Me gustaría abordar y ¿por qué no cuestionar? un término que en los últimos tiempos ha sido ampliado y transformado. Forma parte de nuestra evolución humana reasignar sentidos y reactualizar significados. Nunca es bueno dar por sentado…, menos aún, cuando se trata de algo tan fundante como el concepto de “familia”.
Bajo el lema “somos familia”, muchas personas soportan demasiado, toleran en exceso o esperan toda la vida lo que nunca llega… (de una madre a un hijo, de un hijo a una madre, de un padre a un hijo, entre hermanos, de unos a otros, o de todos con todos). La idea de familia en nuestro ideario psíquico puede no ser reflejo fiel de la familia con la que nos toca lidiar en el día a día. A más distancia entre “el ideal” y “lo real”, mayor el dolor y más honda la frustración. Hay quienes tendrán que revisar sus expectativas y aprender a relacionarse con lo posible y hay quienes tendrán que dejar de luchar con lo imposible y decir ¡basta! a un modelo de vincularidad absolutamente disfuncional. Hacerlo sin rencor y con aceptación es lo más saludable y aliviador. Poder ver la familia como un sistema vivo y en constante reestructuración, admite una flexibilidad y un movimiento necesario para que un patrimonio colectivo tan valioso no quede “oxidado” y pueda ser reactualizado y reeditado para que cumpla su verdadera función psicológica: ser red de contención afectiva y no lugar de enajenación personal.
La familia no es una entidad indestructible y a prueba de balas. A veces esta creencia genera impunidad y bajo el título de “somos de la misma sangre”, los miembros se arrogan el derecho de decirse cualquier cosa, de hacerse los mayores desprecios, de intentar cambiarse unos con otros, de ofender con lo que saben que más duele. Para que acto posterior, aparezca como mágico borrador la palabra “perdón” si es que esa grandeza acontece o seguir como si nada…total, “somos familia” ¿verdad? y de sobra sabemos que nos queremos… ¿De sobra lo sabemos? ¿Y cómo nos queremos? ¿A cualquier costo? ¿Cuál es el precio?
Creo imprescindible hacer una salvedad: la sangre es garantía de parentesco, pero no certeza de afecto. La amorosidad dentro del clan familiar, se construye, se alimenta y se demuestra con congruencia. Amar es un verbo que se necesita ejercitar: con gestos, abrazos, palabras, tolerancia y también sabios silencios. Esto es poder respetar que, al interior del colectivo familiar, co-existen individuales con propios deseos, anhelos, temperamentos diversos que deben ser reconocidos y respetados sin pretender “masificar” a todos los miembros por igual en el mismo molde y en el mismo horno.
¿Qué mantiene el sentido de una familia si no es la "libre" circulación del amor, la escucha activa, el cuidado recíproco, las respuestas amables, la aceptación de la expresión individual? Te invito a que reflexiones: ¿Qué es la unión familiar para vos? ¿Comer los domingos todos juntos como soldados? ¿Responder a expectativas que no son tuyas? ¿Estar ahí queriendo estar en otro lado?
A veces la familia es más linda en las fotos, que mirándonos a los ojos... ¿verdad?
Un vínculo es un lazo que une a un ser humano con otro, en reciprocidad. Un vínculo no es acabado, ni de una vez ni para siempre. Su particularidad fundamental es que se construye día a día, momento a momento, en la presencia y también en la ausencia.
Mantener lo valioso de la familia no es verse seguido y marcar tarjeta bajo la amenaza de exclusión si la asistencia no es perfecta. A veces detrás de la insistencia de mantener tradiciones se esconde la necesidad de compensar una inseguridad vincular y querer confirmar una y otra vez que "ese otro" está. Una férrea necesidad de querer aferrarse un deseo egoísta de sentirnos importante e imprescindibles en la vida del otro. Esto es precisamente lo que eclipsa el respeto por la singularidad de cada miembro, e impide aceptar sin resistir las elecciones de vida que cada integrante de esa familia asume. Esto es verdadero amor. Los hijos son de la vida, no propiedad de una familia. La familia es una primera y fundamente estadía. Sin embargo, debe dejar volar del nido, sin ninguna objeción, cuando cada pichón necesita desplegar sus alas. Cuando la familia no habilita ni promueve, las identidades individuales pueden quedar coartadas por la culpabilidad que genera quedar fuera de la manada. Cuando eso se prioriza, la insatisfacción esta garantiza. Un primer refugio puede sofocar cuando no se admite el crecimiento y diferenciación individual.
