Me gustaría contarles acerca de otra Psicología…una que no se aprende en la facultad ni tiene mucha difusión.
La Psicología que conocemos, más aún en Argentina es la psicología de Sigmund Freud. Pero con este iniciador nace el Psicoanálisis, no la Psicología. El desconocimiento hace que muchas veces se reduzca el árbol (la Psicología) a una rama (el Psicoanálisis). Pero… ¿Por qué podar el árbol? ¡Habiendo tantas ramas! ¿Verdad?
Mi forma de ser y mis experiencias de vida me hicieron buscar y ¡por suerte encontré! una psicología más afín, más sensible, más cercana, menos dudosa de los comportamientos e intenciones del ser humano. Una psicología que además de ver traumas y deseos sexuales reprimidos, ve también dones, talentos, recursos y todo el potencial del ser humano. Una psicología que no cura, sino que acompaña a la persona a sanarse a sí misma a partir del profundo conocimiento de sí. Quien se conoce, quien trabaja sobre sí, cuenta con la Sabiduría de su Inconsciente para guiarse en la vida.
Apenas recibida, de manera intuitiva comencé a ejercer mi práctica de manera distinta a lo que me habían enseñado. Respetando el marco teórico y la ética profesional pero fiel a mi estilo fui encontrando un lugar en el que me sintiera más a gusto desde donde posicionarme como terapeuta. No podía impostar una imagen fría y distante, tampoco tratar de usted ni quedarme callada queriendo decir. Me cuestionaba si estaría bien sentir afectuosidad por mis pacientes, involucrarme más allá del tiempo que duraba la sesión, si estaría mal llamar a un paciente que se fue angustiado, saludar en su cumpleaños, acompañar a rendir a quien aún no puede ir solo y necesita sentirse apoyado. Tenía reparos en comentar con colegas esta forma de trabajo, pues distaba mucho del trato “objetivo” que desde lo académico me había señalado en tiempos de estudiante Sin embargo, fui comprobando en la práctica clínica que este trato amistoso y cálido lejos de generar resistencias y entorpecer el trabajo, fortalece el vínculo y genera alianzas de confianza que propician cambios saludables y también ¿por qué no? luego de concluida la terapia, el mantenimiento de relaciones duraderas con personas a quien he llegado a conocer mucho y me han llegado a conocer, pues, no me escondo de mis pacientes…¡también saben mucho de mí!. Creo en la reciprocidad del vínculo y si esas personas me elijen para compartir toda su vida y desnudar su alma, por qué mantener hermetismo de mi vida. Así, no he dejado de contar alguna experiencia personal, alguna crisis superada, situaciones por las que estoy pasando y trabajando en mí, que puedan ayudarlos o hacer que se sientan más comprendidos. Ellos saben que a quién tienen en frente, no es una persona que “está de vuelta”, no es nadie que tenga la vida resulta, es un ser humano que se angustia, que ha sufrido mucho, que ha tenido muchas alegrías, que amo, que ama, que superó desamores, que la luchó, que se levantó… ¡Todo esto y más! Pero hay algo que ni yo ni ninguna persona que trabaje con personas puede dejar de hacer: “trabajar sobre sí”, ser consciente de lo que se mueve en su interior, tratar de tener cada día más lucidez, trabajar los propios miedos, las angustias, intentar cada día ser más coherente: entre lo que se siente, se dice y luego se hace. ¡Ardua tarea que lleva toda la vida!
No se puede tratar con humanos sintientes y padecientes si uno no se siente como tal. Mi propia vulnerabilidad es alimento de la empatía que hoy siento ante cada persona que recurre a mí. Si en esta vocación no se pone corazón, con las orejas no alcanza. Ser terapeuta (al menos al modo que yo elijo), es saber escuchar, saber decir, es poner el cuerpo, es alentar, es abrazar y contener cuando alguien está quebrado en mil pedazos, es decir NO si está claro que se estampará contra un paredón que no está pudiendo ver. ¿Eso es ser directiva? Puede que sí… pero, esa clara indicación puede ahorrar mucho sufrimiento y ayudar a abrir los ojos a quien en nombre del amor sostiene relaciones violentas, se somete para ser querido, o se inmola para agradar a otros.
Así es que me sentí como sapo de otro pozo durante varios años ejerciendo mi manera de hacer psicología. Hasta… ¡que encontré mi pozo! Conocí la Psicología Humanística y Transpersonal. A partir de ahí dejé de cuestionarme el no ser fiel a una teoría o método ortodoxo. Aprendí que la manera de ayudar a las personas es dejar a un lado los fanatismos teóricos y el culto a sus fundadores y tomar de cada psicología lo mejor de sus aportes y descubrimientos. Hay un dicho popular que dice: “Quien tiene un martillo, ve un clavo en todos lados”. Así, quien como en un mástil tiene la bandera del psicoanálisis (por ejemplo), ¡verá traumas, síntomas, sublimaciones, deseos sexuales reprimidos, y complejos de Edipo por doquier! En lo personal, más que un martillo elijo una valija de herramientas. Estos recursos se adaptan a lo que cada persona en su particularidad única necesita, respetando la esencialidad y la singularidad de sus formas de sentir y de vivir. Cuando se quiere encajar la propia teoría, vemos un “caso”, no un ser humano. Amputamos y recortamos partes que contradicen lo que se pretende sostener. Es importante conocer a la persona, sus maneras, su historia, su presente, sus anhelos, sus proyectos, sus dolores, su idiosincrasia y qué necesita de nosotros. A partir de ahí buscamos en nuestra valija de herramientas, el recurso que mejor responda y si sobre la marcha debe ser cambiado, con toda humildad debe ser reconocido y volver a buscar e intentar nuevas maneras. Teniendo como principal objetivo contribuir a un otro no reafirmar las propias teorías.
Considero que desde la psicología hay algo que debe ser revisado: la tendencia a pensar que el paciente “se resiste” si no cambia o si interrumpe el proceso terapéutico. Si bien en algunos casos sucede, la soberbia académica hace que pongamos el problema en el otro en lugar de reflexionar abiertamente en qué fallamos. Está mirada nos invita a superarnos cada día, a crecer como profesionales, pero ante todo como personas.
De la misma manera, quien necesita ayuda y contención no debe buscar solo “un psicólogo”, debe buscar ante todo “una persona”, que haya estudiado psicología y tenga su matrícula para ejercerla. Cuando escucho a alguien afirmar “el psicólogo no me sirve”, me gusta decir ¿qué psicólogo? Y también… ¿Cuán receptivo y dispuesto a cambiar estabas en ese momento? Un psicólogo no cambia tornillos, no acierta o desacierta. Encontrar un psicólogo es encontrar la pieza que encaje en tu puzle. ¿Cambiarías así porque sí un amigo por otro? Seguramente no. Porque es alguien a quien quieres, te conoce mucho y en quien confías. ¡Pues un psicólogo no es menos! Con esa persona, si uno se dispone a hacer un buen trabajo, se establece un vínculo de confianza y lealtad como pocos. No se trata entonces de elegir al azar o por comodidad a alguien que me acompañará en un tramo significativo de mi vida y ante quien desnudaré mi alma. Mi consejo es buscar la persona detrás del profesional, los valores detrás de la teoría, la esencia detrás del ego.
Esta es mi forma de sentir y vivir una vocación que me convoca desde mi honda existencia.
Psicóloga Corina Valdano.