencia retadora, pero es también una experiencia aceleradora de proceso internos de superación personal. Viajar por tiempo indefinido o decidirse instalarse en un sitio diferente al conocido, nos interpela y nos demanda que nos animemos a ir más allá de nuestra zona de comodidad. En ese movimiento nos angustiamos, porque lejos de lo que muchos piensan… no todo es color de rosas. Las espinas pinchan y a veces sangra el darse cuenta de que uno ya no encaja dónde podría sentirse “en casa” y todo sería más fácil porque el circo ya está andando y la orquesta sigue tocando. Al regresar a Argentina, me di cuenta de que en ese sentido “viajar me hizo mal” porque ya no había vuelto igual al mismo lugar. Yo ya no era yo, mi casa no era mi casa, ni mi país mi lugar de elección.
Cuando algo empuja dentro nuestro a buscar nuevos horizontes, cuando galopan las ganas de cruzar fronteras… es muy difícil ignorar ese espíritu inquieto y buscador. Es como salir de la caverna y no añorar lo que esta fuera. La caverna puede ser muy bonita e incluso acogedora pero la sed de probar lo distinto, de cruzar umbrales desconocidos, de quitarse las muletas y seguir de pie, de darse cuenta de que uno puede lidiar con varias cosas a la vez, fortalece la confianza en uno mismo y uno se atreve a ponerse nuevos y desafiantes objetivos.
Ahora bien, uno puede estar en la otra punta del planeta y seguir estando en su caverna.
Cada uno sabe cuales son las paredes de su cueva. Pueden estar hechas de miedos, de inhibiciones, de letargo, de faltas de ambiciones, de pereza o de ideas que solo quedan en la cabeza. Por supuesto que exponerse a experiencias diferentes es como empujarnos a salir de esas murallas que mantienen acorralada a nuestra personalidad como vehículo de esa esencialidad que llevamos dentro y viene a este mundo a explorar, a expresar sus dones y talentos.
Una experiencia para ampliar nuestra personalidad
Trabajar con expatriados como psicóloga online me permite apreciar cómo se va gestando un proceso de amplitud de personalidad, que supone sumar un montón de herramientas nuevas a un "Yo" que permanentemente se renueva a partir de exponerse a experiencias nuevas.
Una vez se atraviesa el tramo más difícil: transcender la incomodidad de salirse de la inercia y volver la piel porosa a una atmósfera que nos resultaba ajena, algo comienza a "leudar" dentro nuestro a modo de crecimiento y superación.
No he conocido a nadie que se arrepienta de animarse a esa experiencia, ya sea por un tiempo o por la vida entera. Sí, he conocido y me toca acompañar, a muchas personas a las que en un comienzo les cuesta adaptarse, familiarizarse y empoderarse para sacarle el jugo a esta deliciosa fruta que tiene un nuevo sabor pero que cuando lo logran, miran hacia atrás y al ver el camino andando se sienten orgullosas de su superación. No es fácil sentirse ajeno o ajena en tierras extranjeras, pero más difícil es sentirse foránea rondando la periferia de lo que uno quisiera. Y esto último lo digo para quienes se encuentran sentados entre dos sillas, no estando aquí ni estando allá, estando aquí y queriendo estar allá, o estando allá sin estar con cuerpo y alma.
Me toca acompañar, a muchas personas a las que en un comienzo les cuesta adaptarse, familiarizarse y empoderarse para sacarle el jugo a esta deliciosa fruta que tiene un nuevo sabor pero que cuando lo logran, miran hacia atrás y al ver el camino andando se sienten orgullosas de su superación
No hay garantía de felicidad, no hay pasaporte ni visa para el viaje que todos estamos llamados a hacer. Pero cuando se viaja al interior de un viaje, cuando se traspasan fronteras nuevas y uno logra salir de su estrecha caverna, no queda otra que desplegar alas y echarse a volar hacia adelante.