Trabajar y trotar el mundo al mismo tiempo
Hace ya casi dos años que estoy viajando por el mundo, al tiempo que trabajo de lo que más amo: como psicóloga online, ayudando a otros a ser su mejor versión. A veces me canso. No todo es color de rosa viajando.
La diferencia de horarios, el calor agobiante, las temperaturas extremas, las diferentes alturas, el tener que adaptarme todo el tiempo a nuevos lugares, el establecer rutinas dentro de escenarios tan cambiantes resulta muy estresante.
Ser nómade digital supone llevar la oficina a cuestas donde quieras que vas. Ciertamente uno termina trabajando más de la cuenta y encuentra poco o nada de tiempo para descansar. No querer desaprovechar ningún momento de esta maravillosa experiencia hace que el cuerpo se esfuerce de más, con la falsa promesa de descansar ese "después" que nunca llega o siempre se posterga porque cuando no hay que trabajar, hay un nuevo lugar por conocer, que despierta curiosidad y está apuntado en google maps.
Todo empieza y todo termina... desapegarse es la regla
Y otra vez, cuando estaba familiarizada con el barrio, con la gente, con el país que me dio cobijo… las valijas tienen que volverse a armar porque el tiempo se acabó, la visa expiró y me espera un nuevo lugar por descubrir, con costumbres distintas y una cultura nueva que me recuerda lo lejos que estoy de casa…
Después de tanto tiempo yendo de aquí para allá, conociendo tantos países diversos y bellos, las preguntas que asoman sin siquiera buscarlas son:
¿A qué llamo casa? ¿A una pila de ladrillos que quedó en mi ciudad? ¿A mis preciados vínculos, a mi país, a mis rutinas?
A veces nos apegamos tanto a lo que llamamos “nuestras cosas”, tanto pero tanto, tanto, que pareciera que no podríamos seguir respirando si dejarán de estar o un tsunami arrasara con ellas. Y hoy, viajando "liviana" de equipaje, de ropas y condicionantes... me doy cuenta que lo que me era imprescindible se volvió absolutamente prescindible y que lo verdaderamente importante no pertenece a ningún lugar, ni tiene título de propiedad.
Uno acaba dándose cuenta que lo que era imprescindible, se vuelve absolutamente prescindible y que lo verdaderamente importante no pertenece a ningún lugar, ni tiene título de propiedad.
Los amigos, la familia, los afectos más íntimos no se quedan en ningún lugar cuando uno se va, no están ni lejos ni cerca, están en el corazón y en la mente cada vez que se los piensa.
Pensar los afectos desde el apego coarta la libertad para experimentar la vida como cada quien quiera vivirla. Cuando uno teme perder a los que quiere por seguir los propios anhelos y deseos, condiciona su autenticidad por el temor a la desaprobación, y no puede dejar de enredarse en preguntarse: ¿Se enojarán si me quedo? ¿Se molestarán si voy? ¿Cómo les digo que quiero transitar mi camino por lugares distintos? ¿Cómo puedo seguir siendo yo sin que se ofendan las personas que más aprecio?
Estás son preguntas que subyacen en vínculos forjados desde el apego y el miedo a la desaprobación. Ahora bien, yo los invito a que se pregunten, si no podemos ser nosotros mismos cuando estamos junto a nuestros seres queridos significativos... ¿cuál es la profundidad de esos vínculos?
Los vínculos en donde se sostienen máscaras no están vivos, son fotos congeladas de lo que alguna vez fuimos. Un vínculo verdadero está basado en la autenticidad, en dejarnos ser y dejar ser a los demás. Y no se trata de dar a nadie libertad ni de esperar a que nos las den, más bien se trata de caer en la cuenta de que nadie nunca estuvo entre rejas.
Pensar los afectos desde el apego coarta la libertad para experimentar la vida como cada quiera quien vivirla.
¡A volar y a parirse a sí mismo que de eso se trata la vida!
Nacemos en una familia, salimos del útero de mamá pero estamos llamados a parirnos a nosotros mismos muchas veces más en la vida, en un continuo nacer y re-nacer donde vamos sacando capas de condicionamientos hasta llegar a la verdadera autenticidad de nuestro ser.
Desde mi experiencia, durante este largo viaje interior en el que además, vi hermosos paisajes, me fui despojando de capas y más capas, descubriendo maneras impensadas de ser y de estar en el mundo.
Tengo la fortuna de tener una familia a quienes les importa más mi felicidad que cuanto me extrañan. Que me mostraron las alas que tenía y me animaron a volar… Y es por eso que los amo profundamente.
