Ser Mujer en los tiempos que corren
La mujer se pregunta cada vez más por su deseo, por su deseo en relación con su propia auto-realización, se pregunta más acerca de sus búsquedas y propósitos, acerca de caminos alternativos a los tradicionales para llegar a sentirse plenas y felices con su vida sin necesidad de seguir los carriles tradicionales que aseguraban cumplir con la función esperada: ser mamá, y formar una familia.
Hay mujeres que viajan por el mundo sin ningún apuro, mujeres que priorizan su desarrollo profesional y se exigen por demás, mujeres expatriadas que acompañan a sus parejas en su realización laboral, mujeres que quieren desesperadamente ser mamas, mujeres que lo son y se sienten desbordadas de demandas, “mujeres orquestas” que hacen todo a la vez y se sienten culpables por no poder estar al 100% en cada rol que eligen habitar.
Las mujeres nos vamos innovando. Sumando cada vez más pasiones, inquietudes, entusiasmos por cosas que antes pasaban por delante de nuestras narices y ni siquiera nos replanteábamos.
En la actualidad me toca acompañar a muchas mujeres que entre tantas nuevas opciones no acaban de convencerse acerca de qué camino seguir. Entonces, se preguntan:
- ¿Soy mamá o me realizo en lo profesional?
- ¿Tengo pareja o vivo mi vida a mi manera?
- ¿Viajo por el mundo sin que nada me limite o me anclo en un lugar y me “aseguro” mi futuro?
Ante tantas opciones aparece la indecisión y con ello la imposibilidad de hacer el duelo por lo que queda sin elegir cuando se elige por algo. Fundamentalmente cuando la mente y el cuerpo de la mujer no se ponen de acuerdo y los tiempos psicológicos son diferentes a los biológicos. Esto acontece por ejemplo, cuando mujeres que entre tantos estímulos y vacilación se plantean por ejemplo la maternidad quizás “para el día de mañana” llegando ya casi a los 40 años y sin contemplar la posibilidad de adopción como opción para ejercer la función materna en caso de que el deseo de ser madre se torne más auténtico y evidente. Este es un tema que me toca acompañar con frecuencia. A tal punto que la pregunta shakespeareana ¿ser o no ser? se ha tornado en la mujer ¿ser o no ser…mamá? como si fuera una dualidad que define nuestra identidad. Las dudas arremeten con una fuerza arrolladora... ¿y qué pasa si no lo soy y el día de mañana me arrepiento? ¿Y qué pasa si lo soy y luego no quiero? ¿cómo debería sentir el deseo para serlo? ¿y mi carrera profesional, mis viajes, mis sueños de libertad… donde quedan si durante toda la vida hay alguien depende de mí?
Ante tantas opciones aparece la indecisión y con ello la imposibilidad de hacer el duelo por lo que queda sin elegir cuando se elige por algo. La pregunta shakespeareana ¿ser o no ser? se ha tornado en la mujer ¿ser o no ser…mamá? como si fuera una dualidad que define nuestra identidad.
No se qué quiero...
No hay duda de que tanta revolución femenina ha sacudido tanto la estantería que la mujer no acaba de encontrar su lugar entre tantas posibilidades de vida. Esta como sentada entre dos sillas, entre tres y hasta entre cuatro y en ninguna acaba de sentirse holgada.
- Por un lado, la imagen de mujer doblegada y al servicio de los demás, está descartada para muchas jóvenes que han visto a sus madres poner sus vidas entre paréntesis priorizando la familia y la crianza.
- Por otro lado, no acaban de amigarse con una soledad fértil cuando las personas de su alrededor no están disponibles para hacer planes y compartir. Entonces se sienten vacías y se replantean toda su vida.
Culturalmente es un momento de mucha movilización y por lo tanto es esperable que nos habite la confusión. La amorosidad en el trato hacia nosotras mismas y aprender a pastorear los cientos de ovejas que tenemos en nuestra cabeza sin maltratarnos por no tener bien en claro lo que queremos y lo que no, es fundamental para no sumar mayor fricción interna.
¡Mujeres tengámonos paciencia!
Pero tampoco nos tomemos la vida entera vacilando y especulando por dónde sí y por dónde no, o queriendo todo al mismo tiempo.
