Cuando la vida se siente desabrida
Un mal que aqueja a muchos seres humanos de la sociedad actual es el Síndrome de Insatisfacción Crónica. Personas cuyas condiciones de vida son consideradas óptimas y sin embargo no se sienten plenos ni felices. Está incapacidad para apreciar y disfrutar los desconecta de sí mismos y de los demás. Muchos llegan a sentirse culpables de tenerlo todo y sin embargo sentirse mal. Les inquieta no saber qué les pasa ni de dónde viene ese profundo sentimiento de descontento interior. No es fácil lidiar con ese desconcierto y se puede tener la sensación de que la vida pasa y uno se queda atrás, sin poder sentir la vitalidad y sin gozar de lo que hay porque siempre falta más pero no se sabe ¿de qué? ni ¿dónde buscar? lo que llene ese vacío tan difícil de llenar…
Vivir en la queja y en el lamento es uno de los vicios que más refuerzan el malestar y agravan la insatisfacción. Pasarnos la melodía gris y recordarnos en los diálogos internos la disconformidad de la vida que llevamos, solo nos instala en un estado de ánimo afligido y teñido de desesperanza.
Dos miradas ante la insatisfacción crónica
Existen dos posturas respecto de cómo gestionar la sensación de insatisfacción:
- Una perspectiva que nos incita a trabajar en la aceptación de las cosas tal cual son y a valorar lo existente y dar las gracias. La insatisfacción queda reducida a una mera cuestión de actitud y por lo tanto, debemos aprender a ser felices con lo que hay, apreciando el lado bueno de cada una de las circunstancias.
- Por otro lado, un enfoque que afirma con absoluta determinación que si te sientes insatisfecho contigo y tus circunstancias, está en tus manos cambiarla. Ponerse objetivos y trabajar arduamente por conseguirlos es la promesa de alcanzar un estado de bienestar y de satisfacción personal.
Sin embargo, estos dos enfoque integrados aportan mucho más que separados. La clave para afrontar la insatisfacción crónica es una mezcla de ambas aproximaciones combinadas. Por lo general, la insatisfacción crónica tiene dos profundas raíces: por un lado, la resistencia a aceptar la realidad de lo que es y por el otro, no trabajar de manera comprometida por cambiar esa realidad de la cual continuamente nos quejamos y lamentamos. Hacer lo uno sin lo otro nos deja a medio camino o empeora la situación emocional.
Por un lado, si solo ejercemos una aceptación radical a pesar de haber cosas en nuestra vida que claramente no nos gustan y podrían estar mejor con una participación activa de nuestra parte, caemos en la resignación y nos acostumbramos a volar bajito pudiendo volar más alto. Aquí la aceptación, lejos de contribuir con nuestro desarrollo personal, anestesia la sana ambición de pretendernos mejor y avanzar hacia delante. Desde la aceptación pasiva podemos seguir por años en un trabajo que no nos gusta, con un jefe que nos maltrata, con una pareja disfuncional, en un país que no queremos estar o con un cuerpo que podría mejorar si ponemos voluntad.
Resignarnos ante lo que no nos gusta bajo la excusa de una falsa aceptación, incrementa el sentimiento de insatisfacción.
Con esta actitud, es probable que terminemos sintiéndonos como un barco a la deriva, convencidos de que no podemos controlar absolutamente nada en nuestras vidas. Debemos tener muy en claro que una cosa es la aceptación y otra muy distinta es la victimización.
La sana aceptación
La aceptación es una herramienta tremendamente poderosa pero solo cuando es aplicada en estos dos casos:
- Como punto de partida para iniciar cualquier proceso de cambio. Es decir, para cambiar primero necesitamos aceptar lo que debe ser modificado. Si no reconocemos el problema difícilmente hagamos algo para solucionarlo.
- Como una forma de asimilar aquello que no está en nuestras manos modificar. No está a nuestro alcance cambiar a determinada persona por ejemplo, pero sí tenemos el poder de decisión de relacionarnos o no con ella.
Por otra lado, si nos lanzamos a cambiar lo que consideramos que es la fuente de nuestro malestar, sin hacer ningún tipo de reflexión, sin aceptar nuestra parte de responsabilidad en el problema que pretendemos solucionar, nos perdemos la oportunidad de aprender de esas circunstancias para no volver a repetir el mismo error o los mismos patrones de relación. Es probable que la situación cambie y al cabo de un tiempo estemos otra vez en el mismo lugar del que escapamos sin aceptar. Por ejemplo, nos vamos de un trabajo porque nos llevamos mal con nuestros compañeros y a los pocos meses nos quejamos del destrato de los nuevos compañeros. No hemos aceptado que seguramente tenemos parte de responsabilidad en cómo nos relacionamos con los demás.
