Cuando la vida se da vueltas...
Nos aferramos con todas nuestras fuerzas a la utopía de una vida segura, controlable y confiable. Queremos creer en la idea de que planificar es garantía de que eso mismo sucederá, de que todo seguirá el patrón que definimos con antelación en nuestro fuero mental, que ningún imprevisto se interpondrá en el camino entre nuestras expectativas y el resultado final. Sin embargo, vivimos en un mundo incierto, azaroso, en constante movimiento. La vida se parece más a un río rápido y turbulento que al plácido lago de aguas calmas que deseamos imaginar.
Proyectamos escenarios en lo que damos por hecho…, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, que todo lo transitorio y efímero está garantizado y seguirá su curso “natural”. Nos descansamos en que nuestro cuerpo responderá como el día anterior, en que la vida de las personas queridas está protegida, que nuestra pareja nos seguirá amando toda la vida, que todo marchará por su carril y que los patitos seguirán en fila a pesar de que las resbaladizas aguas de la vida.
Y de repente, lo certero se desvanece como agua de entre los dedos… Una pandemia nos demuestra la fragilidad de la presencia humana en la tierra. Un garrotazo a nuestra soberbia nos desconcierta y nos deja fuera de la escena a la que estábamos habituados. Incluso la rutina que más de una vez detestamos, ahora pareciera ser la panacea a la que deseamos fervientemente volver.
En cuarentena, tratando de encontrar respuestas, tomamos consciencia del valor de la libertad, del privilegio de circular, de cuanto necesitamos un abrazo, compartir el mate, saber que nuestros padres estarán bien y que nos volveremos a ver.
Ansiamos respuestas concretas, certidumbre y plazos ciertos y solo vemos desconcierto, indefinición y un gran signo de interrogación que todo lo abarca, que todo lo posterga y que como alternativa nos deja la imperiosa necesidad de aprender a flexibilizar la rigidez de la mente obstinada, a reconocer que hay fuerzas a las que no podemos siquiera osar jugarle una pulseada, a sabernos finitos, fugaces y efímeros.
Este escenario mundial es un llamado a la humildad, una puesta en su lugar de las prioridades, un revés a los “imprescindibles” que se vuelven nada cuando lo importante llama, una pausa en medio de la vertiginosidad que nos arrastra. Precisamos dejar de correr como hámster y buscar dentro nuestro un lugar seguro donde “volver”. Nos daremos cada vez más cuenta de que la seguridad y la confianza no se hayan en la certeza de un entorno estable sino en nuestra capacidad de sintonizar con la serenidad y la calma cuando todo parece desplomarse.
La seguridad y la confianza no se hayan en la certeza de un entorno estable sino en nuestra capacidad de sintonizar con la serenidad y la calma cuando todo parece desplomarse.
No hay refugio más confiable que una mente vasta, flexible y dispuesta a aceptar las circunstancias sin pelearse contra ellas. La resistencia a lo que es solo genera fricción y batalla interna. No hablo aquí de resignación ni indiferencia, sino de sabiduría e inteligencia para saber discernir lo que sí y lo que no está a nuestro alcance.
Necesitamos dejar atrás nuestro afán de control y ponernos a trabajar en domesticar nuestra mente para que sea nuestra aliada en momentos de ansiedad y desconcierto.
Estar en el tiempo
El budismo nos ofrece la práctica de aprender a “estar en el tiempo”. Cuando nuestro fabricador de miedos internos nos atormenta y nos presenta callejones sin salida, necesitamos darnos cuenta de que son solo pensamientos… Esto no significa que todo irá bien, que nada doloroso pasará, que siempre nos sentiremos felices… Pensar positivo no es la solución, muchas veces esa actitud ilusoria supone una negación de la realidad. La práctica de aprender a “estar en el tiempo” nos resguarda de no sufrir de más por anticiparnos, por imaginar, por suponer situaciones o escenarios que quizás nunca sucederán.
La práctica de aprender a “estar en el tiempo” nos resguarda de no sufrir de más por anticiparnos, por imaginar, por suponer situaciones o escenarios que quizás nunca sucederán.
La mejor actitud es confiar… ¿Confiar en qué? En que cualesquiera sean las circunstancias que nos toquen atravesar… pérdidas desgarradoras, carencias, privaciones, desesperación, quebranto, penurias…, vamos a contar con los recursos y las fortalezas humanas para salir adelante de lo que jamás hubiésemos pensado atravesar o soportar. Y en ese transitar, nos damos cuenta de que somos un inmenso reservorio de dones desconocidos que se van despertando cuando la vida nos va tocando de allí y de allá.
Entrenar nuestra mente, hacerla fuerte, aprender a serenarla, lograr tomar distancia de los pensamientos que nos dañan, comprender la impermanencia de nuestros sentires y de todo lo que nos rodea, es la energía mejor invertida para afrontar la realidad tal como se presenta, con sus grises, con sus matices, con lo más doloroso y lo más maravilloso, con lo tremendo y lo milagroso… porque así es la vida… incierta, fortuita, impredecible y mágica.
Hay un detrás de escena que no llegamos a comprender, pero estoy convencida de que todo tiene una razón de ser… Nuestro trabajo individual es evolucionar y desplegar nuestra consciencia tanto como nos sea posible para aportar a ese “Todo” nuestra porción de luminosidad.
Hay un detrás de escena que no llegamos a comprender, pero estoy convencida de que todo tiene una razón de ser…
Ruego que haya calma para sortear las aguas bravas. No podemos domar el mar, pero sí podemos aprender a surfear las inmensas olas que nos desafían a volvernos cada vez más diestros y lúcidos para afrontar la adversidad.