De la Dependencia Real a la Dependencia Imaginaria
Nuestra vida depende desde sus inicios de un “cordón” a través del cual nos alimentamos y respiramos. El llanto desgarrador que acontece al momento del parto supone la angustia de separación de aquel Otro que nos nutrió, nuestra madre. Ese corte de cordón simboliza la inauguración de un nuevo ser viviente que viene a vivir su propio destino. En aquella instancia, dada nuestra real vulnerabilidad, necesitamos de figuras de autoridad que nos cuiden, nos nutran y nos protejan hasta que la autonomía se despliegue y podamos abastecernos por nosotros mismos… Una vez crecidas las alas, ¡echamos a volar!
Este proceso sano y natural, cuando se extiende innecesariamente más de la cuenta puede devenir en dependencia emocional si por variadas circunstancias identificamos nuestra identidad enlazada a la necesidad de un otro que nos alimente… ahora afectivamente.
Cuando la presencia de un “otro” se torna condición indispensable para el disfrute y la satisfacción seguimos funcionando como atados a ese fundante cordón. Esa cuerda de carne y amor que en algún momento fue nuestra salvación hoy será la que nos mantenga atados y condicionados a los demás…Ya no será mamá, de grande serán los amigos, la pareja, los hijos, o quien sea que funcione como ese "otro"… que sostenga, que "de sentido" o seguridad. La imposibilidad de pensarnos como personas enteras y suficientes, vuelve imperiosa la necesidad de que "alguien este” para sentirnos en paz y contenidos.
El otro ya no es "otro" se convierte en una especie de "Gran Otro", de prótesis emocional para las carencias de una identidad que no puede verse entera, sino que funciona como una “mitad” que necesita "encastrar" con otra para funcionar. Cuando todo buen plan incluye a un otro: desde ir al cine, salir a caminar, planificar un viaje, arreglarse o cocinar, vamos asociando “neurológica” y “psicológicamente” toda actividad placentera a la presencia ineludible de la compañía de los demás. Pero en verdad, lo que marca una gran diferencia... no es la presencia del otro sino, "quienes somos nosotros" cuando estamos con otros.
Cuando todo buen plan incluye como "condición" la presencia de un "otro", lo que marca la diferencia es quienes somos nosotros cuando estamos con otros.
Es indudable que somos seres sociales, interdependientes y que disfrutamos el compartir… pero “preferir” no es lo mismo que “necesitar”. Cuando preferimos “elegimos”, cuando “necesitamos” dependemos y estamos dispuestos a cualquier cosa, incluso a perder nuestra dignidad, con tal de no sentir la abstinencia que pone de manifiesto nuestras carencias.
Las personas emocionalmente dependientes no se mueven de donde están ni tampoco arrancan hacia ningún lugar si no tienen a alguien que les acompañe, les motive o les anime.
Gran parte del miedo a la soledad deriva de asociar todo lo bello, lo disfrutable, lo divertido y placentero al fenómeno de “lo compartido”. Como si esas sensaciones no serían posibles de lograr por nosotros mismos. Entonces cuando el otro no está o deja de estar, al duelo por la ausencia de aquella presencia significativa se le suman los proyectos, las actividades y los planes que percibimos como adheridos arbitrariamente a lo vincular.
En cambio, cuando el otro es una opción y ya no una “condición” comenzamos a sanar esa herida emocional de depender de los demás. ¿Cómo lograrlo? Cuando comenzamos a familiarizarnos con la idea de sentirnos suficientes. Pero toda idea tiene que estar asentada en una experiencia para que resulte transformadora. No tenemos que esperar a desesperarnos porque ese otro no esté para darnos cuenta que podemos caminar sobre nuestros pies. Si comenzamos a asociar experiencias gratificantes con momentos de soledad, el desamparo no se sentirá como tal cuando ese otro no está. Habrá duelo, sí. Pero no habrá sufrimiento ni desgarro por sentirnos nadie sin alguien.
¿Cómo cortar el "cordón"?
La propuesta saludable que te sugiero es que empieces poco a poco a ejercitar en soledad lo que hasta entonces solo pensabas en plural. No esperes a tener visitas para cocinar rico, el vino puede abrirse, el helado puedo comprarse, la ropa puede estrenarse, también puedes mudarte o irte de viaje. Los demás pueden sumarse a una vida que ya de por sí es gratificante.
Cuando aprendemos a ser nuestra mejor compañía ya no tememos a la soledad ni demandamos a los demás que nos den lo que no nos sabemos dar. La madurez emocional supone indagar modos propios de satisfacción y felicidad.
Colocar la felicidad en “otros”, no es amar, es poner a trabajar a otros para nuestro beneficio. Una vida digna supone una felicidad auto-construida, sostenida en metas y superación, y no en dependencia y reclamo hacia el exterior”.
Cuando construimos por nosotros mismos una vida interesante, con metas y proyectos personales y tiempo ocioso reconfortante habrá otros en igual vibración que resuenen con esta evolución, con esta autonomía y realización. Los vínculos libres y felices, no se exigen ni se persiguen, son derivación de una sana relación construida con nuestro interior, de un vinculo beneficioso con la única persona que nos acompañará de principio a fin, uno mismo.
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