En la industria del crecimiento personal estamos continuamente bombardeados por el marketing de la espiritualidad, palabra sagrada si las hay que ha sido menospreciada, vapuleada y manoseada hasta el hartazgo. En este articulo quisiera diferenciar, la paja del trigo, para poder reivindicar un término que merece seriedad.
No podría definir que es la espiritualidad porque lejos de ser un concepto, es una experiencia y un modo de vivir. Sí podría enumerar muchas creencias falsas con las que se suele disfrazar el “ego espiritual”.
¿Por qué escribir este artículo?
Por varias razones…la primera, es tratar de devolverle a la espiritualidad su verdadera entidad. La segunda, lograr transmitir la indisoluble comunión entre psicología y espiritualidad. La tercera poder desligar un concepto tan amplio e inabarcable que ha quedado reducido al limitado ámbito de la religiosidad.
Ante todo, es importante trascender la insustancial dualidad entre las personas que se definen como espirituales, de las que no. No existe tal artificio, esa es una división del ego que siempre busca separar y comparar. La espiritualidad no es una elección, es una condición intrínseca de la humanidad. “No somos seres humanos espirituales, somos seres espirituales encarnando una experiencia humana”.
Quienes se sienten espirituales no han alcanzado la “meca”, solo han tomado conciencia de una verdad esencial que no es propiedad de nadie. Así la espiritualidad no es una conquista ni un lugar al cual llegar. Las personas que se definen así mismas como “espirituales” y miran, por encima de su hombro, a las que “no lo son”, se sienten superiores y evolucionadas cuando en realidad más que iluminadas están embriagadas por el ego espiritual que acecha en quienes se dejan engañar. Estos aires de grandeza, nada tienen que ver con la consciencia de unidad. No es más espiritual quien usa sandalias y túnica para impactar, quien sube fotos a Instagram de su travesía por la india, tampoco quien, por dejar de comer carne, anda viendo asesinos en todas partes. En este gran berenjenal, también están quienes predican para que otros “se conviertan” al veganismo y quienes aconsejan creyendo tener la verdad revelada a personas que no están interesadas. Tampoco se iluminan quienes repiten mantras esperando que “lo divino” les marque el camino, quienes tienen devoción por un maestro o gurú, ni quienes solo asisten a un curso intensivo para obtener el nivel III ¡de vaya a saber qué! No es más espiritual quien menos se enoja, quien medita largas horas o se deja abusar en nombre de una “compasión” prematura que esconde un maltrato personal más que una evolución espiritual.
La espiritualidad no es el montaje en escena, es el guion que subyace detrás.
No pretendo desestimar, menos aún juzgar los caminos que cada persona elija para encontrarse a sí misma. Intento humildemente alertar acerca de los riesgos de confundir lo aparente con lo superficial. No hay nada fugaz en el proceso de despliegue espiritual, lo inmediato cede el paso a un profundo y sostenido conocimiento de sí, que incluye tener la valentía para mirarse, la humildad para reconocer las partes más vulnerables, la disposición para admitir lo más bajo de sí, la tolerancia para con nuestras torpezas en el intento de ganar consciencia. Este es el paisaje que forma parte del viaje hacia el centro de uno mismo. Centrarse no es quedarse en la cueva indignado por el mundo del afuera. La tentación de quedarse en la guarida, debe ser trascendida para tener la osadía de salir hacia afuera transformados y aportar la propia gota al inmenso océano.
La consciencia de espiritualidad no debe confundir el centro con mirarse el ombligo. Una persona que alcanza la madurez espiritual no se siente ni menos ni más que nadie. No tiene nada de especial, sí ha conseguido sintonizar con la consciencia de Unidad. Su ética de vida no es aprendida, su moral no es la del “super yo”, hacer lo correcto no es una opción es una cualidad intrínseca fruto de la revelación de que no existe separación, de que no hay fronteras, no hay un “otro” y un “yo”, no hay comparación ni competencia, hay unidad y conexión con esa verdad esencial que trasciende la mera identidad.
Aquí es donde psicología y espiritualidad convergen y se asisten mutuamente. La identidad para ser trascendida debe estar bien arraigada. La espiritualidad como evasión o fácil solución a problemas de origen mental no ayuda a “elevarse” sino a postergar dificultades o conflictos personales que requieren de un previo abordaje. La fuga hacia la luz nos encandila más de lo que nos ilumina. La madurez espiritual requiere de los cimientos de una sólida personalidad.
Del mismo modo, la psicología sin la espiritualidad resulta insuficiente, pues no alcanza a abarcar la totalidad de la riqueza humana. Una psicología profunda debe ir más allá del intelecto para alzar vuelo. Cuando el ser humano encuentra un sentido a su existencia, da un paso hacia la trascendencia y se acerca hacia su plena realización. Muchas heridas del corazón descansan en el sentimiento de vacío y enajenación. Así, la salud mental no es solo ausencia de enfermedad sino también despliegue del propio potencial al servicio de la humanidad. Cuando esto sucede, trascendemos el ego para ir más allá de la mera individualidad. Este sentimiento de unidad es el puente entre la psicología y la espiritualidad.
Por último, quisiera hacer mención a la tan enmarcada relación entre espiritualidad y religión. La religión, es solo un medio y no una garantía para alcanzar la experiencia espiritual. La religiosidad como culto y tradición puede ser vivida en ausencia total de integridad espiritual. La espiritualidad trasciende las fronteras de la religión, no es un apéndice de ella.
La moral religiosa se aleja bastante de la ética espiritual. La espiritualidad no tiene tutela ni normas ortodoxas que respetar. Es una expresión libre y creativa que anida en el interior y no precisa de un santo al que rendirle devoción. No existe dualismo entre cuerpo y espíritu, no se es más espiritual por tener menos contacto con lo material. No se purifica uno por rezar ni se va al infierno por “pecar”. Estos no son los valores de la auténtica espiritualidad ejercida como un modo de vida. La religión es para quienes temen el infierno, la espiritualidad es para los que ya han estado ahí y eligieron iluminar su sombra.
La espiritualidad no exige castidad, no requiere vestimenta apropiada, no amordaza emociones, ni demanda referentes a quienes llamar maestros. Hay grandes inspiradores, hay fuentes de sabiduría para bucear, pero todas conducen al mismo lugar: uno mismo, y el trabajo comprometido de transformarse a sí mismo para apreciar la vida desde un lugar esencial, más allá de las trampas del ego espiritual.
Psicóloga Corina Valdano.