El ajetreo de fin de año y el estrés innecesario.
Fin de año, es sin lugar a dudas, una de las etapas más estresantes. En una semana queremos hacer lo que no hicimos durante todo el año. Sumada a esta exigencia, la maratón de acontecimientos sociales, despedidas, cierres de actividades y la gran incógnita ¿Con quién pasamos las benditas fiestas? ¿Cómo estar en todos los lugares a la vez? El no querer quedar mal con nadie nos hace decir que sí a lo que queremos decir que no... ya sea porque no lo deseamos o porque ¡ya no nos queda resto! También, la falta de criterio de realidad para reconocer que una sobredosis de estímulos y eventos nos daña la salud del cuerpo.
Cuanto estrés innecesario nos sumamos al momento de transitar esta etapa del año, que por cierto, no deja de ser una más… la diferencia radica en la intensidad y la ansiedad con la que la vivimos y las presiones autoimpuestas por querer cumplir todas nuestras expectativas. Y no sólo eso, también el absurdo de querer dejar a todo el mundo feliz y contento.
Vivimos el 31 como si fuese a acontecer el fin del mundo. Lo que quedo sin hacer se convierte en un enorme peso sobre las espaldas Sin embargo de sobra hemos comprobado que a fin de año le sigue primero de año y es totalmente convencional y absurdamente rígido pensar que lo que no hicimos está destinado a quedar a un lado…Nos reprochamos porque lo que imaginamos el año anterior para este año no se concretó, no se concluyó o simplemente no sucedió. Ese cambio de trabajo que visualizamos con entusiasmo como objetivo durante el año, la carrera en la que aún se adeudan materias, la pareja que no llega, el embarazo que deseábamos, la posibilidad de iniciar una nueva empresa.
Cuando sólo vamos tildando lo que hicimos o no hicimos en el año en términos pragmáticos, nos castigamos con severidad y nos desalentamos. Dejamos por fuera infinidad de variables que pueden acontecer ajenas de nuestra voluntad.
Pasamos por alto que vivimos en una realidad completamente interdependiente y absolutamente impermanente. Lo que deseamos con intensidad depende también de variables que no siempre podemos manejar y lo que parece inalcanzable hoy, mañana es una concreta posibilidad.
Vivimos en una cultura absolutamente resultadista. Lo obtenido y lo no conseguido es la unidad de medida para juzgar cómo nos va en la vida. Esta forma de evaluarnos nos coloca en el lugar de héroes o fracasados, cuando en verdad somos apenas seres humanos haciendo lo mejor que podemos en cada momento dado.
¿Desde dónde sacas tus conclusiones?
Cuando se trata de hacer un balance, necesitamos hacerlo desde un lugar que nos sirva para crecer. Algunas preguntas que podemos hacernos, son:
¿Di lo mejor de mí? ¿Hice todo lo que estaba a mi alcance? ¿Me esmere lo suficiente? ¿Tuve mis objetivos presentes? ¿Cuán coherente fui entre lo que deseaba y el tiempo que le dediqué?
Estas son algunas de las preguntas que te recomiendo hacerte antes de juzgarte severamente. Más allá de los resultados obtenidos, la actitud es fundamental. Perseverar, mantener el esfuerzo, enfocarse en una meta, sostener la motivación, aprender a lidiar con la frustración, es desarrollar los músculos de la inteligencia emocional, que trascienden un determinado resultado en un momento dado. Puede que no hayas conseguido un nuevo trabajo, pero si golpeaste puertas hasta el cansancio, si llamaste a todos tus contactos y ante una posibilidad de entrevista laboral te preparaste con responsabilidad, esa es en verdad tu evaluación personal.
Más allá de los resultados obtenidos, la actitud es fundamental. Perseverar, mantener el esfuerzo, enfocarse en una meta, sostener la motivación, aprender a lidiar con la frustración, es desarrollar los músculos de la inteligencia emocional.
¿Cuánto crecí? es un interrogante mucho más desafiante e interesante que ¿cuánto conseguí? Por supuesto que nos sentimos motivados y contentos cuando al esfuerzo le sigue el efecto. Sin embargo, una mirada reduccionista que tenga en cuenta sólo el resultado, deja por fuera el valor que tiene el desarrollar nuestras capacidades y cualidades humanas.
