Hay personas que se entrenan a diario para ver problemas que solo existen en su cabeza, personas con gran destreza para armar una discusión cada vez que la calma asoma o la armonía reina, que refutan cada evidencia con tal de confrontar o desafiar.
¿Cuál es la intencionalidad inconsciente de este tipo de actitudes que restan en lugar de sumar?
En verdad, estas personas necesitan “drenar” una extraordinaria tensión que habita en su interior. Así, cualquier ocasión es bienvenida si da cabida a esa posibilidad y sino, se esmerarán por generar las circunstancias que les permitan liberan esa agresividad que existe por sí misma, independientemente de todo estímulo. Este último, en todo caso, es solo lo que autoriza a ex/presar (sacar de preso), lo que anida dentro.
Estas personas que el saber popular tildaría de “jodidas”, se han puesto a sí mismas la etiqueta de complicadas, complejas y rebuscadas. Así se sienten, así se comportan. Así se muestran, así las ven…
Cada vez que refuerzan sus hábitos de comportamientos, que siguen confrontando, complejizando, oponiéndose y enojándose…más se instalan en este patrón de conducta, que resulta totalmente disfuncional en el trato con los demás. De más está decir, que quien peor la pasa en esta situación es el portador de este estilo de personalidad. Pues, se niega a sí mismo la paz, la serenidad, la calma, la quietud y el reposo que deviene de descansar la mente de la perturbación, de la preocupación y de la innecesaria oposición.
Ante los demás resultan personas intolerables. Se siente su tensión, se respira su dramatismo, se huele su negativismo. Estas personas, de puño apretado, mandíbula rígida y mirada alerta, mantienen un cuerpo en estado bélico, listo para encontrar un contrincante en quien descargar su furia, su nerviosismo y su permanente insatisfacción.
Vale la aclaración de que estoy haciendo referencia a un estilo de “ser y estar” que no esconde un trastorno mayor de personalidad. La diferencia radica en que estas personas en apariencia conflictivas, son bien intencionadas y no tienen pretensión de menoscabar a los demás, por el contrario, sufren cuando advierten que sus hábitos automáticos generar daño. Admiten con tristeza “no poder ser de otra manera”, lo intentan…pero caen una y otra vez en la etiqueta que tienen puesta.
No son personas “tóxicas” aunque sí pueden emanar esa atmosfera a su alrededor…Son personas “intoxicadas” de sí mismas…, presas de sus propias exigencias, desbordadas de preocupaciones autogeneradas, de su adicción al drama, de agobiantes cuestionamientos y de obligaciones autoimpuestas. No se dejan en paz, no se dan respiro, no se permiten distenderse y disfrutar, esa posibilidad les está vedada o es sentida como inmerecida.
¿Qué se esconde detrás de una persona que hace de lo fácil, algo difícil, de lo sencillo algo complejo, de la quietud, lo insoportable, del disfrute un martirio, del ocio un tedio?
Detrás de una “persona difícil”, se esconden otras partes maravillosas que han quedado sepultadas bajo esa armadura oxidada que tienen encarnada y que no deja traslucir lo mejor de sí. ¡Eso también está ahí! pero sofocado por una cruda rudeza que amordaza todo atisbo de virtud.
En este momento es preciso desdoblar este artículo en dos: para hablarles a quienes les toca lidiar con personas así, a las que tildan como “intratables”. Y, por otro lado, a quien pueda estar leyendo estas palabras y se siente a sí misma como una persona “insoportable”. Se reconoce silenciosamente en estas características, cuando deja a un lado las argumentaciones y justificaciones de por qué hace lo que hace, dice lo que dice, "vive como vive…"
Para quienes tratan con personas así, un acto de amor es poder ver la condición detrás de la limitación, la virtud además del defecto. El remarcar todo el tiempo el defecto, no hace más que reforzar ese comportamiento. Cuando el agravio externo se suma a un auto-maltrato ya originario, la persona en cuestión, activa el circuito de despreciarse a sí misma, y como consecuencia de su mala relación consigo misma, no tendrá nada mejor para dar a los demás. Por eso enfatizo que su intención no es dañar, y lo diferencio claramente de otros trastornos severos de personalidad. Una persona que vive en ese calvario interior, sufre esta situación y termina inconscientemente alejando a los que más quiere en un intento desesperado de cuidarlos de la amenaza que se siente ser. Así, pelear es un recurso primitivo para poner distancia y preservar a los que más quiere, de su perjudicial proximidad.
En el trato con los demás, una manera de dañarse a sí misma será privarse de recibir la contención de los seres que quiere. Es decir, no solo se niegan el placer sino también, boicotean la amorosidad de su entorno. No saben recibir afecto, parecieran no tener “receptores” para los emisores del buen trato. Solo conocen el lenguaje del auto-maltrato.
Quienes conviven con personas así, lo aconsejable es establecer una saludable distancia cuando se percibe un contexto tenso. No es bueno invitar al otro al “ring”, puesto que sin duda se subirá. Si del otro lado hay alguien con inteligencia emocional, la responsabilidad será descomprimir el ambiente, sin tratar de serenar, sino dejando a esa persona a solas para que ordene su caos emocional. La discusión no hace más que avivar la adicción al conflicto y anclar el drama. No podemos cambiar la forma de ser de esa persona, pero sí el modo en que decidamos interactuar con ella.
Para quienes se identifican con este perfil, el primer paso será admitir las desventajas de seguir siendo así. Quizás un tiempo de estrés prolongado ha instalado esta forma combativa de apreciar la vida. Cuando estamos habituados a índices de estrés elevados, generamos una “tendencia natural” a ver las cosas mucho más complicadas de lo que son y ver amenazas que solo existen en nuestra imaginación. Esto no es más que un recurso de alerta con el que contamos como especie para preservar la vida ante la posibilidad de muerte. Por eso no hay nada malo en quienes se identifican como personas “complicadas” sino, solo un recurso que está siendo mal utilizado. Como si hubiesen apretado el botón “on” en una circunstancia y luego han olvidado poner “off”, cuando cedió la amenaza. Ese exceso de energía bélica, ante la ausencia de amenaza real, puede volverse contra sí misma. Preparados para combatir, necesitan escenarios que justifiquen su sentir.
Desactivar este mecanismo demanda el comenzar a darse cuenta de ese potencial de violencia interna y buscar maneras más saludables de aliviar esa tensión: la actividad física, tomar consciencia de la respiración, registrar las sensaciones del cuerpo ayuda a tener registro consciente para evitar caer en la mecanicidad de siempre. Aprender a cuidar a los demás de la propia ira interna será posible si somos conscientes de nuestro estado emocional convulsionado y de nuestra disposición a ver problemas y conflictos donde no los hay.
Se trata de levantar bandera blanca, y de la clara determinación de dejarse en paz, tolerando en un comienzo el raro sabor de la serenidad y encontrando maneras de sentirse vivos en la pasividad y la quietud. Así, de a poco, quien solo sabía nadar en aguas turbulentas, comienza a familiarizarse con la marea calma y puede llegar a la otra orilla, dejando atrás su enemistad. Cuando aprendemos a tratarnos bien, dejamos que nos traten bien y podemos tratar solo ahora a los demás, con la amorosidad con la que contamos para dar porque la hemos afianzado como tesoro personal.
Psicóloga Corina Valdano.