El sabor de lo familiar
Familia por derivación significa "aquello que nos resulta familiar". Y cuando algo nos resulta "familiar" refiere a que tiene “el sabor” de lo cercano, de lo íntimo, de lo propio, de la confianza. Alude a la "profundidad" de lo que nos une. Muchas familias viven juntas y se sienten totalmente extrañas unas con otras, conversan, pero no intercambian sentires. Hablan del tiempo, del clima, del vecino, pero ¿Cuánto sabemos de lo que realmente la pasa a nuestros hijos hoy, a nuestros hermanos, a nuestra madre o a nuestro padre, que ya no son los mismo que adorábamos en la infancia, hoy son seres reales con miedos y ansiedades?
Te has preguntado…. ¿Cuántas veces das por sentado tus vínculos? Una familia es mucho más que reunirse en las fiestas, apagar velitas cada año, salir corriendo en las urgencias. Esas son solo costumbres o tradiciones arbitrarias, pero no valores sustanciales. Muchas familias funcionan desde ese lugar, e inspiran a sus integrantes una enorme “culpa” por decir que no a tradiciones familiares que ya no le ven sentido. Cuando desde un lugar sincero se manifiestan. ¡Llueven demandan y reclamos como si se estuviesen cometiendo el peor de los delitos! Hasta pueden llegar a sentirse “expatriados” por no responder a a costumbres. Hacer distinto, no es dejar de ser parte, una silla vacía de domingo no es un acto de desamor, es congruencia interior y libertad para la propia realización.
También suele suceder, que sus integrantes cumplan fervientemente con estos usos y costumbres no por auténtico deseo sino para que ciertas cosas no sucedan, nadie se ofenda y ahí estamos todos llenándonos la panza, pero con la cabeza en otro lado o queriendo hacer distinto a lo de siempre. La mesa de domingo no es más que un trámite para hacer como si “todos estuvieran ahí”, cuando la mente en realidad vuela mucho más allá…
Lejos de ser una crítica a la familia como organización, estas palabras procuran ser una invitación a que cada uno se pregunte a sí mismo: ¿Qué es para mí el valor familiar? ¿Vivencio el verdadero afecto como “cercano” o solo se reduce a “cumplir mandatos” y expectativas que otros ponen sobre mí?
Familias elegidas. Cuando lo dado puede ser ampliado.
Apoyo y festejo las familias "elegidas" y relativizo las "dadas", no porque sean menos importantes sino porque de sobra han sido endiosadas ¡a prueba de casi todo! Lo familiar, en términos de cercanía afectiva pueden ser mamá, papá, hermanos, pero también pueden mis amigos elegidos, mi mascota puede ser mi mayor vínculo familiar, la vecina fiel que siempre presta el oído, la mujer de la despensa que comenzó a venderme un par de cosas y hoy sabe más de mi vida que mi propia madre, el señor que me corta el pasto desde siempre y con el que cuento más que con mi marido con quien todos los días me siento a la mesa.
Lo bueno de esta idea es que ¡acá todos podemos elegir! ¡Nadie está solo sino quiere! Hay familia “a la carta” para quien abren el corazón y sabe dar y recibir verdadero amor. Con esta auténtica mirada… ¡Logramos sumar afectos más que integrantes en una mesa! De la mesa se levantan todos y del corazón nadie se va cuando ese vínculo es verdadero genuino.
Si esta familia del corazón se corresponde con quienes somos de sangre compatible, será una hermosa coincidencia. Si fue así y ya no están podemos volver a capitalizar seres cercanos y familiares, y construirnos una familia que personas afines "que nos sepan y de quienes sabemos”. Y para quienes la sangre solo fue una promesa de amor que no prosperó, dependerá de nosotros poner semillas y hacernos un lindo jardín de personas afín...que contengan, potencien, nos brindemos y recibamos ese amor que todos necesitamos. Pues no somos islas, somos seres vinculares tratando día a día de ampliar con nuevos integrantes esa gran familia colectiva que no se reduce a la originaria, que hoy suma maravillosas personas que vamos encontrando en el camino de la vida. La familia trasciende la sangre para incluir a la gran familia de la humanidad de la que todos somos partes.
¡Apuesto a que la familia cobra un nuevo sentido! Eso, si y solo sí, nos animamos a desterrar mitos, cuestionar mandatos y re-significar lo que está dado.
Psicóloga Corina Valdano.