Solemos asociar la vivencia de “soledad” con sentimientos de dolor, temor, sinsentido, frustración y pesar. Músicos y poetas de todos los tiempos nos han susurrado el sabor amargo y el agotador llanto de la ausencia de un otro…La soledad así entendida resulta catastrófica y el común de los mortales está dispuesto a tolerar lo intolerable, ante la recompensa de la sola presencia…
Como terapeuta, me toca ver a diario personas que “se inmolan” con tal de no estar solas, que pierden su dignidad en la compulsiva búsqueda de proximidad.
Ahora bien… ¿Y si hubiese “otra soledad”? Una soledad fértil, creativa, inteligente y disfrutable.
No es la soledad la que causa nuestro pesar sino las asociaciones que hemos construido en torno a este concepto que miramos con desasosiego. No es la falta de alguien lo que nos desconsuela sino las expectativas que hemos depositado en la presencia de otro, lo que nos deja sin nada cuando esa persona ya no está.
Re-significar la soledad
Somos seres sociales, así es. Pero somos a su vez seres enteros e individuales. Nos han convencido de lo primero, pero nadie nos enseña lo segundo, debemos aprenderlo por nosotros mismos. Esta enseñanza acontece muchas veces cuando la pareja deseada no llega, un amor nos abandona o un entrañable compañero de toda la vida anticipa su partida…De esta dolorosa ausencia puede surgir una radiante presencia: “la de nosotros con nosotros mismos”.
Esta crisis existencial puede transformarse en una oportunidad para “re-significar” la soledad, es decir: “darle otro significado” y volverla un espacio de encuentro con nuestra intimidad, una ocasión de conocernos, de darnos lo que siempre demandamos: atención, cuidado, buenos momentos, afecto y admiración. Esas cualidades no son solo interpersonales, solo que hemos aprendido a experimentarlas junto a otros. Los invito a que cada uno se pregunte a sí mismo, por ejemplo:
¿Cuántas veces has cocinado rico solo para vos?
¿Cuántas veces te has puesto tu mejor perfume y tu mejor vestido sin el propósito de seducir a otro?
¿Cuántas veces has dejado de hacer cosas porque no tienes quién te acompañe?
¿Cuántas veces has pensado planes que solo te incluyan a vos?
¿Cuántas veces te has dicho “lo hiciste bien”? Y podríamos seguir…
Si comemos rico cada vez que compartimos una mesa junto a otros, si nos vemos bien cada vez que nos vestimos para él o para ella, si las salidas divertidas siempre implican compañía y esperamos siempre halagos que vengan desde el exterior… Si todo esto y mucho más, esta enlazado a la presencia de aquellas personas que nos importan ¿Cómo hacemos para abrazar la soledad y sentirnos suficientes con nosotros mismos? Tendemos a ligar los placeres, el disfrute y los buenos momentos a la imprescindible presencia de los demás.
Sin duda la grata compañía enriquece la soledad bien vivida. Entendida así la compañía de otros se torna una elección, una preferencia… NO UNA NECESIDAD.
Si “necesitamos” estar con otro/s, es que estamos eligiendo desde nuestras carencias, desde lo que nos falta, de lo que nos dejamos “sin” cuando nos tenemos con quién. Las relaciones de dependencia se alimentan del auto-abandono y de dejarnos solos de nosotros mismos.
Cuando el otro aparece para “darle sentido” a nuestra vida, estamos en dificultades…No es misión de nadie hacernos felices, menos aún inyectarnos motivación para vivir. Cuando el otro se transforma en un “pulmotor” nos asfixia la soledad y desesperamos ante las ausencias.
Quien aprende a respirar por sí mismo, se vuelve libre, tremendamente rico, inmensamente feliz, y grandiosamente autónomo.
Un vínculo sano, cualquiera sea… es consecuencia de haber asumido una digna y fructuosa soledad, de haber establecido un vínculo de amistad y convivencia en paz con la única persona que nos acompaña desde siempre y para siempre: uno mismo.
Tenerse a sí mismo, sentirse entero y ya no “media naranja” posibilita relaciones expansivas y construidas desde el verdadero amor hacia las personas, no desde el apego. El apego esconde el miedo y el miedo nada tiene que ver con el amor…El miedo no es amor hacia el otro sino temor por mí si ese otro se aleja o deja de existir en mi vida.
El mayor temor muchas veces no es tanto a la soledad como al encuentro con nosotros mismos. Amigarnos con nuestra presencia y aprender a ser nuestra mejor compañía torna este temor en el motor de acción para edificar una vida interesante y plena de sentido, una vida que no espere a otros para ser planeada. Una vida gestionada desde adentro y no orientada hacia afuera. Esto es posible cuando se ha transitado el dulce silencio de la soledad y comenzamos a escuchar: ¿Qué queremos? ¿Qué necesitamos? Y podemos seguir buceando más hondo… ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos? Las respuestas que vamos construyendo a estas preguntas van edificando a una persona que aprendió a “conocerse” además de saber su nombre y cómo le llaman…Somos mucho más que un nombre, un cuerpo, un tiempo y un espacio…Cuando logramos darnos cuenta de ello, ya no nos sentiremos más solos y disfrutaremos de estar con otros sin miedo de que se termine el encuentro, de que se vaya, de que me deje, de que se aleje…porque hay un lindo lugar donde volver, una frondosa soledad, una vida que “nos tiene” como protagonistas y una presencia que nunca nos deja solo, la nuestra. La capacidad de estar a gusto y sentirse suficiente con uno mismo no se hereda, ni es dada, solo es ganada con el profundo trabajo sobre sí.
Te animo a que empieces a ver la soledad como tierra fértil, que pongas buenas semillas y trabajes tu propio jardín con dedicación y pleno amor hacia la persona que sos, te aseguro que cosecharás tu mejor versión y tendrás para dar a los demás el verdadero amor que nace de una sana relación con tu interior.
Les dejo resonando una frase de Paulo Coelho…
“Benditos sean aquellos que no temen la soledad. Que no se asustan con la propia compañía, que no se desesperan en busca de algo con lo que ocuparse y divertirse o a lo que juzgar”.
Psicóloga Corina Valdano.