¿Cuándo hablamos de felicidad de qué hablamos?
Todos anhelamos la felicidad, vamos tras sus pasos y cada vez que nos acercamos parece alejarse o escabullirse como efímera ilusión.
Tendemos a confundir estar contentos con estar “a gusto” con nuestra vida, sentir placer con sentir satisfacción. Buscamos fuera la dicha cuando en verdad se trata de bucear dentro nuestro.
Ser feliz ¿Se nace o se hace?
Si bien es cierto que parte de nuestra felicidad dependerá de nuestros genes y de lo que aprendimos de nuestras figuras más próximas en la infancia. Esto solo constituye el 25% de la felicidad que podemos llegar a experimentar a lo largo de nuestra vida.
La buena noticia es que es posible entrenarnos en ser felices! Esto requiere de “hábitos” concretos a ejercitar y el desafío de aprender a surfear las olas de una sociedad hedonista que nos empuja hacia aguas turbulentas que nos terminan de ahogar. Sacar cabeza y empezar a bracear es poder ver un poco más allá de las promesas de inmediatez y la seducción del encanto de los objetos que se ofrecen por doquier. Porque en verdad, no hay atajos, cuando se trata de sentirnos satisfechos con nuestra vida.
La Psicología tradicional ha centrado su interés en aliviarnos el dolor, pero no destino sus esfuerzos a enseñarnos la manera de aumentar nuestros índices de satisfacción. Existen otras psicologías que, en cambio, se han ocupado no solo e corregir y sanar sino de difundir salud y estrategias para llegar a obtener los más altos índices de bienestar.
Debemos partir de la siguiente premisa: el ser humano posee dentro de sí todo lo que necesita para su bienestar y su funcionamiento adecuado. Nadie puede enfermarnos ni sanarnos más que nosotros mismos. Nada ni nadie puede hacernos felices… La felicidad es una conquista personal. Lo externo a uno mismo (personas, objetos, circunstancias) colaboran, alivianan, dificultan, favorecen, pero no determinan nuestro sentimiento de felicidad. Eso es apenas la cáscara de una pulpa que está en el centro y que está llamada a desplegarse. Tarea intransferible e indelegable para quien anhela una vida significativa…
La felicidad que obtengamos mientras estemos de paso por aquí, dependerá del uso que hagamos de nuestras potencialidades únicas. Esto es: desplegar nuestros dones. A eso vinimos, para eso estamos.
¿Salud, Dinero y Amor? Derribando mitos.
Estudios recientes afirman que las personas con dificultades de salud o impedimentos físicos (sin dolor), no tienen índices más bajos de felicidad que las personas totalmente sanas.
En cuanto al dinero, las investigaciones confirman que las personas ricas no son más felices que las personas menos adineradas. Esto significa que cuando las necesidades básicas están cubiertas (alimento, vivienda, acceso a la educación y la asistencia médica), tener más o menos dinero no va de la mano con sentirse más “afortunado” en la vida.
¿Y el amor? ¿Los vínculos? Esto último se acerca más a un buen ingrediente que le da sabor a la vida. Pero a no desanimarse quienes están sin pareja porque el concepto “amor” no se reduce a ese vínculo exclusivo. Las relaciones vinculares que realmente marcan una diferencia en aumentar la satisfacción personal, tampoco están asociadas a rodearnos de gente, tener más amigos, ser más sociables o convivir con alguien. No tiene que ver con la “extensión” vincular sino con la “profundidad e intimidad” de los vínculos con otros. Tener un amigo íntimo y sentirlo próximo nos sacia más que miles de conocidos que apenas se “saben” unos con otros. Lo mismo debemos considerar respecto de la pareja, la familia y/o quienes elegimos como personas para nuestra red de afectos. Se trata de estar “involucrados afectivamente” en los vínculos con los demás, no se trata de tener una gran lista de conocidos a quienes llamar y frecuentar.
