La Ansiedad arrasa nuestra Serenidad
Una idea, un pensamiento, un estimulo pequeño y la ansiedad se dispara como una lanza.
No hay persona en los tiempos que corren que no esté atravesada por esta emoción que circula por nuestro cuerpo y agobia nuestra mente hasta el punto de no dejarnos en paz.
El antídoto ante la ansiedad es la serenidad. Sin embargo, para lograr conquistar ese estado necesitamos saber como cabalgar nuestra ansiedad y conocer lo que sucede en nuestro organismo para desactivar los mecanismos que la refuerzan y la mantienen, a tal punto de transformarla en un modo de ser y de posicionarnos.
El antídoto ante la ansiedad es la serenidad. Sin embargo, antes de conquistar ese estado necesitamos aprender a cabalgar nuestra celeridad.
Dado que nuestro inconsciente no puede diferenciar entre lo imaginario y lo real, lo mismo da que lo que desencadene nuestra ansiedad sea quedarnos sin trabajo o la sola idea de pensar el peor escenario.
¿Es lo mismo Ansiedad que Estrés?
A veces confundimos estrés con ansiedad, si bien se le parecen, no son igual.
- La ansiedad es una emoción que se produce cuando anticipamos una posible amenaza, cuando pensamos que algo malo puede llegar a suceder y nos preparamos para “estar preparados”, es decir, para hacerle frente a algo que todavía no acontece y podría no acontecer.
- En cambio, el estrés aparece cuando hay demandas ambientales reales y uno siente que sus recursos de afrontamiento no son suficientes. Por ejemplo, estar nerviosos tres semanas antes de un evento importante, dándole vueltas en la cabeza, es ansiedad. En cambio, tener un cumulo de trabajo, la casa en obras, un jefe que exige resultados, el dinero que no alcanza y el niño que se enferma y demanda, es una situación estresante en la cual el cuerpo responde con una activación del sistema de alarma originaria y muy primitiva de nuestro cuerpo, la misma que nos protegió como especie para protegernos de las amenazas de los depredadores. Este sistema libera una oleada de hormonas, entre ellas, la adrenalina y el cortisol. La adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca para llevar más sangre a nuestras extremidades y prepararnos para la lucha o la huida. El cortisol, aumenta la glucosa en sangre para que nuestro cerebro evalúe mejor las alternativas y además limita las funciones que serían innecesarias o perjudiciales en una situación de emergencia, como por ejemplo inhibe el aparato digestivo, el aparato reproductor y los procesos de crecimiento.
¡Cuando las papas arden, solo pensamos en lo indispensable: sobrevivir!
¿Cuáles son las consecuencias de nunca dejar de correr?
El problema es cuando este sistema diseñado para salvarnos la vida, se altera e interpreta todo el tiempo amenazas y peligros alrededor.
La respuesta al estrés, en condiciones normales, se autorregula así misma. Es decir, desaparece y los niveles hormonales regresan a los índices estándares, la frecuencia cardiaca y la presión arterial vuelven a sus valores basales, y los demás sistemas retoman sus funciones habituales. Por ejemplo, si una cebra que pasta tranquilamente en la sabana ve acercarse un león, todo su cuerpo se activará para escapar y una vez pasada la amenaza (si es que logra salir ilesa de su depredador), desactivará la respuesta de estrés y seguirá pastando como si nada. La anécdota termina allí, punto final. Sin embargo, nosotros, los animales humanos, somos más complejos que los animales no humanos porque contamos con la capacidad de anticipar, de imaginar, de recordar y de pensar posibilidades que podrían habernos pasado, podrían llegar a pasar o nos han pasado y quisiéramos a toda costa evitar. Es decir, lo que la evolución nos dio como recursos para vivir más y mejor, a veces lo usamos mal, e incluso en nuestra contra. Vemos leones donde no los hay o no dejamos de correr porque siempre hay algo urgente “de vida o muerte” que resolver o solucionar. Así nuestro cuerpo se acostumbra a vivir con altos niveles de sustancias del estrés en sangre, que de manera crónica se vuelven nocivas y deterioran en demasía nuestros órganos. Vivir en estado de alerta y supervivencia consume todas nuestras energías y nuestro cuerpo puede llegar a colapsar por fatiga y agotamiento.
Lo que la evolución nos dio como recursos para vivir más y mejor, a veces lo usamos mal, e incluso en nuestra contra. Vemos leones donde no los hay o no dejamos de correr porque siempre hay algo urgente “de vida o muerte” que resolver o solucionar
¿Por qué cuando nos relajamos enfermamos?
No es casualidad que nuestro cuerpo se manifieste y enferme cuando nos damos un respiro en vacaciones, cuando terminamos de rendir un examen, hacer una entrega o cuando una persona que vivió a mil toda su vida se jubila y desactiva su agitada actividad. Es como si nuestro animal humano diría: “ahora que llegué a la cueva y estoy a salvo… me duele aquí, siento algo acá, me puedo manifestar porque la amenaza mayor quedó atrás”. Es entonces que en estado de relajación aparecen todos los síntomas que no hubiésemos podido atender en estado de lucha o huida.
