Decir que no...
¿Por qué nos cuesta tanto decir que no? ¿A qué le decimos que no cuando le decimos que sí a los demás queriendo negarnos? ¿Cuántas veces terminamos arrepentidos por hacer cosas que no hubiésemos querido y que siempre, siempre terminan saliendo mal? ¿Cuántas veces decimos… ¡Yo sabía!, y sin embargo una y otra vez terminamos negando esa vos sabia que nos susurra al oído… “mejor no”, y terminamos diciendo que sí, entrando en una intensa contradicción interior?
Saber decir que no y poner límites es muy necesario para sentirnos a gusto y en coherencia con quienes elegimos ser y con cómo queremos vivir. Sin embargo, la mirada exterior, el temor a que nos dejen de querer y la inseguridad personal, nos hace tambalear la estantería cada vez que tenemos en mente decir que no y a último momento terminamos asintiendo y diciendo que sí a lo que en verdad no queremos.
¿Por qué nos es tan difícil decir que no?
En primer lugar, esta dificultad responde a un miedo ancestral: quedar excluidos de la manada. La pertenencia a un grupo social nos mantuvo vivos hasta acá. No hubiésemos logrado sobrevivir como especie sin la contención y la protección de un rebaño que nos cobije y nos auxilie. Esta fidelidad y lealtad anida en el inconsciente colectivo de toda la humanidad. En algún momento de nuestra historia, no agradar a la colectividad era dejarnos expuestos a la suerte de los depredadores al acecho.
Los tiempos cambiaron, ya no hay depredadores emboscando pero nuestro cerebro sigue respondiendo como épocas de antaño. ¡Sentimos pánico por ser rechazados! Al punto de convertirnos en depredadores de nosotros mismos, cercenando partes nuestras por miedo a no agradar u ofender a los demás.
Creencias irracionales que nos impiden decir que no
En la sociedad actual, a aquel temor nuclear se le suman ciertas creencias irracionales que sostienen la problemática de ser desleales a nosotros mismos:
Sobrevalorar la opinión de los demás
Quién diga que no le importa la opinión de los demás, miente. A todos nos importa porque somos seres sociales en permanente interacción social, no somos islas flotando en el mar. El problema no es que nos importe lo que piensen los demás, sino que extendamos indefinidamente “a los demás” hasta incluir al vecino, al del frente, al cercano, al lejano, al amigo, al desconocido y al que nos cruzamos en el camino. Cuando nos ponemos en la misión imposible de agradar y dejar conformes a todo el mundo, quedamos a años luz de quienes somos nosotros, nos perdemos de nuestros deseos, de nuestras motivaciones y aspiraciones, y hasta de ¿quiénes éramos? por mimetizarnos con el resto. Querer quedar siempre bien, ser amables permanentemente, incondicionales, cordiales y simpáticos con todo el mundo, es pasaporte a la infelicidad porque supone dejar a un lado lo propio, para acomodarnos a lo que “suponemos” que quiere el resto, sosteniendo la inconsciente ecuación de que no responder a esas demandas supone quedar negados de afecto y de aprecio. Lo que no siempre es cierto. Y si lo es… ¿realmente vale ser deshonestos con nosotros mismos por comprar el aprecio de quienes nos quieren por bailar al ritmo su canción? A la corta o a la larga eso se traduce en insatisfacción personal y en desilusión hacia los demás porque la complacencia nunca alcanza.
Sentirnos egoístas, malas personas o culpables por no hacer lo que nos piden los demás:
Una vocecita interna nos carcome la cabeza cada vez que decimos que no a una petición “no sos buen amigo”, “sos egoísta por pensar en vos”, “¿cómo vas a negarte con todo lo que hicieron por vos?”, “no seas mala persona”. Por supuesto que hacer favores y ser solidarios cuando va en concordancia con nuestros valores, nos hace sentir contentos y satisfechos. El problema es cuando en lugar de salir del corazón, sale de las voces de la mente que nos atormentan. Estos pensamientos suelen ser exagerados, incisivos y no están basados en el amor hacia los demás sino en aliviar un malestar personal por no saber lidiar con nuestros pensamientos obsesivos. La invitación es que te detengas a pensar ¿acaso no estás siendo egoísta con vos cada vez que te decís que no por decir que sí a los demás?
Cuando por complacer traicionamos una parte importante de nosotros mismos, olvidamos que dentro nuestro anida una “esencia” que clama ser expresada y tenida en cuenta. Ser generosos con el resto, no va de la mano de mutilar nuestros anhelos y nuestra autenticidad. Si así lo sentís, esa generosidad no sale del corazón sino del temor de perder el aprecio de los demás. Y ese temor está basado en un deseo egoísta más que en el deseo de brindarse de una manera sincera y altruista. Sacrificarnos más de lo necesario o complicarnos la existencia por no poner límites claros, no es meritorio, es inmadurez emocional y falta de seguridad personal. Antes de decir que no y antes de decir que sí, es importante evaluar cada situación de manera objetiva e indagar en la motivación real que anima cada afirmación o negación para no frustrarnos ni desilusionarnos cuando del otro lado no vuelve lo mismo que damos.
No saber delegar y asumir responsabilidades de más:
A veces no podemos decir que no porque todo lo queremos abarcar. Aquí el problema radica en la sobre-implicación y el deseo de mantener el control. Hay una gran dificultad para confiar en los demás y una secreta afirmación “nadie lo hará mejor que yo”. Esta sobrecarga no solo nos lleva a descuidar otros aspectos importantes de nuestra vida que “realmente no son delegables” sino que alimenta la pereza y la irresponsabilidad de quienes nos rodean. Podemos llegar a concluir que todos son unos inútiles cuando en verdad, somos nosotros quienes les estamos quitando la posibilidad de aprender y asumir responsabilidad, claro está que “la culpa no es de la oveja sino del pastor que la encauza en esa dirección”. A veces nos terminamos quejando de lo mismo que generamos. Hacer una pausa y preguntarnos: ¿cuál es la parte de responsabilidad en esto que estoy generando? es posicionarnos con entereza y ecuanimidad.
