Cuando hablamos de violencia, tendemos a pensar en movimiento y actividad. Sin embargo, hoy quiero hablarles de “otra violencia”, aquella que se ejerce sigilosamente, de manera pasiva pero no por eso menos cruel y nociva.
La violencia de guante blanco es la que cava más hondo en el corazón de quien la padece. Es una violencia “perversa”, confusa y contradictoria porque quien la sufre no cuenta con argumentos claros para poder defenderse de ella y resguardarse.
Quien resulta víctima de esta violencia puede llegar a sentirse culpable por provocarla, confundiendo y naturalizando lo que en modo alguno debería permitirse. Miradas fulminantes, indiferencia, exposición, desvalorización, mensajes contradictorios hasta manipulación y chantaje emocional, son algunas de las distintas máscaras con las que se disfraza esta agresión.
Mayoritariamente es una variante actitudinal de connotaciones femeninas. Ejercida de madres a hijos/as, entre amigas y hacia la pareja.
A diario vemos noticias de violencia de género. Abundan las campañas en defensa de la mujer. Es sin duda un avance importante como sociedad condenar este tipo de vincularidad. Sin embargo, nada se dice de esta otra violencia...
La agresión es una y la misma, solo que es ejercida en distintas polaridades: una activa y otra pasiva.
- La activa, cuando se ejerce se lleva vidas.
- La pasiva, cuando se ejerce mata en vida.
Veamos las tres maneras más frecuentes de este tipo de agresión:
- De madres a hijas/os
Dentro de esta variedad hay dos formas que en apariencia parecen ser distintas, pero en esencia es la misma: el abandono y la sobreprotección.
En el primer caso, madres que rechazan a sus hijos afectivamente. Estás mamás, pueden ocuparse de sus hijos, atenderlos, llevarlos al médico, higienizarlos, pero existe una desconexión emocional que congela el vínculo. Son madres que alimentan, pero “no nutren”. Es el perfil de madre fría, distante, agresiva, que no se detiene a preguntar, que no se toma el tiempo para mirar a su hija/o a los ojos y ver “quien es”, da por sentado el vínculo alegando relación sanguínea. Los hijos son una especie de trámite que hay que organizar y encauzar. Se sacude el nido para que echen a volar.
En el segundo caso, madres que desde sus carencias afectivas tratan a sus hijos como de su posesión. Estás mamás dan por sentado lo que sus hijos necesitan sin consultarles por sus deseos. Sienten dar todo por sus hijos al precio de que les sea devuelto lo dado. Les privan de la posibilidad de aprendizaje volviendo adultos torpes, inseguros y con poca tolerancia a la frustración. Es el perfil de madre excesivamente amorosa, manipuladora, demandante y culpógena. Los hijos son una especie de prótesis emocional para sus lesiones de amor. Necesitan sentirse imprescindibles en la vida de sus hijos y se las ingenian para generar necesidades que ellas pueden satisfacer. Cuando vuelan del nido, lo viven como abandono y desamor.
- Entre amigas
¿Quién no se ha sentido… “dejada de lado”? Si no te ha tocado liderar, seguro que fuiste de las que buscaron agradar, ser vistas y valoradas. La violencia pasiva que se ejerce en la amistad resulta ser muy dolorosa porque generalmente tiene lugar en la infancia y adolescencia, momento de vulnerabilidad en la constitución de la personalidad. Así mismo, reposa en un miedo ancestral muy primitivo: “no pertenecer a la manada”. Quedar excluido de la manada en épocas arcaicas era ser presa fácil de depredadores. Nuestro inconsciente conserva esa memoria de temor a la exclusión y desde allí hace lo imposible por pertenecer. Quienes ejercen la violencia pasiva suelen ser personas de temperamento más fuerte que recurren al chiste, la puesta en evidencia, la ridiculización para “desnudar” al otro en sus vulnerabilidades e inseguridades. Del otro lado alguien que tolerar lo intolerable, aguanta desprecios y desplantes y recoge limosnas de consideración.
- En la pareja
La violencia pasiva en las relaciones de pareja es moneda corriente. Trasciende la cuestión de géneros y adquiere formas muy variadas. Desde exigir las claves de acceso como muestra de amor hasta la desvalorización y el menosprecio. Los silencios agresivos, las miradas enjuiciadoras, la indiferencia, el control y la falta de reconocimiento forman parte de este árido paisaje. Así, lo que pudo haber sido un vínculo de amor se convierte en un juego perverso de sometido / sometedor donde no hay ganadores ni perdedores, sino inmaduros emocionales que se rechazan tanto como se necesitan para seguir proyectando sus carencias afectivas y sus enormes inseguridades, en la pantalla del otro.
La violencia pasiva erosiona y desgasta la psiquis de quien la padece y deja enormes consecuencias. Más aún cuando esa agresión se ejerce de modo asimétrica (relación materno – filial), debido a la vulnerabilidad real del niño y la autoridad asignada a su figura materna.
Detrás de una persona pasiva-agresiva se esconde un ser humano con profundas frustraciones e inseguridades. Que necesita menospreciar para engrandecerse, que critica para afirmarse, que justifica sus reacciones restándoles trascendencia, en lugar de hacer una revisión personal que le permita crecer a partir del reconocimiento y aceptación de ciertos rasgos que la empobrecen.
Toda persona está a tiempo de embellecerse a través del trabajo personal. Pero solo las que se disponen a “mirarse” en lugar de echar culpas fuera, logran transformarse en personas más íntegras y sinceras.
Psicóloga Corina Valdano.