¿Te ha pasado de encontrarte haciendo cosas o diciendo comentarios solo por el afán de agradar a los demás?
Quizás luego aparezca un silencioso e íntimo sentimiento de auto-traición por haber mutilado tu verdadera expresión, hasta puede que llegues a sentirte extraño de vos mismo… Esta condición puede darse aisladamente y de algún modo todos lo hacemos en determinadas circunstancias. Sin embargo, si de este comportamiento hacemos un hábito y lo instalamos como forma de vida ¿Qué les parece que sucederá? En el afán de conquistar el afecto ajeno, perderemos lo más preciado: nuestra autenticidad y real identidad.
¿De dónde proviene este ferviente deseo de ganar aceptación exterior?
El anhelo de ser aprobado por el grupo de pertenencia tiene una explicación ancestral. Está basado en el poderoso instinto de supervivencia es por eso que se mantiene como mecanismo adaptativo vigente hasta el día de hoy. El inconsciente personal almacena “todo” aquello que le fue útil en un determinado momento evolutivo. No juzga si eso es bueno o no, correcto o incorrecto. Este inconsciente individual se alimenta de la sabiduría de todos los seres sintientes que nos antecedieron. Así, en cada uno de nosotros habita como patrimonio universal, lo que Carl Gustav Jung enunció como Inconsciente Colectivo. Reservorio ancestral del que todos bebemos y al que aportamos momento a momento.
Nuestro inconsciente “sabe” que, en épocas pasadas, quedar excluido de la “manada” era quedar expuestos a hambrientos depredadores. La masa garantizaba seguridad y otorgaba más posibilidades de salir con vida ante una encrucijada. Aseguraba también la procreación y por derivación la preservación de toda la especie. Resulta evidente concluir que, en aquel contexto, pertenecer y ser aprobado por la manada resultaba fundamental, pues era cuestión de vida o muerte.
Pero…lo que alguna vez nos salvó la vida hoy nos puede joder la existencia. ¡Si solo repetimos mecanismos aprendidos de manera automática, podemos errar el tiro! Lo que fue un recurso en un determinado contexto, puede ser hoy un impedimento que detiene nuestro crecimiento: “pertenecer al precio de dejar de ser”.
Conocer el origen de muchos de los comportamientos humanos, nos ayuda a tomar consciencia para poder reactualizarlos y contextualizarlos si ya no nos resultan funcionales ni fomentan nuestro despliegue. Si miramos a nuestro alrededor, no hay más fieras salvajes hambrientas, los leones solo habitan en nuestra cabeza. Sin embargo, a veces vamos por la vida sintiéndonos tan vulnerables y desprotegidos, que buscamos desesperadamente “una manada” que nos garantice la protección, pagando el alto costo de ganar permanentemente la aprobación. El miedo a quedar por fuera: de la familia, del grupo de pares, de lo que marca la sociedad, nos conecta emocionalmente con aquel miedo ancestral. En nuestro Inconsciente hay una especie de conexión directa a esa emoción y una luz roja se enciende cada vez que se asocia desaprobación con ¡peligro de muerte! Así una crítica externa que “nos deja afuera” puede desmoronarnos en mil pedazos, pues para nuestro inconsciente en este caso: no hay diferencia entre una amenaza real y un peligro virtual. El resultado de esta ecuación es desprotección. Es por eso que, para muchas personas, una crítica en esta sociedad salvaje suele ser mucho más amenazante que cruzarse de frente con un león.
Tomar consciencia de esta realidad que nos trasciende, es comprender que en cada uno de nosotros habita un temeroso animal, que se siente indefenso y que en su desesperación está dispuesto a perder identidad si la garantía es salir con vida.
¿Cómo tratar con esta parte de sí tan primitiva e inocente?
Pues bien, como trataríamos amorosamente a un animal por el que sentimos aprecio: domesticándolo con ternura y determinación. Madurar lo más primitivo forma parte del génesis que no terminó.
Esta parte nuestra sedienta de aprobación, debe reconocer que “no se nos va la vida” por no gustarle a alguien, que la crítica puede doler, pero no desangrarnos, que la opinión de alguien no es más que una apreciación personal que podemos tomar o dejar.
Ningún lugar ganado es bueno si el precio de ello es renunciar a la autenticidad de quien somos en verdad. Si el costo de “pertenecer” es dejar SER: mutilaremos partes nuestras muy valiosas con las que necesitamos contar, pues forman parte de nuestra real identidad…Recortarnos de acá, exaltar forzosamente lo de allá, achicar lo que está de más...termina por desformarnos y enajenarnos. No es lo mismo vivir que buscar sobrevivir. Lo primero se fundamenta en la abundancia, lo segundo nace de nuestras carencias. Cada vez que buscamos desesperadamente ser aceptados, nos empobrecemos interiormente, nos volvemos cada vez más inseguros y necesitados porque secretamente concluimos que “nos quieren, no por lo que somos sino por lo que aparentamos ser”. Se convierte en la historia de nunca acabar… Más personas por agradar, más seguimos recortando “a pedido del público”, hasta que se acabe la tela o nos cansemos de usar la tijera. Si seguimos respondiendo a las expectativas de los demás, terminaremos por convertirnos en espectadores de lo que los demás quieren, en lugar de ser protagonistas de nuestras vidas. Cuando el entusiasmo por “ser parte” queda atrás, sentimos el “sabor amargo” de haber perdido nuestra identidad.
Ser fieles a nosotros mismos, mostrarnos al mundo sin tantos moños, corbatas y corazas es darle a los demás la posibilidad de que nos elijan por quienes somos en verdad (con nuestros gustos, intereses, limitaciones y virtudes). Y es regalarnos a nosotros mimos la serenidad para construir vínculos livianos y reales, que no demanden un continuo esfuerzo sostener, ni maquillaje que utilizar para disimular lo que puede no gustar. Pasarse la vida agrandando, además de ser inútil, agota las energías de cualquier ser humano. Solo los vínculos auténticos en los que se puede ser uno mismo “nutren” nuestra vida afectiva. ¡Y a estos bien vale la pena cuidar! Que no es lo mismo que decorar y adornar.
¿Agradar o no agradar?
No se trata de instalar una dicotomía arbitraria, más bien de acompañar estas preguntas con reflexiones apropiadas… ¿A quién? ¿Cómo? ¿A cualquier precio? ¿Bajo qué condiciones?
Podemos escoger agradar a un ser querido haciéndole un halago, un gesto o un cumplido. No hay nada malo ni patológico en esta actitud. Por el contrario, construye amorosidad entre personas que se eligen mutuamente. Lo que nos daña es decir lo que no se quiere decir, hacer lo contrario a lo que quiere hacer y asentir lo que otro espera de mi… bajo el único y desesperado intento de evitar sentirnos fuera o de temer la quita de aprobación y aceptación. A veces ceder para evitar conflictos fuera, es orquestar un conflicto interior mucho más ruidoso y enloquecedor.
Se trata de agradar haciendo lo que es de nuestro agrado…donde la inspiración y verdadera motivación sea el amor hacia el otro y no el temor por la reacción del otro. El resultado es el mismo, lo que le da origen, diferencia lo saludable de lo que no lo es, lo irreal de lo auténticamente real.
Psicóloga Corina Valdano.