A veces ejercemos el hábito de criticarnos con tanta crudeza que terminamos completamente desmoralizados y agotados. Además, gozamos con la ventaja de saber qué nos duele más…y por lo tanto “dónde pegar”. Así, quien se valora en función de su trabajo se condenará como un inútil. Una madre que intenta dar lo mejor de sí, se condenará por lo que dejo sin hacer. Quien valora su estética, se dirá lo mal que se ve.
Esto hacemos cada vez que ejercemos la crítica incisiva contra nosotros mismos. Este hábito muchas veces se instala como un mecanismo del que no somos conscientes y que se activa ante el más mínimo error, ante cualquier ínfima omisión.
No estoy juzgando la crítica como una palabra nociva por sí misma. Se trata del uso que hacemos de este arte de separar lo que apreciamos como bien o mal, y también del momento en que la crítica aparece, a veces es demasiado prematura. Recién estamos iniciando un aprendizaje y nos decimos “podrías hacerlo mejor”. Apenas esbozamos dos líneas de un trabajo y nos decimos al oído “no es así como lo tienes que hacer”.
La crítica anticipada no comprende la noción de proceso. ¡Quiere resultados y los quiere ya! Nos apuramos, nos exigimos, nos demandamos de más, olvidando un detalle fundamental: ¡somos apenas humanos! ¡imperfectos seres humanos que no siempre nos comportamos como deseamos, que no siempre encontramos las palabras correctas ni conseguimos los resultados ansiados!
¿De dónde proviene esta instancia tan rigurosa?
Existe una instancia psíquica llamada “super yo” que se edifica durante nuestra crianza y educación. Esta construcción es muy necesaria para poder convivir en sociedad, pues, permite incorporar reglas, valores éticos y morales, normas y pautas de “lo que está bien y lo que está mal” en un determinado contexto social y cultural. Es por eso que es un error, identificar al super yo como una parte propia que atenta de por sí contra nosotros mismos. Más bien conviene aclarar que hay personas que no tienen sólidos cimientos de super yo y andan por la vida haciendo aquello que es irrespetuoso para los demás, no considerando lo que está bien o lo que está mal, usando como parámetro único para conducirse en la vida, sus propias ganas y antojos...Por supuesto, esta es la otra polaridad del tema que estoy tratando y merece un artículo en sí mismo.
El super yo al que me refiero aquí, es el de aquellas personas que no solo tienen cimientos sólidos sino toda una construcción encima repleta de “deberías”, “tendrías” y “podrías…” ¡que no nos dejan en paz! Una educación demasiado estricta, la equivocada pretensión de que un niño se comporte como un adulto, la omisión del halago y la marcación permanente del error, son algunas de las causas originarias que pueden ocasionar que esa criatura sea de grande su peor juez y acusador. Aquello que hemos recibido pasivamente, lo ejercemos activamente de grandes si no tomamos consciencia y solo repetimos patrones que nos han transmitido.
No se trata de culpar a nuestros padres, como decíamos anteriormente…somos apenas seres humanos! Y va la novedad: ¡nuestros padres también lo son! No son dioses con la obligación de tenerlo todo claro o no equivocar nunca la dirección.
Es por eso que, se trata de asumir la responsabilidad de “hacer y ser” con nosotros mismos los padres más amorosos y tolerantes que ellos no pudieron ser. Así, si nuestro “super yo”, está demasiado alimentado habrá que ponerlo a dieta para que sea más liviano…
A mí me gusta llamarle a mi estricto super yo: “Pepe Grillo”, le he puesto un nombre y lo tengo perfectamente identificado. A él le hablo cada vez que osa criticarme con severidad y prematuramente…Hemos hecho una especie de trato…, cuando consigo que cumpla su parte del pacto solo viene cuando lo llamo, cuando es necesario.
No se trata de “terminar con él” sino de “contar con él”. Contamos con él, cuando nos alienta a superarnos desde un buen lugar, desde el buen trato personal, cuando nos habla con suavidad y nos recuerda que quizás estamos equivocados, pero, además festeja los logros y reconoce nuestros talentos y dones.
Por supuesto, es ardua tarea colocarlo en su justo lugar y hacerlo entrar a escena solo cuando tiene que actuar. En mi experiencia personal, renuevo el pacto cada día…no es algo que haya que dar por sentado. Debemos advertir que es una tendencia que se activa por sí misma y puede dominarnos cada vez que funcionamos inconscientemente, en piloto automático. Cuando respondemos pasivamente a los mandatos del super yo somos esclavos de esta instancia moral que agobia mucho más de lo que aporta a nuestras vidas. Destruye mucho más de lo que construye.
Serenar su severidad. Flexibilizar su rigurosidad
Reconocer esta instancia es el primer paso para comenzar a desmembrar el hábito de la autocrítica dañina. Aceptar la severidad de nuestro super yo y ponerle un nombre propio, es el segundo paso. El último, supone “sentarnos” a tomar un café con él y establecer acuerdos de paz.
Sin duda, su intención es que seamos nuestra mejor versión…pero equivoca el camino, lo estropea con sus modos y su exagerada exigencia e interpelación. No quiere hacernos daño, esta parte nuestra aprendió alguna vez a ser así…y solo repite lo que aprendió hasta que le enseñemos caminos diferentes de llegar a lo mismo. Contar con nuestro crítico en lugar de luchar contra él es la mejor manera de no seguir incrementando la lucha interna. Integrarlo a otras partes nuestras para que equilibre su exageración. En este trabajo psíquico en equipo, hay lugar para el reconocimiento, también la tolerancia y la compasión, junto a la función tan válida como necesaria de un super yo “domesticado” para que no muerda con rudeza primitiva lo que ha de ser tratado como un cristal: nuestra propia vulnerabilidad.
Somos seres humanos imperfectos, vacilantes, que apenas hacemos lo mejor que podemos. Esto lejos de ser auto-indulgencia es pleno reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza. El desafío es reconocer la delgada línea entre la superación y el maltrato personal. Si somos cada día más conscientes, si trabajamos sobre nosotros mismos lo suficiente, podemos gestionarnos mejor en un clima de serenidad, trascendiendo batallas inútiles que no conducen a ningún lugar.