Me gustaría plantear este tema desde dos ángulos que, en verdad, forman parte de la misma figura: la opinión de los demás. Hay quienes se la pasan opinando de los demás y quienes se paralizan ante el miedo al qué dirán. Ambos padecen de lo mismo: “vida propia”.
¿Cómo lidiar con esas ruidosas voces?
¿Qué anida en la vida de quienes dedican su tiempo a hablar de los demás?
Quienes temen la opinión de los demás
Hay muchas personas que temen estar en boca de los demás. Para evitarlo, postergan decisiones, recortan partes de sí, sepultan sus deseos, traicionan sus talentos, se esconden para no ser vistos.
El miedo al qué dirán proviene de nuestros instintos más básicos. En tiempos primitivos, quedar excluidos de la manada era asegurar la muerte a suerte de los depredadores. Pertenecer garantizaba la supervivencia. Es comprensible que el temor al rechazo se encienda cuando se trata de resguardar nuestra vida.
Ahora bien, ya no hay leones merodeando y lo que alguna vez nos mantuvo con vida hoy nos condena a una existencia pobre y asfixiante de nosotros mismos sino pasamos del modo “supervivencia” a la pregunta: ¿Cómo queremos vivir?
Hay personas que todavía están regidas por el temor de ser excluidas de la manada: la familia, los amigos, los compañeros, la sociedad. Hay otras que de a poco van desprendiéndose de ese miedo ancestral, y van comprendido que la única y verdadera amenaza en los tiempos que corren es dejar de Ser para pertenecer. Podemos convertirnos en los peores depredadores de nosotros mismos al invisibilizarnos para no ser criticados o rechazados. No hay lugar de pertenencia que compense el habernos dejado a un lado.
Cuando esa persona “tímidamente” va saliendo del rebaño y empieza a dar sus propios pasos, el regocijo de su valentía despeja todo temor. Las amenazas que suponía se desvanecen ante la alegría de animarse a ser fiel a su verdadera identidad. De apoco, quien se ocultaba, se muestra, da sus opiniones, manifiesta sus desacuerdos, asume el riesgo de no gustar, comete errores y sobrevive a ellos, experimenta, se anima… “se para sobre sí mismo” y reafirma su identidad. Al cabo de un tiempo andando el propio camino, de pronto se detiene y se da cuenta que ya “no mira a los costados”, que ya no es determinado por el qué dirán, sino que es un Ser auto-determinado que aprendió a escuchar la propia voz y hacer sonar su canción. Y cuando esto acontece, lo que antes era supervivencia, hoy es elección de vida. Lo que antes era prioridad hoy no quita el sueño y se torna intrascendente.
Quien se encuentra haciendo algo útil y creativo con su propia vida, decide no invertir energías en agradar o desagradar a los demás. Eso será una consecuencia, no un fin en sí mismo. Suena egoísmo, pero no lo es…Ser egoísta es buscar que el otro me quiera como yo quiero que me quiera, privándole de conocerme en toda mi integridad.
La meta de toda persona adulta emocionalmente debe ser: “agradarse a sí mismo”, “sentirse a gusto con su vida”. Desde esa plenitud, desde ese “contento” personal e íntimo, puede tener alguien algo valioso que ofrecer a los demás, en lugar de utilizar a otros como prótesis de sus carencias de identidad. No venimos a ser marionetas para un público que alienta o critica, el desafío de nuestra vida es desplegar nuestra más auténtica identidad.
No somos egoístas por ponernos en primer lugar, en cambio, sí somos desconsiderados si no le damos a los demás la libertad elegir relacionarse o no con quienes somos en verdad. Cuando privamos a otros de nuestra autenticidad, los demás se relacionan con “la idea” de quienes creen que somos, desde una identidad impostada y forzada.
“No hay opinión más importante que la que cada uno tiene acerca de sí mismo”.
