¿Quiero formar familia?
En la actualidad, vivimos una época de apertura a nuevas dinámicas de relación. Las personas ya no siguen obligatoriamente un caminito marcado. Mucha gente joven se pregunta ¿quiero tener hijos o no? ¿quiero formar una familia? Y la respuesta que escucho cada vez más es “no”, prefiero “hacer la mía”, “ser libre”, “quiero viajar”, “amo mi libertad”. Elecciones absolutamente aceptables si han pasado por el filtro de la consciencia y la reflexión. Es importante que la decisión de no formar familia, sea una elección positiva y no esté basada en la evitación de no repetir lo que vi y no me gusto de mi propia familia, por ejemplo, o en la resistencia y negación a seguir un patrón de familia arquetípico que uno puede sentir que no va consigo.
Cuando indago un poquito más hondo en quienes afirman contundentemente “no quiero formar familia”, se torna evidente que lo que no quieren es someterse a un modelo de familia rígido que tienen en sus mentes. Formar una familia no supone dejar de ser libres, renunciar a los sueños, atarse de pies y manos, quedarse anclado. Cuando eso sucede, la culpa no la tiene formar una familia sino la mente rígida que no se atreve a cuestionar y preguntarse ¿qué tipo de familia quiero formar? ¿cómo quiero ser como papá? ¿qué tipo de mamá va conmigo? ¿qué dinámicas quiero instaurar? ¿qué ritos definitivamente no quiero seguir y cuáles sí?
Hay tantas formas de formar familia como personas afín existan.
Pensamos que formar familia es juntarnos todos los domingos en una mesa y tomarnos asistencia, tener la casa, el perro y el jardín y jubilarse allí, imponer rutinas rígidas y renunciar a los tiempos para sí, dejar de viajar, y la idea de que cuando los niños se escolarizan uno se esclaviza. Confundimos una determinada dinámica de relación que podemos elegir o dejar de elegir con formar un núcleo afectivo de amor y contención con personas afín. Y muchos terminan renunciando a la experiencia de tener hijos o formar pareja porque en verdad lo que rechazan no es la amorosidad de un capital afectivo sino una determinada dinámica que sienten como limitantes de sus valores y sueños.
¿Acaso no se puede formar familia a la manera que uno elija?
¡Claro que sí! Si nos atrevemos a salir de los estándares establecidos aun a costa de sentirnos cuestionados por quienes eligen otras formas más tradicionales de ser familia.
Con mi marido y con mi hijo estuvimos trabajando y viajando al mismo tiempo por más de años consecutivos trotando por el mundo. Mi hijo Joaquín que comenzó el viaje con cuatro y lo termino con siete años no estuvo sentado en el pupitre de un salón durante ese tiempo pero estuvo nutriéndose de todo tipo de conocimientos de los más variados… culturas nuevas, tradiciones distintas, aprendiendo sobre religiones, saboreando sabores extraños, adaptándose a los más diversos escenarios, hablando inglés y ensayando palabritas en taiwanés. Aprendió conmigo a leer y a escribir y con su papá a sumar, a restar, a multiplicar y a dividir.
Cada vez que nos encontrábamos con viajeros avanzados en edad, nos decían ¡conocerlos, resolvió el conflicto de mi vida! ¡nunca imagine que formar familia fuera compatible con este tipo de vida! Y mi respuesta siempre fue: ¿y por qué no? ¿Donde está escrito que formar familia es anclarse de por vida en un mismo lugar? La estabilidad y la seguridad más importante que requiere un niño es sentirse amado y querido más que repetir siempre las mismas rutinas. ¿Acaso no es más dañino cargarlo con la responsabilidad de los sueños que quedaron en el camino o hacerlos sentir un impedimento para lo que uno quisiera haber hecho y no se animó o lo hacía sentir culpable? Como las madres abnegadas y sacrificadas que luego de grandes pasan factura con interés de todo lo que han dejado de hacer por criar y ocuparse de sus hijos.
Las familias que funcionan son aquellas que se actualizan, que no se acartonan, que se preguntan, que se escuchan, que se abren a nuevas posibilidades. Lo que mantiene unida a una familia son los intereses afines, la solidaridad mutua, la escucha activa, el respeto de la diferencia y la tolerancia recíproca, no el mismo techo bajo el cual se vive ni las costumbres y usanzas.
Quienes afirman a raja tabla no quiero formar familia, deberían preguntarse con absoluta honestidad ¿a qué le estoy diciendo que no cuando resisto la idea de crear ese núcleo de amor? Si luego de contemplar con una mente ampliada y flexible todas las formas de ser mamá, papá, pareja heterosexual u homosexual, sigo afirmando que no, entonces esa elección paso por el filtro de lo absolutamente individual y puede decirse que es una auténtica decisión y no una resistencia a lo que no se puede pensar de otra manera.
