¿Se han dado cuenta de la cantidad de estados emocionales que tocan nuestra puerta?
Algunos entran con nuestro consentimiento, otros en cambio, con atropello y hasta con los pies embarrados, sin tener ni el más mínimo respeto y cuidado. Con altanería se atreven a perturbar nuestra incipiente calma, y como en una pulseada nos muestran su fuerza para dejar en evidencia nuestra frágil serenidad, que apenas pende de un hilo, como elefante haciendo equilibrio.
En este escenario, una y otra vez uno se pregunta…
- ¿Por qué justo ahora esta ansiedad ensordecedora, si hasta recién la tranquilidad gobernaba?
- ¿Por qué de nuevo esta pálida tristeza si hasta ayer estaba contenta?
- ¿Por qué otra vez este bendito miedo que me cala hasta los huesos? Entonces me pregunto... ¿Y esa parte que practica para valiente…, dónde se fue?
- ¿Por qué si hasta ayer estaba más que convencida hoy me echo hacia atrás con la misma certeza y seguridad?
- ¿Y… donde quedo aquella parte mía que se prometió no volver a repasar una y otra vez lo que pasó? ¡Me dije que ya está!
- ¿Dónde fue a parar la que a capa y espada defendía lo que quería de sus seductoras zonas más perezosas? ¿Justo ahora me abandona? Ya casi estaba llegando al final lo que siempre dejo a la mitad…
Una y otra vez no logramos comprender por qué…
De sentirnos esclarecidos, de pronto toca la puerta la más tremenda y cruda confusión.
¿Por qué sintiéndonos ahora mismo sensatos/as, al minuto siguiente nos sorprendemos siendo chiflados/as y precipitados/as?
¿Por qué aparece el sinsentido si hasta ayer nos llenábamos el pecho de inspiradores motivos?
¿Dónde quedo nuestra promesa de desapego justo ahora que no queremos soltar nada de nada?
¿Y esta malicia insana? ¿Dónde fue a parar la práctica espiritual?
Y este rencor que resurge como podredumbre ¿no habíamos decidido perdonar?
¿Por qué de nuevo temblamos como pollito mojado cuando hasta hace un rato estábamos rugiendo como un león?
¿Por qué súbitamente estos celos tan primitivos nos asaltan? Si es que estábamos tan confiados y seguros de nosotros mismos...
Algunos estados emocionales llegan, otros se van…como una puerta giratoria que nunca deja de girar. Nuestra mente es una especie de conventillo en el que conviven infinidad de visitantes. Lo que tiene que quedarnos claro es que somos el propietario que puede poner orden en ese caos.
Algunos estados emocionales llegan, otros se van…como una puerta giratoria que nunca deja de girar, vemos desfilar un berenjenal de emociones que se superponen entre sí. Nuestra mente es una especie de conventillo en el que conviven infinidad de visitantes. Lo que tiene que quedarnos claro es que no somos nuestros inquilinos temporarios, somos el propietario que puede poner orden en el caos. Nuestra mente es el escenario en el que acontece esta especie de gran obra de teatro. Cuando podemos posicionarnos como espectadores, tomamos la suficiente distancia como para no engancharnos con nuestro drama. No hay visitantes mejores que otros, cada uno trae su mensaje y deja su impronta. Cerrarles la puerta en la cara con cerrojo nos implica un desgaste y una contra-fuerza que nos resta fuerza. Dejarles entrar sabiendo que así como llegan se van es la estrategia más inteligente para no forcejear y generar violencia interna. Estamos en paz cuando aceptamos lo que nos pasa sin pretender cambiar nada, cuando comprendemos que todo tiene movimiento y nada permanece igual.
Nuestra mente es el escenario en el que acontece esta especie de gran obra de teatro. Cuando podemos posicionarnos como espectadores, tomamos la suficiente distancia como para no engancharnos con el drama que nos contamos.
Cuando olvidamos la ley universal de impermanencia, creemos que esos estados nunca pasaran y tejemos esos dramas que nunca acaban ¿por qué? porque a través de nuestra mente nos aferrarmos e insistimos en "darnos cuerda" con pensamientos que no nos ayudan a "soltar" una determinada emoción o sensación. ¡Es allí cuando queremos bajarnos de nuestra mente! Sin embargo, la culpa no la tiene nuestra mente sino que es nuestra responsabilidad aprender a tenerla como aliada.
La tristeza llega y se va, del mismo modo la malicia, la codicia, los celos, la frustración, el enojo y el rencor. Cada estado que experimentamos como desagradable tiene algo que decirnos, y luego emprende la retirada si sabemos "soltar" y no identificarnos con ellos.
La sugerencia es que cada estado emocional que llegué a tu vida, no lo juzgues como "bueno" o "malo". Todos vienen a decirte algo de lo que está sucediendo en tu interior.... Trátalos con honor, más de una vez te ayudaran a tomar una decisión. No mates al mensajero, dialoga con él y luego amablemente muéstrale la puerta de salida, hasta su próxima visita.
Estamos en paz cuando aceptamos lo que nos pasa sin pretender cambiar nada, cuando comprendemos que todo tiene movimiento y nada permanece igual.
Cuando el propietario es democrático y escucha a todas las partes que habitan su mente, todas se sienten contempladas y ninguna de ellas se revela lo suficiente como para armar una guerra interna o "hacer un piquete".
Nos sentimos contradictorios cuando tomamos la parte por el todo y edificamos nuestra identidad sobre estados que son absolutamente transitorios. Pensarlo así es decirnos que "somos miedosos" y al día siguiente "somos los más valientes", "somos los más cuerdos" y luego "somos los más desquiciados", l"os más afortunados y los más desgraciados."
Y la verdad es que no somos nada de todo eso a los que nos identificamos y solemos creernos, no somos el drama, ni el conventillo que se sucede en nuestra mente. Observar esa puerta giratoria sin reaccionar ni renegar de lo que nos pasa y con la confianza plena de que todo pasará, nos sitúa en el ojo del huracán donde yace la calma y la serenidad. Podemos entrenarnos en esta destreza y gobernar las infinitas partes que nos habitan, con conciencia y sabiduría.