A la Vida poco le importa lo que quisiéramos que sea
Necesitamos aprender a aceptar que lo que queremos o no, a la vida le importa muy poco. La Vida tiene su propio orden, es de naturaleza cambiante, impermanente, impredecible. Sin embargo, en muchas ocasiones, nos aferramos a la necesidad de control, exigimos que las condiciones sean de una determinada manera para que encajen en nuestros rígidos planes. Y la vida una y otra vez nos muestra que lo inesperado es lo que prevalece, que lo imprevisto acontece y que, aunque nos cabremos o le roguemos al Universo que obedezca nuestros más íntimos deseos, somos apenas una mínima pieza de un inmenso y colosal rompecabezas del cual no conocemos siquiera su figura, su configuración, sus leyes y sus intenciones, si es que las tuviera... Es en vano y muy frustrante aferrarnos a una idea de cómo quisiéramos que las cosas sean. Lo que necesitamos es entrenar nuestra mente para volverla flexible y abierta a contemplar situaciones inesperadas, una mente dispuesta a renunciar para volver a enunciar otras modalidades de vida, de apuestas, de expectativas distintas que sean más compatibles con nuestros actuales escenarios de vida. Que nos gusten menos o nos gusten más, son los que nos toca transitar.
Y sí, también es cierto que, tenemos la posibilidad de hacer mucho para cambiar nuestras circunstancias, pero no son cambios que acontecen de la noche a la mañana, y también es cierto que nuestros esfuerzos tienen ciertos límites y que la mejor actitud a veces tampoco es suficiente. Por eso es digno y es noble hacer lo mejor que podemos con los recursos que tenemos en un momento dado, sin exigirnos de más, sin detestarnos por no dar en la talla, sin compararnos con personas que idealizamos y que seguro también están lidiando con sus propias batallas. Porque tendemos a pensar que siempre nos tocan “las peores cartas…” y esto definitivamente no es cierto. Toda vida tiene subidas y bajadas, sus idas y venidas, sus luces y sus sombras. Aunque desde lejos las veamos brillar, no hay vida que esté exenta de transitar por perdidas, por frustraciones, por tristezas, por sufrimiento y dolor.
Es digno y noble hacer lo mejor que podemos con los recursos que tenemos en un momento dado, sin exigirnos de más, sin detestarnos por no dar en la talla, sin compararnos con personas que idealizamos y que seguro también están lidiando con sus propias batallas.
No mandamos nosotros, es la Vida la que manda. Aunque esta herida narcisista sea difícil de aceptar para la inmensurable soberbia humana. Además, la cultura en la que estamos poco se esfuerza por revelar esta verdad. Puesto que, estamos envueltos por un pensamiento mágico que nos fuerza a creer que “querer es poder” y que “desear es atraer”. Sin embargo, el Universo no funciona así en la vida real, apenas somos seres humanos atravesados por miles de condicionamientos, inmersos en un sistema tremendamente perverso. La libertad es una utopía en una doctrina tan opresora y organizada a la perfección para que seamos serviles a sus intereses y continuidad. La felicidad es un suspiro, es solo un instante, hasta que tomamos consciencia de que en el mundo hay millones de niños muriendo de hambre.
Suena poco poético y esperanzador lo que estoy diciendo, sin embargo, son las esperanzas las que luego acarrean frustración y desilusión. Y con esto no estoy diciendo que nada tenga sentido. Mi intención es aflojar la presión y disipar la culpa que sentimos por cuestionarnos y exigirnos no poder más, no hacer más, no producir más, no sentir más, y mesurar las infinitas demandas que nos imponemos a nosotros mismos bajo la inverosímil promesa de que la felicidad empieza cuando lo que idealizamos se alcanza.
La Trampa del Empoderamiento
La idea disfrazada de empoderamiento que nos alienta a creer que todo lo que queremos lo podemos lograr, nos coloca en un lugar de auto-exigencia desmedida porque desde esta teoría somos los único responsables y protagonistas de la historia de nuestra vida. Esta mirada simplista deja por fuera que no todos partimos de las mismas circunstancias, que el inconsciente tiene pulsiones que no concuerdan con los planes de una mente consciente que se pretende todopoderosa, que las emociones son vertiginosas y no siempre están alineadas y que hay un contexto descomunal que nos atraviesa y tiene sus propias reglas.
La evolución de la conciencia es ver más allá de la apariencia y no comprar versiones plásticas de felicidad.
La verdadera felicidad se le parece bastante a la serenidad y a la paz interna que acontece cuando actuamos en congruencia con la ética de nuestra esencia.
Este texto es una invitación a practicar la humildad, a moderar las autoexigencias, a aligerar las cargas y a calmar la ansiedad que malogra nuestros intentos de serenarnos y encontrar la paz con quienes estamos siendo, sin pretendernos ser mejores ni diferentes. Aspiremos a evolucionar, pero no confundamos evolución ni con éxito material, ni con reconocimiento social, ni con alta productividad. La evolución no es la que propone el ego desde sus miedos y sus carencias. La evolución de la conciencia es ver más allá de la apariencia y no comprar versiones plásticas de felicidad. La verdadera felicidad se le parece bastante a la serenidad y a la paz interna que acontece cuando actuamos en congruencia con la ética de nuestra esencia. La amorosidad, la compasión, la autenticidad, la congruencia, la gratitud, la sencillez, la integridad y la capacidad de servir y dar son los valores a los que aspirar para sentirnos en calma cuando las aguas están bravas, sin pretender negar o edulcorar las injusticias, la crueldad y la realidad del sufrimiento que tienen lugar en el mundo en el que estamos y del que somos todos parte.
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