Los vínculos en donde se sostienen máscaras no están vivos, son fotos congeladas de lo que alguna vez fuimos. Un vínculo verdadero está basado en la autenticidad, en dejarnos ser y dejar ser a los demás. Y no se trata de dar a nadie libertad ni de esperar a que nos las den, más bien se trata de caer en la cuenta de que nadie nunca estuvo entre rejas.
La distancia lejos de enfriar la relación, la fortaleció porque en estos momentos uno descubre la fortaleza de sus vínculos. En los grandes movimientos se mueve el statu-quo de lo que estaba establecido y se daba por garantido y mi familia me demostró que está conmigo cualquiera sea mi decisión. Los vínculos libres, son los que más crecen hacia arriba porque sus raíces son fuertes y sus nutrientes de buena calidad. Animarme a vivir esta experiencia en gran parte tiene que ver con vivir mis vínculos desde la libertad de poder elegir mi estilo de vida sin por eso sentir el riesgo de dejar de sentirme querida.
Los vínculos libres, son los que más crecen hacia arriba porque sus raíces son fuertes y sus nutrientes de buena calidad.
Echate a volar y te crecerán las alas
Cuando uno se anima a soltar lo seguro y a abrirse a nuevas posibilidades, no queda otra que crecer e ir hacia adelante. Como decía el autor de Juan Salvador Gaviota: “Échate a volar y te crecerán alas”.
Durante este viaje no me quedo otra que adaptarme, animarme, emprender sobre lo desconocido. Si hubiese esperado sentirme preparada para lanzarme a esta experiencia no hubiese salido de casa. Nuestros talentos creativos se encienden muchas veces ante la necesidad de adaptarse a lo distinto. Cuando en nuestra vida no estamos dispuestos a mover ni un pelo de su lugar, seguimos usando los mismos hábitos y mecanismos que ya sabemos que nos funcionan… esa es nuestra famosa zona de seguridad que nos limita a crecer.
Nuestros talentos creativos se encienden muchas veces ante la necesidad de adaptarse a lo distinto.
Todos estamos llamados a hacer un largo viaje interior, no es necesario tomarse un avión. De seguro esta experiencia que estoy viviendo ha sido para mí una gran invitación a ello porque me obliga todo el tiempo a desafiar mis limitaciones, a trabajar el desapego, a aprender de lo ajeno, a adaptarme sin anestesia y a abandonar el confort y las comodidades.
Aprendí muy bien la diferencia entre ser viajera y ser turista, y yo me apunto a la primera. Ser viajera implica “curtirse”, foguearse, aclimatarse, transformarse y estar a flor de piel, porque se extraña, porque tantos estímulos confunden, porque uno se llena de preguntas, se pierde y se encuentra a sí misma infinitas veces, para volver a perderse miles de veces más. Y en cada encuentro y des-encuentro que vamos teniendo con nosotros mismos en nuestro viaje interior, vamos conociendo un pedacito más de eso tan impermanente que llamamos “Yo”, hasta finalmente llegar a nuestro núcleo verdadero, que es lo único imperecedero.
En cada encuentro y des-encuentro que vamos teniendo con nosotros mismos en nuestro viaje interior, vamos conociendo un pedacito más de eso tan impermanente que llamamos “Yo”, hasta finalmente llegar a nuestro núcleo verdadero, que es lo único imperecedero.
También, durante este circular constante pude probar la hipótesis que siempre sostuve… el mundo está lleno de ejemplares humanos de la más preciada calidad. Conocí personas de todas las razas, países, culturas y religiones. Musulmanes, judíos, hinduistas, confusionistas, católicos, sijistas, taoístas, ateos, blancos y negros. Cada ser humano que la vida me cruzó, me demostró que la consciencia universal está evolucionando. Que el mundo no está podrido como nos quieren hacer creer, por el contrario está florido solo que las flores desprenden aroma cuando uno se acerca a percibirlo, no hacen ruido como las bombas cuando explosionan y son noticia.
Tuve la dicha de vivir de cerca y estudiar la mayorías de las religiones del mundo y descubrí que tienen ritos y costumbres distintas pero todas honrar al mismo dios: la fuerza del amor que habita en nuestro interior. La religión al fin y al cabo no es más que un medio para canalizar esa energía en lo manifiesto, para hacer de este mundo un lugar mejor. Hay quienes se abstienen de seguir un camino religioso y no por eso menos espiritual. La espiritualidad es encarnar los valores universales de la compasión, el amor, la justicia, la solidaridad, la generosidad, la libertad y la responsabilidad. No se necesitan figuras a quienes adorar, sí es preciso valorar la vida en todas sus manifestaciones y formas.
En cada mirada, en cada rostro, en cada gesto vi a esa fuerza del amor que no tiene bandera ni religión. Me encontré con personas que han tenido gestos maravillosos de humanidad, sin siquiera conocerlas. Recuerdo que estando en medio de la nada en Camboya, mi hijo tuvo un accidente y necesitaba atención urgente. Un lugareño que pasaba por casualidad con su precaria moto, no dudo en cargarlo y llevarme junto a él muchos kilómetros hasta la ciudad para llegar a un inhóspito hospital donde fue atendido. No mediamos ninguna palabra, él hablaba camboyano. Sin embargo, no fueron necesarias las palabras porque cuando se habla el lenguaje del amor y la solidaridad las palabras están de más… No sé si ese hombre, que nunca más veré, alcanzó a comprender la bendición que fue en ese momento de desesperación. Cuando le agradecí pude ver en su mirada que lo que hizo, al dejar a su mujer a mitad de camino y subir a mi hijo ensangrentado, no le representó ningún sacrificio. Perdió una tarde pero disemino un manojo de semillas de esas que el mundo necesita.
Es tan maravilloso descubrir que el mundo está repleto de seres virtuosos, de almas generosas, caritativas y solidarias. Da esperanzas en esos momentos en los que uno atina a decir que cada vez el mundo está peor… Veo a mi alrededor y doy fe de que estamos en una continua evolución. El mundo no es ese lugar amenazante que nos cuentan.
De cada país, desde los más pobres a los más desarrollados, me llevé un manojo de experiencias que me confirman que la esencia humana originaria que nos une a todos en una única bandera, está intacta y no puede ser dañada.
Apaguen el televisor y miren a su alrededor ¿Hay gente que infringe mucho dolor? Sí, por supuesto, es una cruda realidad. No lo niego. Pero también sin dudas, hay millones de ejemplares humanos tremendamente maravillosos, muchos más, que personas malogradas por la ignorancia de no saber lo que hacen cuando dañan.
En esta vuelta por el mundo, descubrí que la gente es buena por naturaleza, que no todo está tan todo podrido como se piensa, no todos miran su ombligo, hay infinitos gestos de solidaridad y altruismo. Y no hace falta irse lejos, miren a sus vecinos, al de la esquina, al de la vuelta, a sus amigos, a sus seres queridos… ¿No son los más? ¿Con qué idea del país, del mundo eligen quedarse? ¿Un mundo amenazante del que hay que cuidarse o un mundo lleno de posibilidades y de seres de buen corazón?
También descubrí que no son más valiosos los vínculos de toda la vida que los que uno va cosechando mientras camina. Hay encuentros tan significativos y sincronicidades tan llamativas en cualquier espacio de tiempo y lugar, que quienes se sienten solos no tienen más que dejar de sentir lástima de sí y abrirse más allá de sus entornos afectivos conocidos. Lo que importa es la energía y la conexión de esencia a esencia más que los años acumulados de anécdotas. El amor no se lo lleva quien nos deja, quien ya no está, está en cada uno de nosotros y siempre hay ocasión de compartirlo con otros.
No son más valiosos los vínculos de toda la vida que los que uno va cosechando mientras camina. Hay encuentros tan significativos y sincronicidades tan llamativas en cualquier espacio de tiempo y lugar. Lo que importa es la energía y la conexión de esencia a esencia más que los años acumulados de anécdotas.
Podría seguir enumerando un sinfín de cosas más, pero me sería muy largo expresar…
Me gustaría dejarles el símbolo del viaje como una metáfora de la migración hacia el interior que todos estamos llamados a hacer. Cuando nos animamos, cuando nos superamos, cuando vamos más allá de lo que pensábamos…estamos viajando, desplegándonos, evolucionando. Vinimos a este mundo a irnos mejor de lo que llegamos, y tenemos la responsabilidad de dejar este lugar mejor de lo que lo encontramos. Como dijo Gandhi “el grande”: Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo.
Les animo a experimentar más allá de lo conocido, a no quedarse con las ganas, a animarse a soñar, a ser un poco locos, a no por eso perder la cabeza y actuar con imprudencia, a sintonizar con el corazón y a alinearse con la verdadera esencia interior que late y se hace escuchar cuando hay alguien que con miedo y todo, se anima a seguir lo que le dicta la parte más auténtica de sí y se dispone a honrar su vida, dándole un sentido a su preciada existencia.