¿Cómo podemos aprender a decir “no” de forma amable y con determinación?
Lo primero que necesitas hacer es identificar ante qué situaciones te pasa, cómo te pasa y ante quiénes te pasa. Luego, es bueno no perder la memoria y tener presente: ¿Cuántas veces te arrepentiste de decir que sí, queriendo decir que no?
¿Qué pensamientos y emociones vienen a tu mente, segundos antes de negarte?
¿Qué te impulsa a decir que sí? ¿Qué sentís cada vez que decís que no?
Cuando te hayas respondido todas estas preguntas, reflexiona: ¿realmente los demás me quieren porque a nada les digo que no? Y si fuera así ¿me sirve? ¿Y si empiezo a decir que no y me quedo con el manojo de personas que me quieren por lo que soy y no por lo que hago o dejo de hacer? Seguramente sentirías más seguridad del amor de los demás sin tener que trabajar por ello.
Estrategias para decir que no de forma asertiva y con amabilidad
- Explica tu postura de manera directa, breve y sencilla: decir que no dando una acotada explicación de la negativa es una manera amable de sostener tu postura sin ser agresiva/o. “No puedo comprometerme porque tengo muchas cosas por hacer”.
- Practica la empatía sin por eso ceder a la petición: expresa comprensión por el punto de vista de la otra persona, valida sus argumentos y luego expresa tu postura y toma de decisión. Puedes finalizar tu mensaje con una propuesta o sugerencia. “Comprendo que tengas trabajo atrasado y necesites terminarlo cuando antes, siento no poder ayudarte esta vez. Quizás puedas pedir más tiempo para tu entrega”.
- Da una parte de razón y sostén tu postura: cuando la insistencia sea mucha o sientas presión de manera explícita, da una parte de razón al argumento de la otra persona, manteniendo tu postura. “Es verdad que podría ser una muy buena opción, pero en estos momentos no puedo asumir esa responsabilidad”.
- Aplaza tu respuesta cuando dudes en contestar: cuando sientas demasiada ansiedad y no sepas que contestar, la mejor estrategia es dilatar la respuesta para pensarla con tranquilidad en lugar de comprometerte a algo de lo cual luego te arrepentirás. “No puedo confirmarte ahora, deja que me organice y luego te contesto con más seguridad”. Las personas que no saben decir que no, generalmente tienen un “sí” rápido del que luego se arrepienten y no saben cómo volver atrás. Es como si les quemaría en las manos la petición. Nada es tan urgente como para tener que responder tan rápidamente sin mediar reflexión. Tomarse tiempo de ir hacia adentro y decir que “sí” o que “no” con convencimiento, evita arrepentimientos y compromisos asumidos a medias.
- No tuerzas tu opinión ante las insistencias: si acostumbras a los demás a insistir hasta torcer tu opinión, enseñas que tu palabra no tiene valor. Ante de decir que “no”, asegúrate de poder sostener tu palabra a pesar de los reclamos y persistencias ajenas. Puedes recurrir a la técnica de disco rayado manteniéndote firme en tu punto de vista con un tono firme y calmado. “Esta vez prefiero quedarme en casa, tal como te he dicho. Lo siento pero no lograrás convencerme”.
- Separa tu negativa de tu persona: cuando tememos que nuestra negativa de lugar a interpretaciones erróneas, cuando del otro lado haya chantaje emocional (“si me dices que no es porque no me quieres tanto…”), o nos sentimos juzgados, es bueno aclarar que nuestra negativa no tiene nada que ver con el amor a los demás ni con ser buena o mala persona. “No puedo acompañarte, espero no te ofendas, pues no tiene nada que ver con el aprecio que te tengo”.
- Observa la situación desde afuera: desplaza el foco de atención desde la conversación hacia lo que está ocurriendo, como si miraras la conversación como un observador externo. En el caso de insistencia podrías responder por ejemplo, "llevas un rato insistiendo, pero no voy a cambiar de opinión, en serio.”
Estas respuestas asertivas requieren entrenamiento y práctica. Encontrar el punto intermedio entre agradar a los demás y ser leales a nosotros mismos requiere hacer una “pausa” y reflexionar desde donde decimos que sí cuando decimos que sí y sentir la libertad de decir que no cuando así lo deseamos sin temor a la quita de amor.
Cuando decir que sí está fundado en la imposibilidad de negarnos, necesitamos fortalecer nuestra personalidad y trascender el temor de no agradar a los demás.
Es una creencia irracional pensar que dejaremos a todos conformes, pretender que todos nos quieran y estén de acuerdo con todas nuestras preferencias. Si el costo de conformar a los demás es traicionar nuestros valores, necesidades y hasta nuestra más sincera esencia, no es loable ni motivo de admiración, es consecuencia de basar nuestro valor en el precio que los demás nos ponen y nos sacan. Poder posicionarse es quererse, respetarse y valorarse. Es honrar la diferencia humana, aceptar que no todos pensamos igual y que un sí o un no, no compra ni deteriora el verdadero afecto que nos tienen los demás.
¿Puedo hacerlo? ¿Quiero hacerlo? ¿Sale del corazón? ¿O está basado en un temor de mi ego?
Hacerse estas preguntas antes de decir que sí a una petición es indicio de madurez emocional, de seguridad personal y poder amar desde lo más auténtico de sí, sin temor a perder nada que esté basado en lo real y verdadero.