Animarnos a lo que nos gustaría
Si un recurso no nos puede faltar para vivir una vida significativa, ese recurso sin duda es la osadía. ¿Osadía para qué? Nada más y nada menos que para animarnos a cumplir aquello que tenemos en mente y suponemos que nos hará feliz.
Muchas personas viven paralelamente dos vidas a la vez, una real y una imaginaria.
La real, la vida de todos los días, que no está mal pero internamente saben que podría estar mucho mejor si se animaran a hacer, a elegir, a decidir, a iniciar o a poner punto final a aquello que les da vueltas en la cabeza.
La imaginaria, que es aquella en la que proyectan los escenarios deseados. En este refugio de fantasía, se imaginan cómo sería su vida si se animarán a dar ese gran salto o esos pequeños pasos que dan tanto temor: irse a vivir al exterior, cambiar de trabajo, separarse, comprometerse de verdad, iniciar algo propio, estudiar una carrera, ejercerla, dar vuelta de página e iniciar una vida nueva en otro punto del planeta.
El puente que nos conduce de una vida deseada a una vida real es atrevernos a consumir la existencia que nos fue dada para vivirla teniendo siempre un único objetivo en mente: sentirnos felices con nuestra vida, cueste lo que cueste. Así es… porque armarnos una vida significativa, que nos contente, que nos haga sentir orgullosos, no es para nada fácil, supone trascender miedos y condicionamientos, poner nuestro mejor esfuerzo, ejercer la libertad y con ello la valentía de asumir la responsabilidad por cada decisión tomada, supone también dejar por fuera lo que queda sin elegir cuando optamos por algo y animarnos a la autenticidad de ser nosotros mismos corriendo el riesgo de no agradar a los demás.
Ser feliz, es una decisión que tomamos a diario. No acontece por sí solo el sentimiento de sentirnos a gusto con quienes estamos siendo, es una sensación que florece fruto de un trabajo interior que se ve reflejado en cada uno de los movimientos externos que ejercemos para acortar esa distancia entre la vida real y la imaginaria.
La osadía se encuentra exactamente en la misma línea en cuyo extremo opuesto anidan todos nuestros miedos tanto aquellos reales como irracionales. Esto significa que si nos animamos a mirar nuestros miedos de frente y seguimos andando a pesar de todo, nos estaremos acercando cada vez más a las zonas más valientes de nuestra personalidad. Y en ese transitar, los miedos irracionales se desvanecen y los reales nos encuentran mucho más fuertes, porque en ese recorrido hemos aprendido y nos hemos empoderado como consecuencia de pasar a la acción.
Cierta vez escuché una frase que resonó mucho en mi interior: “Soy libre porque mi mayor miedo se hizo realidad y aun así sigo viva”. La buena noticia de que aquello que tememos se concrete es que a partir de allí nos volvemos más fuertes y resistentes. Y la mayoría de las veces terminamos concluyendo que aquello que parecía tan inmenso y difícil desde lejos, al acercarnos se puede fragmentar y de a porciones se puede gestionar más fácilmente.
Cuando no ejercemos la osadía para concretar nuestros más hondos deseos, se nos pasa la vida sin vivirla, porque una vida vivida es aquella que es elegida con conciencia y no repetida por inercia. A veces olvidamos que somos hijos de la impermanencia. Vivimos nuestros días pensándonos como eternos y desde esta fantasía postergamos lo que deseamos…¡Y la vida pasa tan rápido! No podemos gastarnos todos los cartuchos errando el tiro, necesitamos de la osadía para afinar la puntería y dar al blanco y si nos cuesta definir lo que deseamos, tener la audacia para trabajar sobre sí y definir hacia dónde queremos ir.
Te animo a que te preguntes... si fueses más conciente de tú muerte ¿no te animarías a más? ¿no priorizarías mejor? ¿no le perderías el miedo al error? Las personas que tienen agallas para vivir la vida que quieren, dejan de temerle a la muerte. Quienes no, sienten profundo temor que la muerte los encuentre todavía ensayando cómo quieren vivir o eternamente entrenando para ese partido que nunca se animan a jugar.
“La vida ha de ser consumida, incluso si está fundada en el error, pues a través del error a menudo se alcanza la verdad”
Estas palabras tan sabias las dijo Carl Gustav Jung, y es una clara invitación a ser audaces, a aventurarnos, a darnos permiso para equivocarnos. No hay maneras de librarnos de la posibilidad de equivocarnos porque aun no decidiendo por aquello que nos da temor, nos equivocamos en dejar escapar la posibilidad de sentirnos más felices y realizados. Cuando eso sucede, gestamos una especie de deslealtad interna con la que es muy difícil convivir. Así, lo fácil en un comienzo se vuelve más difícil con el paso del tiempo y lo difícil se vuelve fácil cuando de la mano de la osadía vamos dando los primeros pasos.