Cuando lo mismo se repite, nunca es casualidad. Madurar es asumir nuestra parte de responsabilidad.
¿Cómo podemos comenzar a tratar la insatisfacción crónica?
La solución depende de nuestra capacidad para combinar las dos estrategias anteriores.
Para trabajar en nuestro bienestar de manera realista es necesario animarse a mirar la propia vida con total honestidad y aceptar nuestras circunstancias tal cual están siendo en el momento presente.
Es necesario que evaluemos qué está en nuestras manos cambiar y qué no y que tomemos la porción en la que podemos intervenir para trabajar activamente en modificar lo que nos desagrada y es motivo de descontento interior. La parte que sí podemos cambiar tiene el poder de modificar todo el resto.
No podemos cambiar a nuestro jefe pero sí buscar otro trabajo.
No está en nuestras manos cambiar la situación del país, pero sí buscar otro lugar donde vivir.
No está en nuestras manos cambiar a nuestra pareja pero sí terminar la relación.
Ante lo que nos disgusta siempre podemos hacer algo, y si el miedo al cambio es mayor que nuestra insatisfacción… entonces, todavía no nos saturamos lo suficiente como para hacernos cargo. Seguir recordándonos lo insatisfechos que estamos y no estar dispuestos a cambiar, es un hábito que nos mantiene atrapados en el círculo vicioso del malestar.
Aceptar y luego trabajar activamente en lo que queremos cambiar da paso al aprendizaje de la experiencia y a salir del modo queja.
La insatisfacción óptima
No toda insatisfacción debe ser asumida como una preocupación. Cierto grado de insatisfacción nos ayuda a seguir andando y avanzando en esta vida. Como en un movimiento piramidal, cuando alcanzamos un nivel queremos ascender al siguiente y así sucesivamente. La insatisfacción óptima es la que pone en marcha nuestro proceso de crecimiento personal. Aquí el desafío es disfrutar del camino, sentirnos agradecidos por cada paso que vamos dando. Con la mirada en el horizonte y con los pies bien firmes en el momento presente, que es el único existente. La insatisfacción, es como el deseo, nos impulsa a completarnos.
Imaginen algo tan simple como sentirnos satisfechos después de comer, si esa situación se mantiene y no volvemos a sentir hambre, nos moriremos por no alimentarnos. Del mismo modo, si no sentimos en la vida ningún tipo de ambición, si no experimentamos hambre de cosas por vivir, perdemos el entusiasmo y nos morimos aunque sigamos respirando.
La insatisfacción como paso previo a la evolución de consciencia
Hay personas que no saben por qué se sienten insatisfechas. Sienten un vacío interior que nada tiene que ver con la realidad exterior. En estos casos más que un cambio, es necesario una transformación interior. Esta insatisfacción puede estar exigiendo un paso más en nuestra evolución. Nos lleva a buscar más allá del mundo material, a hacernos preguntas, a reflexionar sobre el sentido de la existencia. Es una insatisfacción que motiva una búsqueda y un encuentro con nuestra espiritualidad más profunda. Ampliar la mirada, buscar dentro nuestro, encontrar personas a fin, sintonizar con el silencio y con la esencia que yace tras la personalidad, son recursos que nos ayudan a soslayar esa insatisfacción de raíces más hondas.
Es una oportunidad para expandir la consciencia y despertar nuestra espiritualidad.
Si negamos este llamado interior podemos pensar que si todo está bien alrededor y nosotros estamos mal, no hay solución a ese sentimiento de insatisfacción. No alcanzamos a darnos cuenta que no se trata de conseguir más sino de hacer distinto con lo que hay. Un proceso terapéutico que contemple la espiritualidad como un aspecto fundamental de la realización humana, nos puede ayudar a encauzar esta insatisfacción en un acto de superación y evolución interior.
Un terapeuta puede ayuda a discernir cuando se trata de una bendita insatisfacción y cuando de un cuadro silencioso de depresión.
Cuando nada nos llena es porque no hay recipiente o ese recipiente tiene pérdidas. Por eso es necesario conocernos primero, reconocer y aceptar qué tipo de recipiente somos, luego vaciarlo de todo aquello que no nos hace felices, limpiar bien nuestro recipiente y a continuación, ser muy cautelosos al momento de comenzar de nuevo a llenarlo. Es un espacio finito, si el recipiente contiene más de lo que nos disgusta que de aquello que nos gusta, nos sentiremos llenos pero vacíos por dentro.
Existen entonces diferentes tipos de insatisfacciones, cada quien deberá analizar la propia y escoger el mejor camino para tratarla. Algunos deberán aceptar y actuar, otros iniciar un camino de regreso a sí mismo, habrá quienes necesiten descartar una depresión y quienes necesiten aprender a surfear una insatisfacción óptima que puede distraernos del momento presente por estar mirando siempre lo que viene.
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