El “trabajo sobre sí”, del que hablan las tradiciones de sabiduría oriental y retoma la Psicología Transpersonal, tiene como principal objetivo incrementar la responsabilidad de gestionarnos a nosotros mismos. Darnos cuenta de nuestros automatismos, antes de ceder a la tentación de caer en hábitos mecánicos que refuerzan los mismos rasgos de personalidad que deseamos transformar.
Esta conciente responsabilidad ha de ser orientada desde un doble lugar:
- Por un lado el cuidarnos a nosotros mismos de nosotros mismos.
- Por otro lado, el cuidar a los demás de aspectos nuestros que advertimos pero aún nos cuestan manejar.
¿Cuidarnos de nosotros mismos?
Sí, pues en nuestro interior habitan una enorme cantidad de facetas de personalidad de diferente tonalidad. No somos un todo unificado, coherente y armónico. Nuestra mente se parece más a un desprolijo collage. Conviven figuras muy distintas que no siempre saben conciliar y dialogar.
Cuando comenzamos a indagarnos, a sumergirnos en este entramado, nos anoticiamos de un montón de aspectos nuestros, algunos más evolucionados, otros menos trabajados. De estos últimos hemos de ser lúcidos guardianes para “saberlos llevar” y no dejarnos agobiar por voces que lejos de alentarnos, nos tiran hacia abajo.
Conocerse, supone hacer una especie de “inventario personal”, para reconocer y aceptar todos estos aspectos de nuestra personalidad. Podemos llegar a identificar en este inmenso universo personal una parte miedosa, una iracunda, una tierna, una infantil, una zona dependiente, una provocadora, una justiciera, una abandónica, una postergadora, una emprendedora, una obsesiva y otra impulsiva…Y la lista se puede ampliar una enormidad, tanto más cuanto más compleja sea una determinada personalidad. ¡Hay quienes en su mente tienen un gran berenjenal! Y no logran convivir en paz, puesto que no han sabido reinar el imperio de su basta complejidad.
Una parte emprendedora forcejea con otra parte miedosa, una parte autónoma se deja intimidar por esa zona dependiente que no la deja ni a sombras. Una parte iracunda y agresiva se asoma sobrepasando a veces nuestra perezosa voluntad de controlar la impulsividad.
Claro está, que cuando comenzamos a batallar hacemos la guerra y no la paz. No se trata de amordazar, menos aún de negar esas zonas menos crecidas de nuestra personalidad. Cuando nos damos cuenta que una parte saboteadora aflora, hay que mirarla de frente y sentarse a dialogar para que no se imponga sin nuestra conciente voluntad. Estas partes por sí solas, son inocentes y no buscan hacernos mal, lo que las vuelve nocivas es la ausencia de conciencia que omitimos ejercer sobre ellas. Como caballos sin jinete se desbocan y no logramos domar las tendencias que nos llevan a esos mismos lugares de siempre, a ese mismo “sabor personal” que de sobra conocemos y reconocemos que nos sienta bastante mal…
Una pausa, un “insight”, que nos recuerde desde dónde en nuestra vida nos queremos parar, nos ayuda a recordar lo que nos hace bien y nos ayuda a evolucionar y lo que nos tira hacia atrás y nos mantiene sometidos a nuestros más primitivos automatismos.
La personalidad reacciona por sí sola si no la dirigimos con conciencia y sagacidad. Así, nos encontramos gritando minutos después de que nos propusimos serenarnos, fastidiándonos cuando nos prometimos relajarnos, controlando cuando deseamos comenzar a mirar hacia otro lugar.
Cuidarnos de nosotros mismos es asumir la responsabilidad de ser diestros jinetes de nuestra personalidad. No sin antes conocernos con la suficiente profundidad para poder identificar nuestras tendencias antes de que se pongan en evidencia.
Cuando nos damos cuenta, podemos anticiparnos y “elegir” qué comportamiento queremos asumir, que darán como resultado la persona que queremos construir.
Cuando obramos desde la inconciencia caemos en la incoherencia de sembrar las mismas semillas que no queremos cosechar. Nos sentimos interiormente muy diferentes de lo que los demás ven, tenemos buenas intenciones pero nuestras torpes manifestaciones se imponen.
La responsabilidad solo puede ejercerse en quien se mantiene lo suficientemente conciente. Y la conciencia es un musculo perezoso que se entrena. Cuando logramos anticipar una tendencia y hacemos algo diferente a lo que hubiese sido más de lo mismo, el orgullo personal que se siente refuerza la motivación para seguir conquistando la tan ansiada libertad de acción.
Cuidar a los demás. ¿De qué?
Esta otra faceta del trabajo personal supone cuidar a los demás de nuestra inconciencia emocional. Nuestras primitivas reacciones las más de las veces impactan en aquellas personas que decimos más amar. Cuando el contexto se relaja, nos damos licencia para aflojar y expresar aquello acumulado a diario que pugna por explotar. Así la pareja, los hijos, un buen amigo resultan los principales testigos de los espectáculos más primitivos que montamos. Como quien entra a casa y se pone de entrecasa, sacamos a relucir lo que menos nos enorgullece de sí.
Cuidar a los demás supone obrar desde la prudencia de anticipar un posible huracán y resguardar la zona para evitar dañar. Sacarnos fuera, tomarnos un tiempo, meditar, pausar antes de actuar, forman parte de la tarea preventiva de cuidar a los demás de nuestra impulsividad, que nos lleva a actuar de maneras bastante ajenas a quienes nos sentimos ser en verdad.
A veces no logramos aún domesticar ciertas partes primitivas, pero sí podemos al menos trabajar para ocasionar daños secundarios menores en lugar de grandes lesiones.
Saber observarnos e incrementar la conciencia de cómo estamos, es el paso previo para auto-gestionarnos. Vallar la zona y levantar bandera de precaución es un compromiso ético que debemos asumir para no quedarnos en la pobre expresión de “no era mi intención”, ni esperar que los demás “nos acepten como somos” reconociendo en lo más hondo que en verdad, aquello que defendemos a capa y espada, es una carencia que debemos trabajar, un impulso que necesitamos morigerar, una cualidad que hemos de integrar…no solo por evolución personal sino también para amar a los demás con el alma más limpia de vicios, purificada de miedos y menos limitada por condicionamientos.