¿Esto quiere decir que es mejor no parar porque nos vamos a enfermar?
Nada más lejos que eso. Enfermamos por como venimos viviendo no por dejar de vivir de modo frenético. A veces el cuerpo no da más y colapsa en plena acción, otras veces nos da tregua para encontrarnos menos atareados y con más tiempo para atenderlo y cuidarlo.
Monitorear cómo vivimos y sentirnos “a salvo” en la cueva más seguido es la manera que tenemos de auto-cuidarnos en lo cotidiano. Si vemos leones en todas partes, nunca dejaremos de sentirnos en peligro, de correr y activar el sistema de estrés. Y si al estrés real del día a día le sumamos la ansiedad de aquello que no sucedió pero “podría” quizás llegar a suceder… imaginen como será nuestra calidad vida y cómo nuestro cuerpo padecerá. Recuerden que la respuesta al estrés se activa ante lo real y también ante lo imaginario porque nuestro inconsciente no diferencia entre ambos. Por eso la peor amenaza muchas veces no está fuera sino en nuestro modo de tomarnos las cosas y en los diálogos internos que sostenemos. Podemos hacernos mucho daño con nuestras creencias irracionales y nuestros pensamientos catastróficos y dramáticos.
Nada más lejos que eso. Enfermamos por cómo venimos viviendo no por dejar de vivir de modo frenético. A veces el cuerpo no da más y colapsa en plena acción, otras veces nos da tregua para encontrarnos menos atareados y con más tiempo para atenderlo y cuidarlo.
¿Cómo manejarnos ante el estrés presente y real y ante la ansiedad futura irreal?
Ante el Estrés Real:
Esto es: cuando nos sentimos sobrepasados por demandas ante las cuales nuestro cuerpo y nuestra mente nos dan indicios de que estamos demasiado saturados ante tantos estímulos, lo que podemos prevenir para evitar el colapso es: no esperar a “no dar más” para tomarnos un respiro y buscar momentos de calma. Lo que equivaldría a tener más refugios en cuevas que sintamos como lugares seguros (tomarnos espacios de relajación, pausar la actividad, equilibrar lo desbalanceado y aprender a decirnos “esto también pasará”).
Por ejemplo: diferenciar lo importante de lo intrascendente y reconocer que no todo puede hacerse en tiempo y forma ni resultar tal como lo teníamos planeado de antemano, es hacer una pausa para descomprimir el cinturón, y no ponernos presiones extrahumanas.
La auto-exigencia y la necesidad de control potencian estados de estrés que no hacen más que sumar sufrimiento por querer que todo resulte tal como lo pensado y que nada quede librado al azar.
Ante los Estados de Ansiedad:
La clave es poder diferenciar cuándo estamos “encendiendo” el sistema de alarma antes de tiempo. Poder discernir cuando una amenaza es producto de la anticipación imaginaria y si es así, hacer una “pausa” que nos permita reubicarnos en tiempo presente y no desgastarnos en vano “tejiendo” en la cabeza escenarios futuros dramáticos.
Caso contrario es como encender el parabrisas cuando apenas caen dos gotas, el sistema se terminará dañando y no contaremos con él cuando en verdad sea necesario.
¿Todos reaccionamos de la misma manera ante la Ansiedad y el Estrés?
Definitivamente no. Las fuertes reacciones al estrés pueden remontarse a experiencias pasadas traumáticas. Allí donde fuimos heridos, quedamos vulnerables y tendemos a hiper-reaccionar. De todas formas, la infancia no es destino y podemos aumentar nuestro nivel de tolerancia al estrés y aprender a gestionar nuestra ansiedad mediante un profundo trabajo sobre sí que nos ayude a diferenciar el pasado del presente y a reactualizar nuestros recursos de acuerdo a quienes estamos siendo hoy y no ya desde el recuerdo pasado de lo que pudimos o no pudimos hacer tiempo atrás.
Allí donde fuimos heridos, quedamos vulnerables y tendemos a hiper-reaccionar.
Cuidar nuestra “casa de carne” es preguntarle cómo se siente, darle espacios para que se exprese en el mientras tanto vamos viviendo y transitando nuestras actividades diarias. No esperar a “frenar” para darnos cuenta que tenemos un cuerpo que necesita cosas diferentes a los mandatos que le dictan las voces de una mente que se deja seducir por el mensaje cultural de “no parar” y seguir corriendo a toda velocidad tal como si nos persiguiese un león hambriento que nos va a devorar. Practicar la serenidad, el silencio, la quietud, la soledad, la calma como hábitos en la vida cotidiana, nos salva de quedar atrapados en un modo supervivencia y en piloto automático y nos da a espacio a preguntarnos “¿Cómo queremos vivir? desde la Plena Consciencia de Si