La vida se revela ante nosotros. Con sus movimientos nos recuerda su carácter impermanente y transitorio. Lo que hoy es certeza, mañana resulta una gran incertidumbre. Lo urgente, pronto se vuelve intrascendente y lo que era al cabo de poco tiempo deja de ser. La vida puede ser percibida como una sucesión de acontecimientos enlazados con sentido, o bien como un desorden confuso de eventos que se suceden uno tras otro por obra del azar o del destino.
Podemos elegir ser pasivos espectadores o activos protagonistas en el devenir de nuestra finita existencia. Elegir lo segundo es vernos en el escenario de la vida implicados en lo que nos acontece y asumir las sincronicidades que se nos presentan no como meras coincidencias. Sentirnos ajeno, es asumir que lo que nos rodea nada tiene que ver con nosotros mismos, sentirnos parte es volver la mirada hacia el interior y “darnos cuenta” que estamos implicados en nuestra existencia.
“Quien mira hacia afuera sueña, quien mira hacia adentro despierta”.
Carl G Jung.
Desde la psicología transpersonal distinguimos una parte de sí, de la propia interioridad, llamada: Esencia. Carl Gustav Jung, la nombra como Sí Mismo.
Esta Esencia se provee de un cuerpo para poder transitar sus aprendizajes en esta vida. Su finalidad es “evolucionar”, en condiciones tales que se lo impidan. ¿Qué significa esto? Qué el crecimiento que deviene de cada vivencia y aprendizaje no siempre será facilitado, ni el recorrido necesariamente placentero.
El dolor es una invitación de la vida a superar circunstancias difíciles. La recompensa será rearmarse más sólidamente después de transitar las grietas que presenta la existencia.
Así, todo lo que nos acontece tiene por finalidad movilizar aprendizajes internos. Irnos de esta vida diferente a como llegamos. Tal como si la vida fuese un horno que no cuece con el calor de las experiencias vividas desde que llegamos hasta que nos vamos.
Esto resulta muy difícil de comprender para aquellas personas que, ante los eventos y sus circunstancias, se preguntan ¿Por qué a mí? Posicionados desde este lugar se sienten víctimas, se enojan, reclaman, forcejean con la vida, se resisten y se comparan con otros, a quienes ven como más afortunados. En cambio, hay otras personas, que en lugar de “exigirle” a la vida, la interrogan con más humildad y lucidez. Una aguda afirmación se sustituye por una profunda interrogación:
¿Qué me está pidiendo la vida? ¿Qué tengo que aprender de las circunstancias que estoy transitando? ¿Qué tengo que trabajar en mí a través de esta persona?
Esta posición de aceptación, de no resistencia y entrega es posible cuando logamos ver por encima de nuestro dolor, del enojo con lo que es, cuando estamos dispuestos a renunciar a cómo quisiéramos que fuesen las cosas y nos disponemos a obrar sobre lo posible. No se trata de subestimar las emociones que sentimos, sino de reconocerlas y trascenderlas. Una mirada reflexiva que acompaña nuestro sentir, le aporta un “sentido” y una riqueza más honda a la pura y visceral emocionalidad del momento.
A veces esta reflexión es posible al cabo de un tiempo. Cuando lo más tremendo se vuelve un recuerdo o cuando el enojo deja espacio a la introversión. Es posible en esta instancia volver la mirada hacia atrás…ya no para resentir, sino para “volver a sentir” (re-sentir) lo mismo, pero con la distancia suficiente como para contemplar lo sucedido en el contexto más amplio de la propia vida. ¿Qué me dejo esa dura experiencia? ¿Qué nació en mí tras esa dolorosa perdida? ¿Qué recursos desarrollé en ese contexto? ¿Qué logré dejar de hacer tras ese movimiento que sacudió mi existencia?
Desde esta mirada emocionalmente adulta, lo vivido tiene un sentido.
El ¿Para qué? nos alienta a intervenir activamente en la vida. Nos estimula a ejercer los movimientos necesarios para nuestro crecimiento, nos permite ir rectificando cuando la dirección resulta errada. El soltar aquellos impedimentos que entorpecen el crecimiento es fruto de la “toma de conciencia” que se ejerce cuando vamos encontrando respuestas a esa pregunta fundante de nuevas identidades. Cuando lo que nos pasa no nos pasa en vano, salimos transformados de cada experiencia. Hemos logrado “tamizar” lo que nos acontece a través del filtro del “darnos cuenta” de para qué nos pasa lo que nos pasa.
El ¿Por qué? nos sumerge en la imposibilidad, nos aferra al dolor, nos apega a la ira. Como niños pataleamos y nos enojamos con el “destino” insistiendo en querer otras cartas en lugar de hacer la mejor jugada con las que tenemos.
Nada en esta vida sucede por azar, no existe un destino sino aquello que necesitamos experimentar. Las personas con las que nos relacionamos, hablan de nosotros mismos, si en lugar de juzgar lo ajeno, nos disponemos a trabajar lo que esos otros “mueven” en nuestra interioridad.
La respuesta al para qué en lugar de quedarnos anclados en el por qué, es la brújula para orientarnos en el trabajo personal e íntimo de quienes eligen evolucionar y expandir su consciencia tanto como les sea posible.
La propuesta para implementar en lo cotidiano será entonces: observar lo que nos acontece con la clara intención de asumir “responsabilidad” ante aquellos eventos que hasta ahora hemos llamado casualidad. Responsabilidad significa “responder con habilidad” a las situaciones de la vida. Asumir una actitud indagatoria ante el propio devenir, nos vuelve diestros para volvernos expertos de nosotros mismos.
Este evento, esta circunstancia, esta crisis, este dolor, este vínculo… ¿qué demanda de mí?; ¿qué don, habilidad o recurso necesito desarrollar?; ¿La vida me dice que suelte? ¿quizás, que madure?; ¿que aprenda a ser libre?; ¿que me dé lo que exijo?; ¿que me anime a lo que antes no?; ¿que practique una virtud?; ¿que abandone una limitación?; ¿qué cierre esa etapa?; ¿qué valore lo que daba por sentado?
Escribir el propio guion es dejar de asumir que todo está escrito o es fruto del azar o la mera casualidad. Es sentirnos autores de nuestra existencia y co-autores del libreto universal del que todos formamos parte y al que todos aportamos con la propia evolución esencial.
“Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo”.
Mahatma Gandhi.
Psicóloga Corina Valdano.