Necesitamos ampliar y reactualizar este concepto para que no caiga en desuso. Guste o no a los más tradicionalistas, es una realidad que cada vez más personas, huyen despavoridos de estructuras rígidas perdiendo de vista lo fundamental. Así, escapándoles a la “forma”, dejan de ver el valor que anida detrás: compartir la vida con personas elegidas.
Lo mío tampoco es reunirme los domingos, prefiero el mate y el libro. Mi marido prefiere a sus amigos y Joaquín está descubriendo sus propios intereses siendo un niño. Hay espacios individuales y hay espacios compartidos. Hay libertad para hacer lo que uno quiere sin cuestionarnos unos con otros ¿receta garantizada? No ¿funcionará toda la vida? quizás sí, quizás no. Pero durante el tiempo que estamos siendo familia, sentimos que podemos ser nosotros mismos, sin ataduras. Hay familias que se terminan porque colapsan, porque no aguantan más renunciar a lo propio o recortarse para encajar con otros, cuando en verdad esa no debería ser una condición para seguir estando juntos. Trascender estas dicotomías es muy importante: “lo que quiero, lo que quieren”, “hago la mía o me someto”, “si quiero sentirme libre, no asumo ningún tipo de compromisos”. Es posible tender puentes y hacer lo uno y lo otro. Ponerse entre la espada y la pared no es inherente al concepto familia, es consecuencia de una mente demasiado esquemática y rígida.
Hay familias que se terminan porque colapsan, porque ya no aguantan recortarse para encajar en la "forma", cuando en verdad lo que se necesita es ampliar el concepto de familia desde una mente abierta y flexible.
¿Qué rasgos poseen las familias que funcionan?
Se comunican
Hablan de sí mismas, no de las cosas ni chismes. Expresan mutuamente cómo se sienten, “no se dan por sentado”, se saben y actualizan a diario. También se respetan los silencios y no se fuerza al otro a hablar cuando no quiere. No se insiste ni se fuerza la interacción, “se dejan ser” sin invadir la emocionalidad y los tiempos del otro.
Responsabilidades compartidas
La división de tareas es fundamental, que no haya alguien sobre lo que todo necesariamente recae. Si se ensucio, se lavó. Si la basura se llenó, se sacó. Si se terminó, se repuso. No esperar a que otro lo haga y cada quien hacer su parte ayuda a la convivencia diaria y a evitar rispideces innecesarias.
La aceptación de la diferencia
No forzar al otro a que sea como uno quisiera, a que adhiera a las formas propias, dejar libertad para que cada quien sea como quiera ser y guste de lo que le guste gustar, sin imponer lo propio como “verdad” o parámetro de normalidad.
Permitir evolucionar, cambiar, madurar
Una familia es un sistema “vivo” que necesita dar lugar a que sus integrantes cambien, se modifiquen, maduren y evolucionen. Una familia que funciona está abierta al cambio y a la evolución de sus integrantes y también a revisar dinámicas, rutinas y costumbres sin sostenerlas por el mero hecho de que siempre se hicieron así.
Muestras de afecto
La familia suele dar por sentado “sabemos que nos queremos”, como si con saberlo alcanzará… Las demostraciones directas de afecto, no son para subsanar esa ignorancia, sino que operan como pegamento vincular y generan intimidad entre sus miembros. Los abrazos, los mimos, los besos, son ingredientes que le dan calidad a la dinámica familiar.
Normas y límites claros
Esto no tiene que ver con castrar a nadie su individualidad, significa bregar por una convivencia en paz y en armonía. Las normas y límites son importantes en cualquier comunidad, dan un marco de actuación que hace que uno no tenga que replantearse cada vez. A los niños les ayuda a saber cómo comportarse y cómo no y por tanto les baja la ansiedad y la incertidumbre. Deben ser sencillas y claras, no un complejo sistema en donde todo queda reglado y no hay margen de flexibilidad cuando las circunstancias cambian o necesiten ser revisadas.
A mi manera...
Formar una familia o no, no es el quid de la cuestión. Lo que debemos preguntarnos es qué tipo de familia nos gustaría formar, en que dinámicas nos vemos y en cuáles no, ¿cuán grande quisiéramos que sea? ¿nos vemos con un hijo, con dos, con tres, con ninguno? ¿qué crianza, que valores? ¿viajando o en casa? ¿acá o allá? ¿con un hombre, con una mujer? ¿madre sola o en pareja? ¿Se incluyen mis amistades en lo que me es más familiar?
Con libreta o sin libreta, más modernas o anticuadas, numerosas o reducidas, con tradiciones o más relajadas, la familia trasciende toda forma. La familia ha de ser amor, afinidad, acuerdos, compañía, descanso… todo lo demás son agregados que pueden estar o dejar estar. Así que cuando te preguntes si familia si o familia no, piénsala a tu manera y luego da tu respuesta.
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