A veces no nos atrevemos o nos acobardamos porque pensamos que dar ese paso es una cuestión de vida o muerte. Sin embargo, podemos volver a decidir sobre lo decidido tantas veces lo consideremos necesario. Quien se animó y no resultó está sin duda un paso más adelante en su evolución que aquellas personas que desde el sillón de su casa hacen y deshacen en su cabeza cientos de veces. Y si pensamos con sensatez con frecuencia resulta ser que uno se arrepiente más de lo que dejo de hacer por temor, que de lo que hizo y no funcionó. En el segundo caso hay experiencia acumulada, en el primero frustración que condena a una vida vacía y empequeñecida.
La osadía no tiene edad ni fecha de vencimiento. Aquellas personas que se justifican diciendo que “ya se les ha pasado el tren”, pueden llegarse hasta la estación más próxima y ver las opciones disponibles cuando las excusas dejan lugar a las posibilidades y los ideales se renuncian para volver a enunciarse de maneras más reales. Estancarse en la resignación cuando nuestro anhelo es posible gesta dentro nuestro enorme dolor por lo no vivido y enojo por traicionarnos a nosotros mismos.
La osadía puede compararse con tirarse a una piscina que uno sabe que el agua está fría, no es la imprudencia de lanzarse sin saber si hay agua sino la capacidad de soportar esa primera sensación estremecedora que desestabiliza un estado de equilibrio anterior.
Las personas que se atreven, están dispuestas a soportar un momento de inestabilidad porque apuestan a una estabilidad superior y de mayor gratificación.
La audacia ante la vida se entrena y se potencia cada vez que nos animamos a lo que antes no. Ir conquistando lo pequeño nos prepara para proponernos objetivos más desafiantes para los que necesitamos coraje. La osadía es ese impulso vital que nos energiza para abrirnos paso y sortear dificultades, moviliza recursos internos desconocidos por nosotros mismos y que hacen su aparición justo cuando más los necesitamos ¿por qué? porque ese movimiento audaz los despierta del letargo en el que estaban para ponerlos a disposición de una vida que quiere ser vivida. Cuando pensamos que algo será muy difícil, olvidamos que en el camino aparecerán soluciones, habilidades, posibilidades y personas que harán más fácil ese tránsito. Las personas audaces desarrollan un optimismo realista que los resguarda de la tendencia humana a pensar en el peor escenario posible.
¿Qué actitudes permiten despertar nuestra osadía?
Cuestionarse y preguntarse ¿por qué no?
Quien no cuestiona su realidad termina aclimatándose a ella, y se duerme ante sus condicionamientos establecidos. Hacerse preguntas, mirar lo mismo desde perspectivas distintas, no ser siempre complaciente, animarse a pensar diferente, habilita a pensar posibilidades que antes no eran contempladas.
Tomar decisiones cuando la incertidumbre es mucha.
La incertidumbre es el espacio donde los miedos abundan y domina la inseguridad. Ante esta situación, la osadía de tomar una primera decisión nos salva de ahogarnos en un mar de dudas. La decisión correcta muchas veces es más decidir que acertar. Ese primer movimiento audaz nos hace sentir que hemos tomado las riendas de nuestra vida.
Asume la total responsabilidad de cómo eliges vivir.
Haz un pacto de honestidad contigo mismo/a donde las excusas y las justificaciones no tengan el poder de envolverte. Cuando no vamos en pos de lo que queremos o pensamos que nos hará sentir mejor, no es una limitación real sino la decisión de priorizar otras cosas que también nos importan. Reconocerlo, pone en tus manos el problema pero también la solución.
Aprende a mirar más allá de aquello que te toca afrontar aquí y ahora.
Detrás de la osadía aguarda una gran recompensa. Pensar en la sensación de gratificación y satisfacción que sentiremos cuando conquistemos lo que tanto miedo nos da, es una gran motivación para ponernos en acción.
No nacemos con audacia psicológica, llegamos a este mundo sintiéndonos vulnerables y repletos de miedos que en un primer momento nos ayudan a sobrevivir. La osadía resulta como fruto de una maduración y de un trabajo interior que nos anima a vivir con intensidad y ya no limitarnos al primitivo deseo de sobrevivir.
No es orgullo irnos de este mundo más acorazados que expandidos. Estamos aquí para desplegarnos, para animarnos, para descubrir todo el potencial que habita dentro nuestro. Y para conquistar este propósito, necesitamos de la audacia y la osadía para vivir una vida elegida desde la absoluta responsabilidad y desde la plena conciencia de saber que nuestra vida es nuestra y sobre ella tenemos principal decisión.
Te invito a que te preguntes ¿qué estoy haciendo hoy por más pequeño que sea para sentirme más audaz y acercarme a la vida que deseo vivir?