No esperes que el sufrimiento toque tu puerta para darte cuenta que eras feliz
La vida está llena de dolor, de sufrimiento y de injusticia pero también está llena de maravillas, de preciosidad y de milagros que nos rodean.
Cuando una situación en nuestra vida nos despierta de la rutina, cuando la tragedia toca nuestra puerta o la enfermedad nos recuerda nuestra vulnerabilidad humana, lo preocupante deja de ser relevante, lo urgente se convierte en insignificante y como un rayo de sol que asoma tras la niebla, nuestra conciencia despeja las banalidades y pone en evidencia lo sustancial y realmente trascendente.
¿Por qué necesitamos del sufrimiento para despertar del sueño que nos mantiene distraídos de lo esencial?
Lo esencial es lo simple que de tan elemental se vuelve natural y lo dejamos de ver. Tenemos el ojo entrenado para detectar injurias, ofensas o amenazas, pero estamos ciegos ante lo milagroso y lo bello que nos envuelve. ¿A dónde estamos cuando nos preguntamos por los milagros y olvidamos que los hijos anidan en nuestro interior? ¿A dónde estamos cuando de tristes nos sentimos morir y no podemos sentir la vida que se agita en cada inhalación y exhalación? ¿A dónde está la dicha si no lo está en una caricia, en un gesto, en una sonrisa, en un encuentro?
Ahí donde no estamos cuando estamos, ahí donde se fuga nuestra presencia acontece la Vida sin que nos demos cuenta…
Miramos hacia atrás y añoramos lo que no pudo ser, o nos inclinamos hacia delante e imaginamos que la felicidad está siempre un paso más allá. Sin embargo, ni el pasado puede ser cambiado, ni el futuro es certeza de lo que está en nuestra cabeza.
Perdidos en preocupaciones, distraídos en futilidades y atormentados por miedos, nos alejamos del ahora y nos perdemos en los laberintos de nuestra mente que "anhela" siempre lo que no tiene. Lo ilusorio lo invade todo y lo real parece menospreciarse. Sin embargo, eso real y existente de lo que muchas veces renegamos, se torna de repente fundamental, evidente y claro cuando la contundencia del sufrimiento o el impacto de lo perdido que no valorábamos lo pone sobre la mesa.
- ¿Por qué esperamos el caos para valorar la paz?
- ¿Por qué esperamos la ausencia para valorar una presencia?
- ¿Por qué esperamos la enfermedad para honrar la vitalidad?
- ¿Por qué esperamos la muerte para valorar la vida?
El sufrimiento mucha veces es necesario para despertar del ensueño en el que solemos caer. Sin embargo, apuesto y quiero creer que no es la única manera de "salirnos del piloto automático". Necesitamos entrenar la mirada para "ver" lo bello, lo maravilloso y lo milagroso de que nos rodea para no esperar a que la vida con sus vaivenes nos enseñe por donde va la cuestión…
Habituar la mirada para ver lo importante y disponer el espíritu para el agradecimiento son dos aceleradores para salir del letargo en el que solemos caer dormidos.
Hay quien pueden retrucar: ¿qué puedo agradecer cuando estoy triste?
- Podemos agradecer que la tristeza es solo una emoción pasajera, un estado del que podemos salir si no nos quedamos a "acampar" en ella por más tiempo del necesario. Y reconocemos además, que la tristeza, lejos de ser un obstáculo, nos trae un mensaje que tenemos que aprender a oír.
- Podemos agradecer también que tenemos la capacidad de volvernos seres felices si aprendemos a ser soberanos de nuestra mente y a cultivarla con lo que nos hace bien.
- Podemos agradecer que respiramos, que estamos vivos y que nos vamos a morir cuando este cuerpo no pueda más de cansado y ya deseemos soltarlo.
- Podemos agradecer que tenemos la capacidad de hacer bien a los demás si dejamos de mirarnos el ombligo y abrimos el corazón.
- Podemos agradecer un abrazo, un don, una caricia, un “estoy”, un mirada que nos animo, una mano que nos salvo, una enfermedad que nos hizo mejor, un sabor, un aroma, un paisaje que nos estremece, una palabra de aliento, un bello recuerdo, un tocar fondo que nos ayudó a tomar de una vez por todas una decisión.
Hay tanto que agradecer como motivos para quejarse, hay tantas maravillas como atrocidades, la balanza la inclina aquellos ojos que miran. Y de eso dependerá cómo valoramos o no la vida.
No esperes el dolor para ver lo importante, reconoce lo importante para que cuando el dolor inevitable toque tu puerta te encuentre fortalecido y con la lucidez suficiente para afrontar lo que viene con dignidad y entereza.
Deja que el dolor este el tiempo suficiente que necesitas pero no te aferres a él como una identidad postiza.
No te olvides de agradecer aun estando triste, de apreciar lo milagroso en la desdicha y la belleza en las más horrendas de las pesadillas. De las pesadillas uno se despierta pero podemos pasarnos la vida entera dormidos sino abrimos nuestra conciencia al momento presente y nos dejamos absorber por lo nimio e intrascendente.
Aprender a vivir es dejar de esperar a sufrir para tomar conciencia de que éramos felices y no nos dábamos cuenta por estar cegados de intrascendencias y trivialidades que nos hacen perder la memoria de lo que realmente nos importa.
También te puede interesar: