Recalculando...
Irse a vivir a otro país puede ser una de las experiencias más alucinantes y desafiantes. Es una especie de “master en vida” que no se cursa en ninguna facultad.
Como psicóloga expatriada, he acompañado y acompaño a muchas personas que por diferentes razones han decidido hacer las valijas y cruzar fronteras en busca de experiencias nuevas o de una vida mejor. Soy testigo de grandes transformaciones personales fruto de una toma de conciencia de que el movimiento migratorio intima a desarrollar recursos que en la antigua zona de confort no aparecían.
Este cambio de escenario es una gran oportunidad para re-definir la propia identidad.
Saber que aquello que llamamos “Yo” es maleable, re-definible y flexible, nos da permiso para sentirnos diferentes, desconocernos de a momentos y sostener, sin estallar de ansiedad, la indefinición que supone romper una identidad anterior y re-organizar otra.
Somos en función de un determinado contexto al cual nos hemos identificado. De hecho, cuando hablamos de nosotros ante los demás, solemos decir: “soy ingeniero”, “diseñador”, “médica”, “maestra”, “administrativa”, “madrileña”, “cordobesa”, “familiera”, “amiguera”. Y cuando el contexto cambia, sentimos tambalear nuestra identidad. Quizás ya no trabajamos de lo mismo, no nos juntamos los domingos en familia, los amigos de siempre están lejos y dejamos de hacer muchas cosas que sentíamos como “muy nuestras”.
A veces estos cambios despiertan ansiedad y puede que durante un tiempo nos sigamos definiendo de formas que ya no somos, que han quedado atrás, que ya no nos identifican. Por ejemplo, yo solía decir de mí que era estructurada y apegada. Hoy después de dos años viajando por el mundo y adaptándome a lo que antes para mí era impensado, esas etiquetas que tenía puestas, sin duda ya no representan la que soy hoy. Mis experiencias me han cambiado y yo he atravesado mi proceso de re-actualización personal.
Migrar nos pone en situación de desplegar lo que antes estaba plegado por estar girando en los mismos círculos de siempre. Y cuando eso acontece, es bueno que nos preguntemos ¿quiénes estamos siendo hoy?
Esta “puesta al día” de quienes nos sentimos ser en la actualidad, nos ayuda a hacer el duelo por una identidad que quedo atrás y nos da permiso para ser de muchas maneras sin temor a perdernos o sentirnos extraños de nosotros mismos. Porque en verdad, aquello que llamamos “Yo” en un determinado momento de la vida, no es nuestra esencia real, esta sigue siendo la misma, no se ve amenazada por cambios externos. Cuando logramos hacer pie en este eje calmo, en nuestro centro, reconocemos que todo lo demás son trajes que nos sacamos y nos ponemos. Y expatriarnos demanda un tiempo necesario para calzar un ropaje que nos siente bien y que convine con quienes elegimos ser de ahora en más… quizás una persona con más iniciativa, más práctica, resolutiva, osada, audaz, flexible… Cada quien debe preguntarse con total honestidad ¿qué ajustes necesito hacer en mi personalidad para sacarle jugo a esta experiencia?
Los cambios externos son estímulos extraordinarios para realizar cambios internos que quizás veníamos postergando. Cuando el cambio de país se acompaña de un paisaje interior en proceso de transformación, el crecimiento es ex potencial y se convierte en una gran oportunidad para expandir nuestra identidad.
Cuando soltamos antiguos bastones, no nos queda otra que aprender a “contar con nosotros mismos” y en ese transitar acontece la posibilidad de consolidar nuestra seguridad y auto-confianza, enorme patrimonio psicológico que nos llevaremos donde decidamos ir.
¿Qué puede ayudarte a encontrar “tu lugar” estando fuera?
- Darte tiempo. No hablar el idioma con soltura, sentirte perdido respecto de la vida local, sus códigos, su cultura, puede despertar ansiedad y hacernos olvidar que adaptarse a la vida en otro país, es parte de un proceso que lleva tiempo. Cuando la ansiedad te invada, has una pausa y pregúntate ¿cuál es el prisa? ¿por qué presionarme tanto? Disfruta de saborear lo nuevo, de asombrarte de lo que te resulta extraño. Esta apropiación gradual es fascinante. No apresures esta instancia, quizás por querer acelerar las cosas, te pierdes de experiencias y aprendizajes que te podrían servir de mucho más adelante.
- Modera tus expectativas. Vivir afuera es un cambio radical pero no transformará tu vida de la noche a la mañana. Las ambiciones deben ir de la mano de los esfuerzos que cada persona esté dispuesta a realizar. No es adecuado plantearse ideales demasiados elevados que luego resulten muy distantes respecto de la realidad. Considerar la posibilidad de que el primer tiempo sea difícil forma parte de afrontar el desafío con un ajustado criterio de realidad.
- Aceptar las emociones. Es esperable que las emociones se superpongan unas con otras y se contradigan entre sí. En un mismo día podemos sentir ansiedad, tristeza, ilusión, arrepentimiento, gratitud, nostalgia, esperanza. Darnos permiso para aceptar cada emoción que nos habita, interrogarlas, escuchar su mensaje es una oportunidad para conocernos y re-conocernos en esta nueva etapa. Considerar además que son muchos los duelos por hacer (por los amigos y la familia que están lejos, por ciertos hábitos, costumbres y tradiciones que van quedando atrás). Todo se siente en intensidad, las emociones se magnifican en momentos de transición. No es raro que algunas veces nos sintamos en la cima y otras veces a la deriva. Una decisión inteligente es pedir ayuda a un profesional que nos acompañe en esta etapa, no necesariamente porque no podamos afrontar solos las circunstancias sino porque una buena guía nos ayuda a no perder lucidez y poner luz en lo que todavía no cuesta ver.
- Conocer gente nueva. Tender redes con personas locales posibilita ir creando de a poco pertenencia. También abrirnos a nuevos vínculos nos ayuda a no idealizar los que quedaron en nuestro país. La apertura y la iniciativa es fundamental. No esperes a que te encuentren, súmate a actividades, reuniones, encuentros de intercambio de idioma de donde pueden surgir encuentros significativos, datos, información, contactos que quizás sean de mucha ayuda y ¿por qué no? ser el inicio de buenas y profundas amistades.
- Establece una agenda de hábitos y rutinas. Esta organización previa resulta de gran utilidad para poner algo de estabilidad en medio de tantos cambios y vaivenes emocionales. Además nos ayuda a dejar de sentirnos “visitantes” y comenzar a tejer una vida “real” ahí, una vida de todos los días pero ahora en un nuevo lugar. Hacer listas de cosas que tenemos que resolver e ir tildando nos devuelve la sensación de que estamos avanzando en nuestro proceso de adaptación.
Darse tiempo, no tomar decisiones apresuradas y pedir ayuda cuando se necesita son decisiones sabias que facilitan y enriquecen esta experiencia que si es bien vivida, nos transforma en una mejor versión de quienes supimos ser tiempo atrás.
Animarte a la experiencia de vivir en otro país, nunca resultará mal ¿Por qué? porque cumpla o no con tus expectativas, dure más o menos tiempo de lo planificado o sea una decisión para toda la vida, expande enormemente nuestra identidad, nos ayuda a cuestionar lo que llamamos “normal”, a relativizar nuestras verdades, a aceptar diferentes maneras de vivir y a hacernos preguntas que quizás antes no nos hacíamos. Sacude nuestras antiguas rutinas y nos obliga a generar más recursos emocionales y prácticos para transitar la vida… esto se traduce en maduración y crecimiento.