Cuando estamos “despiertos”, estamos atentos a las señales de la Vida. Cuando estamos “dormidos” insistimos, forcejeamos y nos enojamos con lo que no llega en lugar de cuestionarnos e interrogarnos…
¿Será que insistir no es el camino? ¿Será que debemos aprender a soltar y dejar fluir lo que acontece, sin resistir? ¿Será que la aceptación es una liberación de la batalla que se libra en nuestro interior cada vez que nos invade el afán de control?
Esas preguntas se aplican a un gran repertorio de comportamientos y situaciones en nuestra vida, tales como: insistir con una meta que nunca llega, reanimar una relación que hace tiempo caducó, pretender ser de una manera que nada tiene que ver con nuestra verdadera Esencia, perseguir ciegamente objetivos donde lejos de disfrutar del camino, nos invade la perturbación y nos asalta un profundo sentimiento de insatisfacción.
Cuando quedamos atrapados en una especie de laberinto mental sin lograr avanzar, cuando nos sentimos mal y nos desborda la ansiedad…, seguir andando el mismo camino no nos da el alivio ni nos acerca a la disolución de esta crisis interior.
A veces ignoramos nuestras emociones por resultar molestas. En lugar de desacelerar la marcha e interrogarlas, seguimos “tocando las mismas puertas” y hasta caemos en el error de redoblar la apuesta, cuando en verdad se trata de respirar y “pensar la jugada”.
Aprender a fluir con el devenir
Si asumiendo una actitud rígida, quedamos atrapados en la terquedad de la mente, buscando tener razón en lugar de conquistar paz interior, ansiando “salirnos con la nuestra” aún con el costo de dejarnos fuera… ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es la ganancia ante tanta pérdida? La vida no es perseguir obstinadamente resultados prefijados sino autorrealizarnos mientras vamos andando.
Realizarse a sí mismo, puede ir acompañado de alcanzar determinados objetivos, pero esto último no es un fin en sí mismo. Cuando esto sucede, cuando la atención está puesta en alcanzar lo que está afuera, perseguimos metas que en verdad no son nuestras. Pueden estar condicionadas por las expectativas ajenas, puede que estemos siguiendo a la masiva “manada” o respondiendo a determinadas demandas…pero lejos estamos de estar en coherencia con nuestra verdadera naturaleza.
Cuando estamos en la senda que nos marca nuestra Esencia, no hay perturbación interior. Lo que hacemos y estamos siendo no tiene apuro por llegar a ningún lugar. El despliegue personal se goza mientras está aconteciendo, se disfruta como saborear un sabroso manjar.
Cuando no sentimos nada parecido a eso, estamos “dormidos” ante las señales del destino que siempre nos da las “pistas” del rumbo que nos armoniza. La “Vida” nos habla al oído…Con este término no hago referencia a un Señor con barba, sino a la chispa divina que late dentro nuestro y a veces desoímos por querer encajar fichas forzosamente en un determinado lugar.
Si nos prestamos atención, si nos dedicamos a bucear dentro nuestro sin miedo a lo que vamos a encontrar, si levantamos la mirada en lugar de caminar cabeza gacha… mucha de nuestra confusión se aclara. Las sincronicidades acontecen y no son meras coincidencias…un libro que nos llega, un encuentro significativo, un suceso repetido, una palabra justa, pueden ser destellos de luz que nos guían hacia aquello que le da sentido a nuestra vida. Esa brújula también nos orienta cuando advertimos el sabor de un nuevo disfrute interior, cuando sentimos alivio al soltar lo que resultaba pesado, cuando nos miramos al espejo y nos “re-conocemos…”. Sí, es muy sano no darnos por sentado y volver a conocernos…cada vez con más autenticidad y menos terquedad, con más armonía y menos hostilidad, con más gratitud y menos ansiedad.
La vida nunca se pone en contra nuestro, somos nosotros quienes vamos a contramano y no nos damos cuenta, hasta que nos sacude una bendita turbulencia que nos lleva a replantearnos la dirección.
El “darse cuenta” va de la mano de la osadía de animarse a implementar cambios en nuestra vida, para algunos será retomar una vocación, terminar una relación, comenzar un proyecto personal, correr el riesgo de no gustar, volverse impopular por no encajar con las preferencias de la sociedad, cada cual tendrá su secreto desafío personal.
A veces llegamos hasta “ahí…”, nos damos cuenta, pero no nos animamos a seguir. Nos sacamos el velo, pero nos da miedo salirnos de los lugares de siempre, de las costumbres cotidianas, de la identidad que nos contiene. Resulta doloroso ser conscientemente cómplice de lo que sabemos en secreto sin poder gritarlo a los cuatro vientos. Eso se llama miedo y nos mantiene anestesiados en una vida digna, pero no florecida, en una vida que nos queda “corta” para el anhelo que llevamos dentro.
¡A no desesperar! Peor es la ignorancia y dejarse de preguntar. El miedo que sentimos hoy, puede ser afrontado más tarde o más temprano. Aquello de lo que nos damos cuenta puede ser implementado y puesto en acto. El “darnos cuenta” debe ir acompañado de “darnos tiempo” para madurar lo que aún es prematuro o está en estado crudo.
La Vida coopera cuando estamos en coherencia
Cuando estamos “despiertos” y siendo auténticos…ya acontece un profundo cambio interno. En esta senda de absoluta lealtad personal, la Vida colabora, nos acerca personas, nos coloca en los lugares indicados, en los momentos precisos y nos susurra al oído. Esto no significa quedarse sentado aguardando un destino prefijado. Nuestra responsabilidad es salir de la quietud y dar esos pequeños pasos, haciendo las pausas que sean necesarias, yendo a un ritmo no precipitado, pero reconociendo que el camino tomado es realmente el nuestro ¿Cómo saberlo? Esa respuesta no es de libros, pues no es un conocimiento intelectual, es una profunda comprensión que se “siente” sin ninguna confusión. Quien diga no saberlo, más que ignorancia, insisto: tiene miedo.
Cuando lo que anhela nuestra Esencia no se condice con los mandatos de la mente preferimos negarnos, a mirarnos de frente… Ser valiente no es no sentir miedo, sino reconocerlo y trascenderlo para que lo que yace dentro nuestro se “ex / prese”, deje de estar preso en la cárcel de una mente obstinada, viviendo una vida enajenada.
Cuando nos “habitamos”, cuando estamos en coherencia, cuando respondemos desde nuestra Esencia ya no nos amargamos la propia existencia, tampoco forcejeamos con lo que no es…nos dejamos llevar por el flujo de la Vida, no con pasividad...sino con la sabiduría de dar los pasos a consciencia en lugar de correr y seguir girando en falso siempre en el mimo lugar.