Levantarnos con el pié izquierdo...
Hay días en que nos levantamos y sin razón aparente nos sentimos nerviosos, tensos o coléricos. Sin ser demasiados conscientes de este estado de ánimo, comenzamos el día con lo que yo llamaría: condición de “mecha corta”. Es decir, cualquier persona, situación o circunstancia es motivo para descargar esa ira que ya estaba dentro, cultivándose a fuego lento en nuestro interior. Con ese ánimo, reaccionamos exageradamente porque está lloviendo, porque el baño está ocupado justo cuando queremos usarlo, porque necesitamos más de dos intentos para encender la cocina, porque se nos cae la taza, porque no encontramos los zapatos, porque pisamos un charco, porque se nos fue el colectivo o estamos en medio de un atasco…
Iniciamos el día habiendo ya decretado que todo irá de mal en peor. Y por supuesto que así será porque nos encargaremos en primera persona de encontrar motivos fuera que justifiquen nuestro estado interno de irritabilidad y enfado exagerado.
Solo es posible abordar y tratar la irritabilidad si en lugar de buscar culpables fuera o circunstancias externas que justifiquen nuestro malestar, uno se mira con honestidad y toma consciencia de que lo que ve no es más que un reflejo de su perturbado estado interno.
¡Cuidado que vengo!
Una persona con esta vibración emocional dañará a quienes se le crucen en frente. Su tolerancia está en rango cero, por lo tanto, verá torpes, inútiles, desconsiderados y lentos por doquier. Sobre todo le molestará el buen ánimo de los demás, las personas alegres y sonrientes que le recuerden su propia imposibilidad para relajarse y tomarse las cosas con más liviandad.
En estado de plena inconsciencia, una persona "reactiva" se va auto-provocando una química corporal que se corresponde con su estado de ánimo de irritabilidad y enfado. Sus niveles de cortisol, de adrenalina y de noradrenalina en sangre se acostumbraran a mantenerse elevados y sus niveles de serotonina, responsable del buen ánimo, se bajarán. Esta química cerebral predispone para ver todo mal, anima a encontrar amenazas donde no las hay y motivos para saltar como leche hervida ante cualquier circunstancia. Mientras todo eso sucede en el interior de una persona “tomada” por su emoción, seguirá pensando que la causa de su sufrimiento y de su dolor es provocada por el mundo exterior. Es como verse despeinado frente al espejo y querer peinar al espejo en lugar de peinarse a sí mismo.
Vemos nuestro alrededor de acuerdo a nuestro estado interior. Este es el motivo por el cual un día sentimos que nuestra vida no está nada mal y al día siguiente sentimos que peor no podríamos estar…
No te acostumbres al malestar
¡Vale la pena una advertencia! Un mal día se puede transformar en una mala vida si hacemos de un estado de ánimo pasajero, una manera crónica de posicionarnos. Cuando fijamos nuestra identidad en un determinado estado emocional confundimos el “ser” con el “estar”. Esto nos lleva a convencernos de que “somos” de una determinada manera que no podemos dejar de ser… Entonces, en lugar de reconocer que estamos irritables decimos de nosotros mismos que "somos irritables", y así nos forjamos de por vida rígidas etiquetas que llevamos puestas.
Un mal día se puede transformar en una mala vida si hacemos de un estado de ánimo pasajero, una manera crónica de posicionarnos.
No es lo mismo "ser" que "estar"
Decir que estamos enojados no es lo mismo que decir que "somos carácter podrido". No es una mera cuestión lingüística, para nuestro inconsciente es mucho más que una mera forma de decir. ¿Por qué? Porque podemos dejar de "estar" de una manera en particular pero no podemos dejar de "ser". Cuando nos ponemos etiquetas “soy intolerante”, “soy irritable”, “soy malhumorado”, nuestro inconsciente se resistirá a dejar de ser de esa forma porque siente atacada su identidad. Ponernos etiquetas o ponérsela a los demás es una sentencia bastante pesada de llevar y un hueso duro de roer.