A esto se le llama “auto-concepto”. El concepto que tengo de mí mismo es lo que define el afecto que nos tenemos o el rechazo personal que experimentamos. No hay halago externo que compense ese vació interno. No hay presencia que consuele esa ausencia de reconocimiento personal e intransferible. Quien está ocupado en tener cada día un mejor concepto de sí mismo, está menos preocupado por el concepto que otros tienen de quien se es. En este punto hay algo que deberías saber: “agradar a todo el mundo es misión imposible”. Cuando “gustaste” de acá, “no gustaste” de allá, es como pretender enderezar una pollera irregular…invertir energía en esto, es derrocharla inútilmente. Lo que sí esta está a tu alcance es dedicarte para agradarte, no desde un lugar narcisista e individualista sino desde el hacer con tu vida algo valioso para vos y los demás. Desde lo que cada uno tiene para ofrecer al mundo y no desde lo que los demás esperan recibir. Es decir: los demás pueden pedirte naranjas siendo vos un árbol de limón… puedes pasarte la vida tratando de ser un exprimido o bien dar tu mejor limonada… está última de seguro será tu mejor versión.
En este contexto, lo que digan los demás es algo que puede importarte más o menos, pero ya no será lo que “te mantiene vivo ni lo que te quita la respiración”. Cuando las críticas o los halagos son como aire para nuestros pulmones, nos cuesta respirar a buen ritmo. Trascender ese temor es “cortar el cordón” para animarnos a ser realmente quienes vinimos a ser.
Quienes opinan de los demás
Hay quienes dedican gran parte de su tiempo y energía a hablar de la vida de los demás. Cualquier reunión es ocasión para hablar de los que están ausentes, aún no llegaron o recién se van. El vacío de la propia vida es “llenado” con las falencias de la vida del otro. Por aburrimiento, por “deporte” o por no tener nada significativo propio que contar los silencios se compensan pasando revista de la vida ajena. ¿Qué esconden las personas que ejercitan el músculo del “chisme” con una disciplina que roza lo asombroso? El chisme se alimenta del “vacío de intimidad”, del temor a profundizar nuestros vínculos, del temor a darnos a conocer y a reconocer la distancia que existe entre dos personas o más que necesitan de “otras ausentes” para volver entretenido el encuentro y pasar el tiempo. Las personas expertas en desmenuzar lo ajeno, hablan de las “cosas”, no de lo que sienten ni de lo que les pasa, tampoco se animan a preguntar a quién tienen en frente, acerca de cómo está siendo su vida, no muestran interés en conocer más en profundidad a quienes están compartiendo ese momento.
Un mecanismo defensivo se esconde en el hábito de criticar: la “proyección”. Todo lo que nos molesta exageradamente y nos irrita en los demás…es reflejo de aquello que nos cuesta admitir en nosotros mismos. El mirar la vida ajena es una manera de poner velos a la propia existencia. Si sos de las personas que se la pasan criticando, juzgando y hablando (bien o mal) de los demás, te invito a que estés atento a esta tendencia a proyectar. Generalmente lo que menos toleramos y más se juzgamos en los demás, es lo que más cuesta asumir a en uno mismo. Del mismo modo, lo que más se admira y resalta en otros, es lo que no nos animamos a ejercer por nuestra cuenta.
Cuando ese “otro” al que se criticaba, se convierte en una ocasión para trabajar sobre uno mismo, lo intrascendente se vuelve significativo. El chisme se disuelve en una íntima reflexión que nos desafía a evolucionar con otros y ya no a entretenernos a costa de otros. Cuando critiques la osadía de otros…pregúntate acerca de tu resistencia al cambio. Cuando critiques el egoísmo de los demás…pregúntate acerca de tu tendencia a querer controlar que las cosas se hagan a tu manera. Cuando critiques a las mujeres que viven su sensualidad con libertad, pregúntate por las inhibiciones en tu sexualidad. Cuando critiques la inmadurez de los demás, pregúntate en que situaciones eres muy infantil aun siendo una persona seria. Cuando te enojes con la desconsideración ajena, es bueno que mires en qué ocasiones te menosprecias a ti mismo. Cuando te frustres con la impuntualidad de los demás, interroga en qué te estás robando tu tiempo… Los demás son los mejores espejos para mirarnos. Solo que a veces nos vemos despeinados y queremos peinar el espejo en lugar de desenredar los propios nudos…
La próxima vez que inicies una conversación con alguien...recuerda este artículo y proponete no hablar de “otros”: habla de vos e interesate por conocer más a quien tienes en frente.
Psicóloga Corina Valdano.