Hay veces en la vida que sentimos que no podemos más, que, a pesar de las buenas intenciones, de los bastos esfuerzos que hagamos…cada nuevo intento resulta un fallido más. Así nos frustramos de nosotros mismos, cuando nos vemos caer en el mismo lugar en el cual de sobra sabemos que ya no queremos estar.
"Tener ese mismo sabor personal”, de seguir anclados sin poder avanzar, nos desmoraliza y erosiona la esperanza de salirnos de los sitios que ya no queremos estar, de las condiciones que queremos abandonar, de los rasgos que deseamos dejar atrás.
Cuando no estamos siendo la persona que queremos ser, solemos caer en auto-maltratos, en criticarnos y experimentar un profundo enojo personal que no nos ayuda a prosperar.
Muchas personas que han dado un paso más allá de la mera ceguera cotidiana en la que suele dormir el común de la humanidad…corren el riesgo de caer en lo que llamaría “la autoexigencia espiritual”. Personas que han tomado sobre sus manos el más delicado trabajo: mejorarse a sí mismas, dejar de buscar culpables fuera y hacerse responsables de la vida que llevan. Este, sin duda, es un acto de madurez que hemos de ejercer y ¡ojalá cada día seamos más! Esta “toma de conciencia” deja en evidencia que somos los únicos guionistas y a la vez protagonistas en el escenario de nuestra vida.
Aprender a respetar nuestros tiempos
Cuando tomamos conciencia de esta realidad, asumimos nuestra más absoluta responsabilidad.
Ahora bien, ser responsables en modo alguno significa “culparse”, menos aún maltratarse. ¿A qué me refiero con esto? Bien, es necesario dejar en claro que, a la toma de conciencia, le debe acompañar una sana tolerancia y paciencia para con nuestras imprudencias, torpezas y flashes de inconciencia.
Al “darnos cuenta”, debemos “darnos tiempo” para ir nutriendo aquellas partes nuestras que nos faltan integrar, tiempo santo para ir dejando atrás patrones de conductas muy arraigados que nos mantienen atrapados, tiempo necesario para soltar dinámicas internas o características que nos damos cuenta que nos hacen mal pero, aún no sentimos la fuerza que nos conecta con nuestra potencia interior, que quizás lo único que necesita es “maduración”.
Esta “autoexigencia espiritual” es un mal que aqueja a personas lúcidas y buenas, saturadas de mensajes “potenciadores” y superficiales de desarrollo personal que explícita y reduccionistamente proclaman a viva vos “Querer, es poder”, con la ligereza de quien expresa con tremenda soberbia un prematuro dominio interior. Si fuera tan simple, todos hubiésemos cruzado a la otra orilla… ¿verdad?
Un trabajo de crecimiento y verdadero despliegue personal supone dejar atrás esta mera superficialidad. Quien realmente se compromete en la evolución de su conciencia ha de estar dispuesto a atravesar sus sombras más oscuras, ha de tener la valentía de reconocer sus miserias más hondas, ha de mirar de frente lo que más le avergüenza de sí y nadar en las aguas emocionales más densas y más profundas.
El caos y la confusión, anteceden al “génesis interior” que acontece cuando sacamos todos los velos de la magia y la ilusión. Solo podemos resurgir diferentes cuando hemos tocado lo más hondo y desconocido de nosotros. Ese es el proceso alquímico de transformar el plomo en oro. Nadie se ilumina imaginando destellos de luz, sino poniendo luz en su propia oscuridad.
Un verdadero trabajo espiritual debe despojarse de la bondad “impostada”, de la sonrisa celestial y de la calma forzada que encierra detrás un terrible volcán. No se trata de ser más buenos, se trata de estar más “atentos”. Cuando estamos presentes y somos conscientes dejamos de reaccionar desde nuestra inconciencia y comenzamos a elegir nuestras respuestas desde la plena conciencia.
No hemos de aguantar nuestras reacciones para agradar, debemos actuar desde la conciencia para estar en coherencia interna. Lo cual prescinde del agrado o desagrado que puede ocasionar. Nuestra conducta sin duda ha de estar orientada a hacer el máximo bien y evitar el mínimo mal, pero ese será el resultado de un modo correcto de actuar, no de perseguir la aprobación de los demás.
La autoexigencia espiritual, la ambición por mejorar, entraña la trampa de “saltear” los pasos necesarios para que lo auténtico florezca. Así como la flor de loto crece en el fango y se alza sobre la superficie con admirable belleza, así nuestra conciencia se despliega luego de hundirse y salir renacida tras superar su propia sombra y oscuridad.
Es por eso tan importante no apresurarnos ni castigarnos cuando estamos confundidos, cuando cometemos uno más de nuestros tantos fallidos…Cuando “nos hemos dado cuenta”, ya no hay manera de volver atrás porque somos conscientes y lo podemos trabajar. Algunas personas tardarán más, otras menos…lo mismo da. No hay apuro por llegar, porque no hay meta exterior que alcanzar. La dicha deviene de la paz interior que se siente cuando vamos siendo cada día más conscientes, cuando estamos cada vez más focalizados en el presente y no sometidos a los vaivenes de la mente.
La confusión da origen a la claridad, un nuevo orden deviene sin duda de un caos anterior, la crisis da lugar a una nueva oportunidad. Del mismo modo que la tristeza nos sumerge en un estado interior para lograr una nueva reintegración personal. Lo que más solemos temer suele ser lo que más nos ayuda a crecer. Las personas más valiosas que conozco y que sin duda conoceré han pasado por estos momentos y se han sabido dar tiempo para acompañar el propio crecimiento con amor y compasión y no con auto-sometimiento.
Cuando te encuentres maltratándote y enojándote por darte cuenta y seguir fallando…no te olvides que hay un tiempo y un proceso de maduración necesario para que el cambio y el despliegue de conciencia acontezcan. Lo fundamental es seguir en el sendero, sabiendo que cada nuevo intento, que cada acto de comprensión, son las semillas que traerán los frutos de una verdadera transformación interior.