La vida es apenas un instante. Es esa corriente sutil que sucede mientras nos estamos quejando, rezongando, peleándonos con lo que es y está fuera de nuestro alcance.
La vida es aquello que ignoramos mientras vamos en piloto automático marcando un listado sin fin de cosas por hacer. Apesadumbrados, nos pasa por al lado mientras esperamos que las circunstancias cambien. Deseosos de lo distinto, idealizando lo que nos falta pasamos por alto un caudal enorme de momentos disfrutables y valiosos en sí mismos… Quedamos atrapados en rumiar que la vida “debería ser más”, “darnos más”, “ser distinta”.
Hay quienes desde una actitud soberbia, se posicionan con exigencia y reclaman lo que no dan. Otras en cambio, se resignan no esperando nada mejor que una vida sinsabor.
Nuestra calidad de vida, el sentirnos a gusto o no con ella es resultado de la suma de los instantes que dejamos pasar o bien que aprovechamos para sintonizar con una frecuencia que está por encima de nuestras circunstancias actuales, siempre tan efímeras y cambiantes. Pues hoy puede que nos sintamos arriba y mañana que no veamos la salida.
Cuando nos dejamos devorar por perturbaciones y preocupaciones cotidianas, nuestra mirada se ciega y no tomamos consciencia de que la vida se nos escurre de las manos mientras estamos planificando lo que vendrá o resistiendo lo que hay.
Pareciera que lo bueno está siempre por venir o un paso más allá de lo que podemos alcanzar. Sin embargo, la vida no es ningún cambio extraordinario ni un evento externo trascendente que nos dé una vuelta de 360º.
La vida está más acá, justo acá, en estas palabras que estás leyendo, quizás tomando un rico y humeante café, la vida sentida está en esa caricia, en la sonrisa pícara de tu hijo o de tu hija, en un gesto amoroso que te da esperanzas, en esa canción que te mueve el alma, en los sabores que seducen tu paladar, en los abrazos que reafirman, en las lágrimas que corren por tus mejillas y en el regocijo de la gratitud que nos recuerda lo que tomamos por natural. La vida está ahí justo ahí donde vos estás con plena conciencia de ti, con absoluta presencia y entera entrega.
En esta época del año, donde los balances son inevitables… te propongo que hagas un espacio para preguntarte ¿cuánto más consciente y presente estoy en mi día a día? ¿Cuánto en mi vida es elección y cuanta mera repetición?
Un balance que solo enumera un listado de actividades hechas, incluso logros alcanzados sin contemplar el nivel de consciencia en el que fueron realizados solo examina la línea horizontal de nuestra vida y deja por fuera la que verdaderamente nos realiza: la línea vertical de nuestra evolución personal. Esa escalera ascendente en donde cada escalón subido nos permite comprender nuestra existencia desde una perspectiva distinta y dotada de significado. Desde esta apreciación hay personas que hicieron muchas cosas pero avanzaron poco y nada. Y hay otras que se creen así mismas estancadas por no tener una gran lista tildada y sin embargo dentro de sí, está habiendo una gran revolución interior que se verá reflejada en cada cosa que hagan.
Dentro nuestro habita el poder transformador de ver con ojos renovados nuestro alrededor. Cuando la conciencia se amplia, lo que antes tanto nos complicaba se simplifica, lo enmarañado se vuelve claro y lo que nos obstaculizaba se convierte en una oportunidad para darle otra vuelta a la espiral ascendente de nuestra conciencia.
La vida no es fácil ni difícil... la vida “es”. Todo es tan impermanente y tan transitorio. Los buenos momentos se nos escurren de las manos cuando intentamos atraparlos. Y los malos parecen quedarse encarnados cada vez que los rechazamos. Las emociones también varían tanto… a veces nos sentimos tan felices e intensamente vivos, otras veces profundamente angustiados y aletargados. Y todo pasa... lo bueno y lo malo, lo maravilloso y lo más terrible. La alegría y la tristeza bailan juntas en la danza de la vida, el coraje y la cobardía se entrelazan, la paz y la perturbación se alternan sin pedir permiso.