La Felicidad Construída
Podríamos hablar de un camino y tres fases o de una cima con tres escalones. Solo a los que recorren por completo el trayecto les espera esa parte de la felicidad “que sí depende de cada uno”, que sí “está al alcance” para quienes quieran irse de esta vida más holgados y satisfechos, que llenos pero estrechos.
1- La Vida Hedonista
En el escalón inferior encontramos la Vida Hedonista. Aquella que "mejor" se adapta a la sociedad de consumo en la que vivimos: comprar objetos, comer rico, momentos ociosos vacíos. Esta forma de vivir nos convence de que nunca es suficiente. Cada vez necesitamos más para lograr las mismas sensaciones (como cualquier otra adicción). Aquí, la “felicidad” dura el tiempo que permanece la circunstancia deseada, el evento esperado, la gustosa comida, el viaje soñado, la presencia de ese otro que nos importa. Quitado, acabado o en ausencia del “objeto” de satisfacción volvemos al estado anterior, tal como un globo que se desinfla… Los vaivenes emocionales son acentuados en esta instancia, nos sentimos en la cumbre o en el fondo, muy contentos o muy desanimados. Es una felicidad descartable, acotada, intensa pero fugaz. Ligada a las circunstancias externas y no a una disposición interna.
La vida de placer es una felicidad descartable, acotada, intensa pero fugaz. Ligada a las circunstancias externas y no a una disposición interna.
2- La Vida Comprometida
Si damos un paso más y ascendemos al segundo escalón, marcamos una gran diferencia al acceder a lo que podríamos llamar una vida “involucrada”. Siguiendo con la metáfora del inicio, podríamos decir que en el escalón anterior estábamos en la cáscara de la fruta que somos, aquí empezamos a penetrar en la pulpa y a sentirle el “gusto” a la vida. Una vida involucrada es la de aquella persona que se “implica” de lleno en aquello que hace, que “cava hondo” en lugar de solo mover la tierra… Se compromete con las personas con las que se relaciona, con el trabajo que realiza, con los objetivos que asume, con las decisiones que toma.
La actitud comprometida no es únicamente “ser responsables”, es mucho más que eso: pues incluye no solo el cumplimiento del deber, sino el contacto con emocional con lo que se asume.
“Apasionarse” con la vida es consecuencia de encender y mantener la llama encendida. Hagamos una comparación para comprender la idea: nos apasionamos con un libro o con una serie cuando tenemos una continuidad en su historia no si cada tanto avanzamos una página o capítulo ¿verdad? Lo mismo sucede con la actitud “involucrada” en la vida. Cuanto más tiempo y energía dedicamos a desarrollar una actitud, un don, una capacidad más nos comprometemos y más a gusto nos sentimos con la vida que llevamos. Quienes identifican sus fortalezas, sus dones y capacidades y las ejercitan la mayor cantidad de tiempo posible, se sienten satisfechos.
La actitud comprometida nace del contacto emocional que tenemos con aquello que hacemos. De dar lo mejor que uno puede dar en el momento presente y en las circunstancias que se tienen.
El término que se utiliza para nombrar esta disposición es es el estado mental activo, o "estado de flow", en el cual una persona está completamente absorbida en su actividad. Se logra enfocar la energía y se experimenta un sentimiento de total implicación. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso. ¿No te ha pasado que pierdes registro del tiempo haciendo algo en lo que te consideras bueno? ¡Se trata de eso! Es posible pasar horas sin sentir cansancio, por el contrario, circula una intensa energía que se retroalimenta a sí misma con la satisfacción obtenida. Nuestra Esencia interior y el Universo se alinean para que eso de dentro se exprese, “sea parido”.
En este escalón, el estado de felicidad es consecuencia del compromiso con el que elegimos vivir. Se trata de estar en el momento en el que estamos. De dar lo mejor que uno puede dar (y un poquito más…) en el presente y en las circunstancias que se tienen.