El criterio de realidad tiene que estar bien presente para no caer en la vaga ilusión de poder todo a la vez… en lo tiempos que queremos, a la manera que pensamos y no queriendo perder control sobre nada. Esa sobre-exigencia nos lleva a querer ser mamás incondicionales y siempre dispuestas, a no dejar a un lado nuestra belleza, a “atender” a nuestra pareja para no descuidarla, a mantener jornadas laborales que nos dejan de cama y encima tener energías para disfrutar la vida y hacer lo que nos plazca. La “mujer orquesta” que no deja de estar donde estaban sus antecesoras y que a eso le suman las libertades conquistadas, pueden llegar a colapsar si no bajan sus estándares de exigencia. Antes la opresión externa, ahora la dictadura interna de tener que estar “siempre a la altura” de las circunstancias.
Esta posición de no querer dejar nada fuera va de la mano de no ser expertas en elegir y priorizarnos, sin sentirnos culpables o egoístas por ello. Por mucho tiempo se nos ha negado la posibilidad de elegir… y ahora que tenemos la libertad de hacerlo, no sabemos cómo ¡y es lógico! Elegir es una práctica a la que no estábamos habituadas, que supone conectarnos con nuestros deseos y dejar de complacer siempre al resto.
Esta práctica requiere que nos orientemos hacia nuestro interior, que nos miremos con honestidad y nos preguntemos con benevolencia:
¿Qué elijo hoy para mi vida y qué estoy dispuesta a resignar?
Porque si algo debemos tener en claro es que una vida decidida activamente supone asumir la absoluta responsabilidad de nuestras elecciones. Vivir una vida sentida requiere de osadía y valentía para ponernos de pie si nos damos cuenta de que hemos dado un paso en falso y aceptar también que no siempre hay vuelta atrás. Tenemos que saber que “poder con todo” no es ni una posibilidad ni un acto heroico. Es un auto-maltrato disfrazado que nos hace más daño que bien.
¡No podemos con todo!
Asumir “no poder con todo” es una liberación para sentirnos imperfectamente humanas, más sensibles, menos defendidas, más vulnerables y no por eso débiles o frágiles. Ni victimas de otros ni victimarias de nosotras mismas. Podemos ser madres, independientes, viajeras o caseras, en pareja o solteras, con hijos o sin hijos. Podemos ser muchas a la vez, pero no desde la sobre-exigencia de querer no dejar ninguna grieta. Tal como las sábanas si tiramos de un lado, del otro lado no alcanza. No podemos pretender cubrir todas las áreas y de la mejor manera, o dejamos cosas por fuera o hacemos varias “lo suficientemente” bien.
Asumir “no poder con todo” es una liberación para sentirnos imperfectamente humanas, más sensibles, menos defendidas, más vulnerables y no por eso débiles o frágiles.
Hacer lo suficientemente bien, es suficiente. No poder, decir que no, decir que sí, decir a veces, estar presente y dejar de estar, arrepentirnos o acertar, elegir un camino u otro…. es perfecto así tal cual es. Ninguna elección es de vida o muerte, no hay una puerta que nos lleva a la felicidad y las demás al abismo de la infelicidad. El cielo y el infierno está en nuestra mente, en la manera en que percibimos la vida, en la serenidad de una conciencia calma o en la turbulencia de una mente demasiado sobrecargada.
Dejar fluir lo no acaparable, planificar lo planificable, sostener la confusión hasta que aclare, aceptar nuestras imperfecciones e imposibilidades y dejar pasar lo que no está a nuestro alcance es una verdadera revolución y una progresiva evolución femenina que no depende ni del contexto ni del otro genero. Es una conquista que no exige mostrar pañuelos para defender una o otra posición, es una manera de posicionarnos ante el espejo interno de nosotras mismas y darnos esas caricias y reconocimientos que muchas veces esperamos que vengan desde fuera.
Cualquier puerta que abramos, cualquier camino que elijamos, nos devuelve siempre al mismo lugar: aprender a darnos un buen trato y sentirnos enteras por nosotras mismas. Con enmiendas, cicatrices, costuras y roturas, pero enteras al fin y vulnerablemente poderosas.