Ser honestos con nosotros mismos es una invitación a mirarnos con ojos francos y preguntarnos ¿cómo nos sentimos? ¿para qué existimos? ¿qué aprendimos? ¿qué oportunidades no queremos dejar pasar? ¿qué ya no queremos postergar? ¿qué necesitamos transformar para ir en pos de lo que deseamos?
Parecen preguntas demasiado complejas, sin embargo sus respuestas son las que nos ayudan a vivir con sencillez y coherencia. A veces lo más complicado de vivir es avanzar sin detenernos a reflexionar hacia dónde vamos cuando damos nuestros pasos… Las respuestas pueden ir variando, sin embargo, las preguntas no pueden dejar de estar presentes en la mente de quien además de respirar pretende vivir una vida con intensidad.
Vivir intensamente, es sentir la Vida y estar presentes. No se trata de hacer cosas extraordinarias sino de hacer lo ordinario de manera extraordinaria. Si a lo simple le ponemos compromiso, amor, lucidez y plena conciencia, podemos gozar de la tranquilidad de que estamos viviendo desde un buen lugar…
Un buen lugar es el único que existe, es el lugar en el que estamos.
A veces detestamos y nos enojamos porque quisiéramos estar de otra manera o en otro lado. Olvidamos que la sabiduría de la Vida tiene una razón de ser y si estamos donde estamos es porque tenemos aún cosas que aprender. Avanzar no siempre es ir hacia delante, no siempre tiene que ver con ganar o estar felices y en paz. La tristeza, las pérdidas, las crisis y las confusiones a las que tanto tememos son grandes oportunidades para profundizar en nuestro autoconocimiento, salir esclarecidos y fortalecidos.
Si dejamos de resistir y ofuscarnos del momento en el que estamos pasando, podemos cavar un poco más hondo sin por eso venirnos abajo. Cuanto fastidio y hastío nos ahorraríamos si escuchamos el mensaje de la Vida detrás de cada situación a la que nos rehusamos, detrás de cada desilusión que lloramos hasta el cansancio, detrás de cada desengaño, de cada amargura y contrariedad con la que nos encontramos.
Ese mensaje no es algo externo a decodificar. No hay nadie ajeno a nosotros, superpoderoso que nos está dando y quitando, premiando y castigando. Pensarlo de este modo es poner fuera una autoridad que debe ser ejercida desde dentro, es nuestra absoluta responsabilidad hacernos cargo de lo que generamos, de los efectos de las semillas que día a día sembramos. Si queremos obtener otros resultados, tenemos que pausar y hacernos preguntas…
¿En qué estamos fallando? ¿Qué de nosotros no estamos dando? ¿Qué nos negamos a aceptar y aprender?
Nada en la Vida sucede por azar o casualidad. A todo efecto le antecede una causa. A toda causa, le sigue un efecto. Esa es una realidad inquebrantable de la que nadie puede escapar.
El Budismo nos habla de Karma, esta palabra a veces es muy mal interpretada. Nos expresamos diciendo: “Este es mi karma”, como si necesariamente estaría ligado a algo malo. Sin embargo la ley del karma no es algo en lo que elegimos creer o dejar de creer. Es una ley natural que nos incluye a todos, más allá de la cultura, religión o tradición que sigamos. Karma es causa y efecto. Ni más ni menos que eso, es una ley racional, que no esconde nada esotérico ni paranormal. Es cosechar lo que sembramos, tanto lo bueno como lo malo. Y a veces, lo que interpretamos a simple vista como malo, no lo es tanto si pensamos la Vida como una escuela de la que nunca nos graduamos, más que como un paraíso hedonista en el que solo perseguimos el placer y rehuimos del displacer.
Lo que tachamos como malo, es en muchos casos desconocimiento e ignorancia. Incluso la muerte, de la que tanto nos cuesta hablar, no es más que una etapa de la Vida que tenemos que incorporar de una vez por todas para dejar de sufrir de más por apegarnos o resistirnos a lo que inevitablemente va a ocurrirnos a nosotros mismos y nuestros seres más queridos.
El Karma a veces no resulta tan lineal. No sigue fecha calendario, no es inmediato. Elijamos creer en esta vida o en otras, el secreto es poder contrarrestar su peso obrando de manera positiva para que la rueda de la Vida comience a girar hacia otro lado si no queremos seguir rodando en falso o la dirección en la que vamos no nos conduce hacia donde deseamos.
Volviendo al principio de este artículo ¿cómo podemos tomar decisiones inteligentes y coherentes si no nos hacemos las preguntas pertinentes? ¿Si solo aguardamos ser rescatados, si creemos que estamos como estamos producto de la causalidad o la fatalidad? ¿Si suponemos que estamos siendo castigados en lugar de asumir plena responsabilidad…? Por ese sendero, no llegaremos a obtener paz. Sólo seguiremos culpando, señalando, lamentándonos, victimizándonos, juzgando sin obtener ningún mejor resultado.
Ser emocional y espiritualmente inteligentes es animarnos a mirarnos de frente y preguntarnos, es estar dispuestos a sacarnos los velos de nuestra ignorancia para acceder a la sabiduría que está dentro nuestro a la espera de nuestro “despertar”.
¿Qué es “despertar”? Despertar es asumir plena responsabilidad al momento de vivir, es ser concientes de cada paso que damos y aceptar que la Vida es causa y efecto de aquello que sembramos.
No hay nada mágico, sí algo maravilloso: el contar con la sabiduría de tener una conciencia humana para poder elegir desde donde obrar nuestra bendita existencia y hacer de ella una grata y beneficiosa presencia para sí mismo y para los demás.