Además, tendemos a enfocar nuestras energías en éxitos concretos individuales. Olvidamos que igual o más importante es proponernos afianzar cualidades y virtudes que aporten al bien común. Sería bueno que este año todos nos propongamos salirnos de nuestro ombligo y crecer en nuestra capacidad de dialogo, en nuestra capacidad de empatía, en alimentar la compasión y entrenar la tolerancia. Tener más presente el mirar más seguido a los ojos, perder la vergüenza para abrazar y colaborar en incrementar la paz. Suena romántico, sin embargo es muy real. Es beneficioso no sólo para los demás sino también para nosotros. En entornos sociales menos irritables los objetivos individuales son más alcanzables, las personas están más prestas a colaborar, con más paciencia para escuchar y más atentas a la sensibilidad. No es lo mismo llevar un curriculum y que te cierren la puesta en la cara que alguien solidario se esmere en hacerlo llegar a la persona indicada. ¿Verdad?
Cuando comprendamos que en este barco nadie llega hasta la otra orilla solo, que como humanidad tenemos que remar entre todos para hacer que la sociedad sea un lugar facilitador y no una amenaza o un obstáculo que debemos traspasar, quizás entre nuestras prioridades, aportar en esta dirección forme parte de las promesas que nos hagamos al levantar la copa y brindar este fin de año.
No te juzgues ni te condenes duramente por lo que pudiste o no conseguir individualmente, quizás la carrera quedo inconclusa pero este año desarrollaste más consciencia e inteligencia espiritual, más flexibilidad y generosidad. ¿Te parece menos valioso? No perdamos de vista lo sutil y lo no tangible. Los valores humanos, al fin y al cabo, son nuestro mayor capital y la fuente desde donde surge la energía para todo lo demás. Aquí sí somos los principales protagonistas, no hay demasiadas variables externas a considerar, se trata de fortalecer nuestro compromiso interno por mejorar. Los resultados vendrán como consecuencia de un crecimiento personal. No tienen que ser el anzuelo que perseguimos desesperadamente.
Apegarnos al resultado imaginado genera ansiedad y la mayoría de las veces disconformidad puesto que lo real siempre dista de lo fantaseado.
Para algunos el típico balance anual puede haber sido satisfactorio, para otros infructuoso. Cuando escucho decir la frase: “¡que se termine este año!” me recuerda la inmadurez en la que solemos caer cuando pensamos que la solución a nuestros problemas cambian con el nuevo calendario. El año puede terminar, comenzar o estar a la mitad…pero si seguimos con los mismos hábitos nada cambiará.
La propuesta que les quiero transmitir es considerar dos puntos que me parecen fundamentales:
Por un lado...
Al momento de mirar hacia atrás y sacar una conclusión del año que se va…traten de ver más allá de lo conseguido, lo obtenido o lo truncado. Ampliar la mirada para contemplar cuánto crecimos, qué aprendimos, en qué maduramos durante lo bueno y lo malo que hemos pasado, nos deja una enseñanza que trasciende el tiempo y el espacio.
Por otro lado...
Un buen o mal año no es fruto del azar. Nada se modifica en el exterior si en el interior no nos transformamos. El cambio de calendario no tiene el poder de renovar nuestros comportamientos, activar nuestros talentos ni trascender nuestros vicios y defectos. Esa es una responsabilidad que implica un compromiso y trabajo personal que no tiene fecha de caducidad. Puede que por supuesto haya situaciones externas que durante este año nos afectaron, tal como una pérdida o una gran desilusión. Aquí el paso del tiempo y la aceptación gradual ayuda a elaborar un profundo dolor.
Una vida consciente es una vida elegida día tras día, no esperes hasta el cierre del próximo año para abrir los ojos y recién allí preguntarte dónde estás parado y cuán feliz te sientes con las elecciones que tomas a diario.
Un año se está yendo y uno nuevo está naciendo, verlo como una oportunidad para renovar nuestras esperanzas, nuestros objetivos y sueños es muy alentador y motivador si junto con ello nos disponemos a disfrutar del trayecto de recorrerlo y crecer con cada paso que damos en dirección coherente hacia aquello que anhelamos. Con la mirada en el cielo y con los pies en el suelo, dispuestos a flexibilizar, reflexionar y replantearnos no solamente una vez al año. Una vida consciente es una vida elegida día tras día, no esperes hasta el cierre del próximo año para abrir los ojos y recién allí preguntarte dónde estás parado y cuán feliz te sientes con las elecciones que tomas a diario.