¿Por qué cada vez que sucede eso, haces aquello?
Para iniciar este artículo quisiera contarles lo que significa la palabra “kōan”. En la tradición del budismo zen, un kōan es un problema que el maestro plantea al alumno para comprobar sus progresos. Muchas veces el kōan parece un planteo absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento racional común para así aumentar su nivel de conciencia e intuir lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de sus palabras.
Quiero compartirles un “kōan” que un maestro del budismo zen llamado Unmon dijo alguna vez a un monje discípulo… "El mundo es vasto y ancho. ¿Por qué te pones tu túnica al sonido de la campana?"
En este “kōan”, el maestro zen le pregunta al monje por qué hace lo que hace. No hay intención de juzgar sino una invitación a una investigación sincera: ¿Por qué?
En este mundo tan complejo, la vida se ha vuelto más y más rápida y somos más propensos a pasar por alto el sentido de lo que hacemos. Esta pregunta es tan importante hoy como lo fue hace miles de años… ¿por qué haces lo que haces? ¿por qué piensas como piensas? ¿por qué crees en lo que crees? Hasta que no pasemos tiempo suficiente explorando estas preguntas, no podremos crecer más allá de los muros autoimpuestos o impuestos por la cultura que nos rodea. Esta mirada curiosa e inquisitiva no es una única cosa que debemos hacer una vez en la vida, es una manera de transitar nuestra existencia… ¿por qué quiero trabajar de lo que trabajo? ¿Por qué quiero estar en movimiento todo el tiempo? ¿por qué quiero tener hijos o no tenerlos? No hay una respuesta correcta o incorrecta. Lo importante es analizar las motivaciones detrás de las decisiones que tomamos y las acciones que llevamos a cabo.
¿Por qué cada vez que sucede eso, haces aquello? ¿Por qué te levantas de la cama cada vez que suena tu alarma? No está ni bien ni mal que lo hagas. Es una llamada a cuestionar tus reacciones habituales… una invitación a que te preguntes porque haces las cosas que haces cuando las haces.
Se trata de tener una acción intencionada acerca de por qué vivimos como vivimos. ¿Te lo preguntas? ¿O solo te levantas, te vistes y la vida te sucede sin que te des cuenta?
Podemos ser meramente reactivos o intencionados acerca de por qué hacemos lo que hacemos y vivimos como vivimos. Muchas veces no sabemos por qué hacemos las cosas que hacemos, solo las hacemos porque nos es habitual, porque estamos acostumbrados o porque repetimos más de lo mismo de lo que alguna vez nos enseñaron.
Podemos optar entre la acción inteligente y la reacción incompetente. Lo que las diferencia es el nivel de consciencia que tienen cada una de ellas. Hacer lo que hacemos porque “así lo hacemos” no es la acción más habilidosa. Esto no significa que no haya que sostener rutinas y hábitos. En verdad, son muy necesarios en nuestra vida, lo que los convierte en inútiles e ineficaces es cuando no sabemos por qué los estamos sosteniendo. Podemos vivir más inteligentemente cuando sabemos por qué y para qué sostenemos ciertos hábitos y rutinas. Lo fundamental es “sabernos”, “comprender” nuestras intenciones detrás de las acciones que llevamos a cabo.
Podemos optar entre la acción inteligente y la reacción incompetente. Lo que las diferencia es el nivel de consciencia que tienen cada una de ellas.
Necesitamos desengancharnos de ciertos patrones automáticos que no nos conducen a ningún lado, pero que seguimos repitiendo una y otra vez porque no hay una consciencia alerta que modifique la secuencia: “Cada vez que A, entonces B y luego C.” Y así muchas veces seguimos pensando que elegimos cuando en verdad estamos dormidos, anestesiados, presos de nuestros hábitos automáticos.
Trata de pintar esta imagen en tu mente: un pez nadando, ve algo flotando en el agua y su primera reacción es morder. En el momento en que el pez da el mordisco, queda enganchado y se convierte en pescado o bien logra lastimosamente desengancharse, pero a la vez siguiente, ve algo flotando en el agua y otra vez… muerde. Es algo habitual en él, es su rutina.
Esto se parece mucho a lo que en la filosofía budista nombramos como “apego”. Estamos apegados a determinadas circunstancias que están en la base de las acciones que previamente tomamos para arribar a esas mismas circunstancias, en este sentido podemos pensar el apego como las cosas que “nos enganchan”.