Cuando fijamos nuestra identidad en un determinado estado emocional confundimos el “ser” con el “estar”. Esto nos lleva a convencernos de que “somos” de una determinada manera que no podemos dejar de ser…
Ante lo mismo dos destinos muy distintos:
- La persona que no trabaja sobre sí
La persona ciega de sí misma que afirma que se siente como se siente porque los demás tienen la culpa, porque las circunstancias no ayudan, porque llueve, porque hace calor, porque se rompió aquello y se torció lo otro, acabaran el día colapsados, habiéndose peleado con su marido, con el vecino, con un amigo y hasta con su hijo. Habrá confirmado que nada podría haberle salido peor, que la gente es insoportable y que el mundo es un lugar amenazante. Para terminar su día de furia, buscará ponerle el broche final, encontrando a alguien que le oficie de tacho de basura en quien descargar toda la mugre interna que acumuló e intentará desesperadamente que le den la razón. Porque claro está que a una persona irascible le interesa más tener razón que sentirse en paz. Y si en esa catarsis nerviosa donde expone todos los motivos por los cuales estar en el estado en el que está, alguien osa subestimar la gravedad de los acontecimientos o dar algún tipo de solución a lo que no quiere dejar de verse como problema… ¡la ira llegará a la cima y se acostará con altos niveles de adrenalina! Esta química cerebral no le permitirá conciliar el sueño… entonces se levantará cansado, irritable porque no durmió lo necesario y la historia volverá a empezar en el mismo canal. Este grado de inconsciencia de sí y la falta de herramientas para gestionar su emocionalidad puede hacer que un estado de malestar se vuelva crónico y se convierta en una identidad de la que no sabe cómo escapar.
Imaginen la calidad de vida que tendrá una persona que suma días así, uno tras otro, sin darse cuenta que es la causa de lo mismo que genera. Llegará un momento en que todo su entorno por prevención y auto-cuidado querrán tener lejos a una persona con semejante vibración negativa. Entonces, se sentirá víctima y en lugar de preguntarse ¿cuál es mi parte de responsabilidad? Se justificará y se contará la historia que necesita contarse para no sentirse tan mal y evitar mirarse con honestidad.
A una persona irascible le interesa más tener razón que sentirse en paz.
- La persona que trabaja sobre sí
No podemos dejar de sentir lo que sentimos pero sí elegir qué vamos a hacer con aquello que sentimos y qué vamos a evitar hacer para que esa emoción no vaya de mal en peor. Una persona consciente de su irritabilidad, que gestione de manera saludable su emocionalidad, puede por ejemplo advertir a quienes tiene cerca que no está de buen humor, como una manera de cuidar a los que quiere de su propio malestar. Evitará sacar temas sensibles que puedan encender la mecha, sabrá que no es el mejor momento de sacar conclusiones o tomar decisiones. Puede que elija salir a descargar energía para cambiar su química corporal interna, buscará mimarse y bien tratarse en lugar de reprocharse y machacarse por sentirse así. Es decir, buscará maneras de que la marea baje en lugar de agitar las aguas para provocar un tsunami. Al finalizar su día poco le interesará que le den la razón, preferirá sentirse en paz y cultivar tranquilidad para poder descansar después de un día difícil. El día pasará, el humor cambiará y habrá tomado nota de ese estado de perturbación emocional para investigarlo con más en profundidad en un estado de mayor equilibrio emocional. De esa manera, ese día no habrá pasado en vano, no habrá sido solo un mal trago, sino una advertencia del inconsciente en su intento de comunicar o recordarnos algo… alguna decisión que venimos postergando, algún cambio que necesitamos, algo que replantearnos. De esta manera, transformamos un malestar en algo útil y beneficioso para profundizar el trabajo sobre sí y vivir una vida con más consciencia.
Si al mirar tu vida no te gusta lo que ves…no dejes de preguntarte jamás por tu parte de responsabilidad.
La diferencia en los destinos de estas dos personas no está dada por lo que sienten sino por cómo manejan lo que sienten. Una se hace cargo de sí misma, la otra mira a los costados.
¡No existe la casualidad! Si al mirar tu vida no te gusta lo que ves…no dejes de preguntarte jamás por tu parte de responsabilidad. Es verdad que no podemos elegir gran parte de nuestras circunstancias, es también cierto que a veces el entorno no es el más favorable, sin embargo nadie, absolutamente nadie, puede quitarte o privarte de la libertad para elegir cómo vas a posicionarte ante lo que no te gusta, te parece injusto o quisieras que sea distinto. Solo quien toma su vida en sus manos, puede como artesano hacer de sí mismo su mejor obra. Y sin lugar a duda, la energía invertida en ser mejores personas, no solo nos modifica el día, sino que nos cambia la calidad de vida.