A las corridas de acá para allá...
Vivimos en un contexto desafiante. Las urgencias nos velan lo importante. Llegar a fin de mes es la meta más próxima que podemos ver. Cuando las preocupaciones se apoderan de nuestra mente no podemos mirar más allá que el apremio por solucionar ese problema que nos desvela, esas cuentas que pagar que se acumulan de a decenas, esa cuestión que nos da mil vueltas en la cabeza… El dinero que no alcanza, la pareja que anda de mal en peor porque se descuidó, el tiempo que corre demasiado rápido y los hijos que esperan más que padres saturados y cansados.
En este trajín sin fin, el día empieza y acaba con la sensación de que corrimos un montón pero avanzamos muy poco, con la impresión de que nunca nada es suficiente para bajar la guardia y aflojar la tensión, inscripta en nuestro cuerpo ante tanta presión. El alivio que tanto anhelamos es la zanahoria del engaño que se aleja cada vez que nos acercamos…
El día empieza y acaba con la sensación de que corrimos un montón pero avanzamos muy poco. El alivio que tanto anhelamos es la zanahoria del engaño que se aleja cada vez que nos acercamos.
Siempre hacemos lo mejor que podemos
Así vamos por la vida, tratando de sobrevivir y haciendo lo mejor que podemos con los recursos que tenemos en un contexto amenazador e incierto. No es fácil serenarse y calmarse cuando hay un contexto real que nos mantiene al trote con prisa y sin pausa. Cada quien jinetea como puede su caballo desbocado. Y no es nada fácil… Es por eso que ante todo debemos reconocer que siempre hacemos lo mejor que podemos, con los miles de errores en los que caemos sin darnos cuenta o por torpeza. Esto me parece importante resaltarlo porque muchas veces somos muy crueles con nosotros mismos. En Occidente tenemos niveles muy elevados de auto-odio. Pareciera que no es suficiente con la presión externa que no nos deja siquiera respirar, a esto le sumamos exigencias, reclamos, reproches y recriminaciones por lo que hicimos, por lo que dejamos de hacer o podríamos haber hecho mejor. Y así vamos… tirando de nuestra cuerda hasta deshumanizarnos y volvernos autómatas, respondiendo a exigencias propias y ajenas. Y no hacemos esto por tener una resistencia inconsciente al bienestar y a la felicidad, como podría conjeturar un avezado psicoanalista, lo hacemos porque sentimos que no nos queda otra que seguir poniéndole el pecho a las balas y afrontar las dificultades… Tenemos una clara sensación física, mental y emocional de "no dar más"
Mientras estemos en modo supervivencia, seguiremos apagando incendios e intentando sobrevivir como mejor recompensa.
Aprender a pensarnos como una casa de dos pisos
La pregunta que debemos hacernos para no caer en el sinsentido y la desesperanza es ¿qué hay más allá de nuestras preocupaciones mundanas?
Los invito a pensarse como una casa de dos plantas, una planta baja de fácil acceso y una planta alta a la que nos da bastante pereza subir por las escaleras.
En la planta baja...
Tienen lugar todas las cuestiones cotidianas que nos tienen de aquí para allá, aquí nos toca ocuparnos de los asuntos prácticos de la vida, cumplimos con nuestras rutinas, nos ofuscamos, nos preocupamos, nos entusiasmamos y nos desilusionamos. La planta baja siempre está más desordenada porque acumulamos un montón de cosas viejas e innecesarias del pasado y un sin fin de ansiedades y miedos que nos quitan el sueño.
En la planta alta...
Si la planta baja está ligada a lo terrenal, la planta alta nos conecta con nuestra parte espiritual.
Quienes además de habitar la planta baja y lidiar con las cuestiones cotidianas, logran ascender esos escalones, pueden acceder a un remanso de serenidad y de paz que les permite concluir que la vida es mucho más que renegar para llegar a fin de mes y lidiar con el estrés de lo que nos parece impostergable y urgente.
Desde la planta alta, miramos la planta baja desde una perspectiva distinta. Podemos desde una visión más amplia y desapegada diferenciar lo primordial de lo intrascendente. En cambio, cuando estamos atrapados en la ansiedad no podemos ver más allá que nuestra consternación y, si existe una solución para el problema que nos aqueja, de seguro, la encontraremos ascendiendo las escaleras. Es solo desde esta dimensión que podemos atestiguar y observar el devenir de las circunstancias con más objetividad y serenidad.
La planta alta es nuestra parte más consciente y evolucionada, menos reactiva a las circunstancias. Es el sitio donde anida nuestra mayor sabiduría y donde opera la inteligencia de nuestro sabio inconsciente. Ese “otro” inconsciente que no boicotea sino que juega a nuestro favor cuando le damos la ocasión de hacer escuchar su voz.
¿Y por qué si disponiendo de una mansión de dos plantas nos quedamos atrincherados en la planta baja?
Las respuestas posibles pueden ser dos:
- porque la desconocemos.
- porque no nos damos tiempo.
Quienes se reconocen en la primera respuesta, es tiempo de reconocer que como seres humanos todos contamos con esa instancia con la que tenemos que aprender a sintonizar para poder vivir en paz, aun en medio de los conflictos que nos tocan soslayar.
Quienes se reconocen en la segunda respuesta, sepan que la mayor pérdida de tiempo es reaccionar desde la inconsciencia. De tan apurados que van, estas personas pueden errar la dirección, dañar torpemente a los demás, descuidar lo que dicen amar y privarse a sí mismos de la posibilidad de vivir con más sentido y ecuanimidad. Posiblemente, cuando lleguen al final del camino, mirarán hacia atrás y se arrepentirán de lo que no pudieron ver cuando iban a tanta velocidad.
Sin duda, todos desearíamos quedarnos a vivir en la serenidad de la planta alta y nunca más bajar a lidiar con las cuestiones mundanas. Sin embargo, no venimos a esta vida a levitar. La planta alta no es mejor que la baja, ni la baja de menor valor que la alta.
Somos seres espirituales encarnando una experiencia humana. Honrar esta oportunidad es arremangarnos e intervenir en el mundo para hacer de él un lugar mejor, para nosotros y para quienes nos seguirán. Es allí cuando lo cotidiano y lo trascendente se dan la mano y se ponen de acuerdo en un propósito superador. Lo que necesitamos hacer es subir a la planta alta para observar con más lucidez y distancia lo terrenal y cotidiano y bajar luego a planta baja para abordar lo que tenga que ser abordado con un gran de conciencia superior, fruto de la reflexión previa.
Cuando somos conscientes de que el día a día tiene un fin superior, miramos más allá de lo inmediato y nos sentimos menos cansado porque estamos impulsados por una energía que no es del cuerpo sino del alma.
Mientras tanto, nos embarramos, pagamos las cuentas, reclamamos, renegamos de la inflación y nos agarramos la cabeza, todo esto, sentados en el sillón de la planta baja de nuestra mansión. Sin embargo, ya no nos tardaremos tanto en subir a planta alta para observar a distancia el acontecer de la Vida. Desde esa consciencia ampliada no perderemos de vista lo verdaderamente importante en medio de la vorágine de lo urgente que siempre nos amenaza pero nunca nos mata. De lo que sí podemos morir es del amargo sabor de creer que la Vida no es más que lidiar con el malestar cotidiano desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. Estamos aquí para algo más, quien quiera descubrirlo, deberá tener el valor para subir los escalones de su propia mansión…