Te invito a que tomes consciencia acerca de cuales son las cosas que “te enganchan”, aquello que te arrastra de las narices a circunstancias que ya no eliges pero que desde la fuerza del apego tienen sobre vos enorme poder. Es extremadamente beneficioso ser capaces de reconocer nuestros apegos. Es la única manera de comenzar a desapegarnos de lo que se nos ha encarnado al punto de casi ya no preguntarnos.
Me gusta pensar los patrones habituales de comportamiento como si fueran una hilera de fichas de domino cayendo. Cuando uno ve las fichas de dominó una tras otras cayendo, comprende que lo que hizo que la ficha siguiente del domino cayera fue la ficha previa que también cayo. Hubo un momento en que la primera ficha cayo y golpeo a las siguientes y esa a la siguiente y así con todas. Nuestros pensamientos, palabras y acciones habituales son como dominós cayendo unos tras otros. Lo inteligente es preguntarnos cuál fue la primera ficha de domino que hizo que piense este pensamiento, que cometa esta acción o diga esto otro.
Todo es interdependiente… Esto es porque aquello fue de una determinada manera. Necesitamos tener una actitud auto-indagadora acerca de que fue “aquello” que hizo que “esto” sea. La vida es una larga serie de dominós cayendo y todo sucede demasiado precipitadamente. Pero si somos capaces de reducir la velocidad, podemos ver que hay un breve espacio de tiempo desde que una pieza de domino golpea a la siguiente pieza y ésta cae. Hay una brecha de tiempo antes de que la siguiente pieza de domino sea golpeada. Tenemos que volvernos diestros en trabajar en el “espacio de tiempo” entre pieza y pieza, “entre estimulo y respuesta”. Entendiendo la secuencia de reacciones que hizo que la situación presente sea como sea, podemos ejercer el poder de la consciencia para interrumpir secuencias automáticas indeseadas y elegir acciones deliberadas.
Por ejemplo, en el momento en que alguien nos hiere, pensamos algo, ese pensamiento nos lleva a determinadas emociones y esas emociones y sentimientos a una acción determinada. Pero… ¿que otros escenarios son posibles si cuando alguien nos hiere, pensamos algo diferente a lo que habitualmente pensamos? Es como una ola de reacciones, que incluye el movimiento de otros y de nosotros. Necesitamos reconocer cuál puede ser nuestro rol en la minúscula porción de la gran ola en la que sí somos capaces de intervenir, cómo podemos “lidiar con” o “maniobrar con” para habilitar caminos diferentes a los que estamos acostumbrados a transitar.
En el momento en que surge un dolor, una situación de discomfort, de malestar o incomodidad, aparece la naturaleza adictiva de “engancharnos”. En nuestro esfuerzo de escaparnos de lo que sentimos iniciamos la secuencia en cadena de nuestros hábitos automáticos (comer para aliviar la ansiedad, fumar cigarrillos, consumir sustancias, dejarnos llevar por nuestros impulsos) o puede que nos “enganchemos” con lo que puede ser llamado “bueno” como meditar, ir a la iglesia, ejercitarnos. La cuestión no es lo que hacemos sino desde dónde hacemos lo que hacemos. ¿Con qué intencionalidad? ¿Con qué consciencia? ¿O es meramente un hábito automático? ¿Qué pasa si no hacemos aquello a lo que habitualmente estamos acostumbrados?
Es como el hábito de rascarnos cuando nos pica… también es bueno dar lugar a ver que pasa si no nos rascamos ni bien nos pica. Interrumpir lo automático nos ayuda a recuperar nuestra capacidad de decisión y de dominio.
Se trata de comprender la relación existente entre el estímulo que nos provoca y la respuesta que damos, de poner consciencia donde antes había inconsciencia, y quizás desde allí surjan nuevas elecciones si hacia lo que nos conduce nuestras viejas reacciones ya no nos beneficia.
Cuando tenemos un mejor entendimiento acerca de nosotros mismos, los estímulos pueden ser los mismos de siempre, pero nuestras acciones ser diferentes.
Todo inicia por preguntarnos ¿Cuáles son nuestros patrones automáticos? Esa es la observación inicial. Luego indagarnos ¿por qué hacemos lo que hacemos?
La meditación es una práctica maravillosa para comenzar esta averiguación personal.
Cuando nos preguntamos por qué vivimos como vivimos, nos regalamos la posibilidad de elegir cómo queremos vivir. Como dice el kōan… “El mundo es vasto y amplio. Hay muchas razones acerca de por qué las cosas son como son…” Nosotros como seres humanos también podemos ser inmensos y colosales si estamos dispuestos a romper las murallas de nuestros patrones habituales y a soltarnos de los “anzuelos” que nos mantienen atrapados lastimosamente en lo que nos daña.