Esta disposición en la vida no es sólo para aquellos que han tenido la fortuna de dedicarse a lo que aman. También es posible buscar maneras indirectas de ejercer nuestros dones. Por ejemplo, en un trabajo que no nos agrada demasiado podemos encontrar el modo de utilizar un recurso que sentimos como muy propio. Ser creativos en las maneras de transformar lo que hacemos en una oportunidad de desplegarnos, nos sitúa mucho más cerca del estado de bienestar que lamentarnos y quejarnos de las circunstancias en las que estamos. Quizás, no en todos lados puedas “sacar tu guitarra” si te gusta la música, pero si puedes aprender a gestionar tu tiempo para dedicarle energía a esa pasión que te inspira. “Cultivar” las aficiones que más nos satisfacen personalmente en lugar de “pasar el tiempo” con actividades que, aunque a primeras resultan placenteras, no nos aportan demasiado ni nos ayudan a superarnos, es un vestigio fundamental para acceder a estados más profundos de felicidad.
“Invertir el tiempo” en aquello que nos desafía a superarnos, en lugar de pasarlo en distracciones y entretenimientos, aumenta los índices de felicidad.
3- La Vida con Sentido
El estado de felicidad más profundo y sostenido se alcanza cuando logramos “enlazar” aquellos dones, habilidades y talentos con el servicio a los demás. Cuando la actitud comprometida que asumimos en la vida trasciende y “toca” la vida de otros seres vivos, experimentamos la vida “con sentido”. Podemos pensar, por ejemplo, en una maestra que educa con pasión a sus alumnos, una enfermera que con esmerada dedicación cuida de otros, un bombero que salva vidas, un ingeniero que ayuda a cuidar el medioambiente, un empresario que colabora con una causa altruista, un administrativo que empatiza y facilita la vida de alguien, un músico que canta canciones para llevar un mensaje, y cualquier persona que decida comprometerse y colaborar con algo que esté más allá de los límites de su personalidad o de su ego individual.
Aparece aquí la “trascendencia” y con ello la mayor satisfacción. El sentir que pertenecemos y aportamos a algo que está más allá de los límites de nuestro finito ego.
El estado de felicidad más profundo y sostenido se alcanza cuando logramos “enlazar” aquellos dones, habilidades y talentos con el servicio a los demás.
Los “Atajos hacia la Felicidad”
La cultura en la que vivimos nos ofrece infinidad de estímulos y nos cautiva con propuestas que “garantizan” estados de “felicidad” al instante. Sin embargo, no hay atajos para la vida comprometida. Todo aquello que “nos hace más felices” requiere de voluntad y de tiempo. La felicidad es un proceso, no algo tangible que obtener, fraccionar, aspirar o comprar en cómodas cuotas. Que sea de esta manera, no es antojo del destino... tiene su fundamento en nuestra naturaleza biológica y responde a las leyes de la preservación de la especie. Es decir, todo aquello que nos hace auténticamente felices (gestionar habilidades, establecer vínculos, tener hijos, desarrollarnos laboralmente, la actitud de servicio, colaborar con causas mayores), responde a un mismo fin: preservar la especie humana. Si la felicidad respondería al individualismo y al espíritu competitivo, ¡duraríamos una semana! Volvernos seres felices en coherencia con la naturaleza es lo que nos mantiene vivos hasta nuestros días.
Quienes buscan la felicidad de este modo, colaboran con este principio trascendente. Ser “conscientes” de esta idea es otorgarle un sentido a la vida, que está más allá de mi propia vida.
Concluyendo...
Para aumentar nuestra percepción de felicidad necesitamos ejercitar las tres variables enunciadas:
- Dedicar parte de tiempo a actividades que nos den placer (emociones positivas, actividades de disfrute).
- Desarrollar nuestras habilidades y talentos de manera implicada y constante.
- Buscar la manera de sentirnos “parte de” algo que nos incluya y con lo cual podamos colaborar.
Si a una vida placentera, le sumamos una actitud comprometida que nos lleve a trascender los límites de nuestro ego, la felicidad se vuelve accesible para todos. Si, solo nos quedamos en el primer peldaño, tendremos momentos de placer efímeros que resultan vacíos y enajenantes.