No debemos aferrarnos a nada, tampoco a nada resistirnos. Todo termina y vuelve a comenzar. Hoy tu vida puede parecerte trágica y mañana puedes sentirla mágica. Transitar el camino con entereza y seguir andando es la salida a lo que parece no tener respuestas. Nunca sabemos lo que nos espera del otro lado del umbral de lo que hoy nos aterra o nos quita el sueño. Una persona que trabaja sobre sí aprende la sabiduría de impactar en lo que a su alcance está y de dejar pasar lo que no puede controlar. Una persona que pretende evolucionar mantiene su conciencia lúcida para tomar decisiones oportunas en cada situación que tenga que transitar.
Esta es la mirada a la todos podemos acceder cuando trabajamos con nuestra mente. Cuando la línea vertical es contemplada dentro de la vida acelerada y alocada que llevamos, hay momentos de pausa, de re-significación, de volver hacia dentro para salir hacia fuera con mayor claridad y discernimiento.
¿Cuáles son entonces las preguntas que debes hacerte para que tu balance anual sea realmente trascendente?
Tomate unos instantes a solas contigo mismo y con absoluta sinceridad, repasa las distintas áreas de tu vida, las emociones que más te acompañan, los pensamientos frecuentes, las preocupaciones cotidianas, las preguntas que sueles hacerte…y respóndete:
¿Logré un equilibrio armónico en las distintas áreas de mi vida? ¿En qué hay excesos? ¿En qué carencias?
¿Las emociones que siento están a mi servicio para orientarme y guiarme en la toma de decisiones reflexivas? ¿O me someto a ellas y en lugar de yo tenerlas, ellas me tienen a mí y me esclavizan en una interminable seguidilla de conductas impulsivas?
¿Soy conciente de los pensamientos que habitan en mi mente? ¿Aprendí a observarlos y no siempre hacerles caso? ¿Puedo tomar distancia de mis voces internas y reconocerlas para no siempre tomarlas al pie de la letra?
¿Logré comenzar a observar mis preocupaciones como parte de las cuestiones cotidianas con las que tengo que convivir sin dejarme abrumar en exceso o perder de vista lo realmente esencial?
¿Puedo mirar lo de siempre con ojos distintos?
¿Maduré lo que estaba aún muy crudo en mí? ¿Ya no reniego por lo mismo que antes sí?
¿Aprendí a no enredarme en situaciones y en vínculos que no quiero?
¿Ya no me toma tanto tiempo darme cuenta de lo que realmente necesito y me hace bien?
¿Aprendí a reconocer y a respetar lo que necesitan los demás sin insistir ni demandar?
Estas son algunas de las preguntas que no pueden dejar de estar en un balance que contemple nuestra evolución personal. No hace falta esperar a fin de año para interrogarnos acerca de cuán más lúcidos y conscientes estamos, podemos auto-observarnos a diario para poder hacer los ajustes que necesitamos y sentirnos mucho más a gusto con nosotros mismos, con quienes estamos siendo hoy, a diferencia de tiempo atrás.
Cuando sentimos “otro sabor personal” y no siempre el mismo gusto de nosotros mismos, comprendimos que aquello que llamamos “Yo”, es una identidad variable, impermanente y constantemente modificable que podemos ampliar, hacer crecer y enriquecer, gracias al recurso más extraordinario que tenemos los seres humanos: nuestra capacidad de evolucionar la conciencia gracias a un trabajo serio de autoconocimiento y profundo compromiso con nosotros mismos y con quienes se verán beneficiados de nuestra capacidad de obrar con mayor lucidez y amorosidad.
Ojalá estas fiestas te propongas estar más presente que comprar presentes, despedirte de lo que te daña y de los rasgos que te juegan una mala pasada, en lugar de un sinfín de juntadas que te dejan de cama, ojalá que tu energía esté puesta en ser una persona cada vez más auténtica, en lugar de desgastarte innecesariamente por mostrar tu casa impecable para las visitas que tocan tu puerta. Ojalá no pierdas de vista la esencia de la navidad por preocuparte que la comida no alcance o no esté del todo rica. Ojalá este año te encuentre con la conciencia mucho más expandida que el año anterior, y con más sabiduría y madurez a la hora de plantarte en tu vida y dirigir tus energías hacia lo que realmente importa, sin dejarte obnubilar por lo intrascendente e insignificante que hoy te quita el sueño y que en el contexto de toda tu vida, no será más que un recuerdo perdido en el tiempo.